En 1975, la dictadura franquista se acercaba a su fin. La salud de Franco había empeorado y el régimen cada vez encontraba más respuesta en las calles, pero eso no impidió que el gobierno cometiera un último acto de crueldad.

Aquel año, se realizaron 4 consejos de guerra en 20 días donde se juzgó a 11 miembros del FRAP y a 3 de ETA.  Un “juicio” en el que no hubo pruebas de que los detenidos, acusados de asesinar a varios guardias civiles y policías, se encontraban en el lugar de los hechos. Todo amparado bajo el Decreto Ley Antiterrorista, creado tan solo un mes antes. El día 26 de septiembre de 1975, el consejo de ministros franquista aprobó las penas de muerte por unanimidad de 5 de los acusados: Jon Paredes, José Luis Sánchez Bravo, Anjel Otaegi, Ramón García Sanz y Xosé Humberto Baena.

Las sentencias provocaron una fuerte oleada de protestas. No solo en España; en el plano internacional también hubo movilizaciones que reclamaban la anulación de las ejecuciones. Sin embargo, el gobierno de Franco no cedió ante la presión y los fusilamientos se llevaron a cabo a la mañana siguiente.

Paralelamente a este suceso, dos jugadores del Racing de Santander escucharon la noticia por la radio. Aitor Aguirre y Sergio Manzanera. Coincidieron en el club dos temporadas e hicieron buenas migas, en parte por su cercana posición política. Aitor era vasco, de padres nacionalistas y Sergio, valenciano, se había criado en el seno de una familia de izquierdas.

Los dos gestos del fútbol español contra el franquismo

El día de los fusilamientos, ambos estaban concentrados con el Racing en la previa de su enfrentamiento contra el Elche en el Sardinero, que se jugaba al día siguiente y al enterarse de la noticia, decidieron actuar. El fútbol español no solía posicionarse en el ámbito político, por lo que cualquier gesto era llamativo.

Aquel fin de semana, únicamente trascendieron dos 'protestas' en el balompié nacional contra las ejecuciones. Una, la esperada, del Athletic Club de Bilbao, cuyos jugadores comandados por el portero, José Ángel Iribar, disputaron su encuentro liguero contra el Granada en los Cármenes portando brazaletes negros. Cuando se les pidió explicaciones, alegaron que había sido en menoria de Luis Albert, un antiguo directivo y jugador del club que había fallecido justo un año antes. La razón se tomó por buena. El segundo gesto sería el que ocurrió en el estadio del Racing de Santander. 

Aitor y Sergio fueron los últimos en salir al césped el día del partido y habían mantenido su ‘plan’ en secreto por el riesgo que eso conllevaba. Lo hicieron con un brazalete negro que se habían colocado el uno al otro en el brazo izquierdo. Al principio, según ellos mismos relatan, nadie pareció percatarse de la situación, pero, con el paso de los minutos, la grada del Sardinero comenzó a murmurar. Santander, un lugar donde suele predominar la derecha más conservadora, no estaba acostumbrado a este tipo de reivindicaciones.

Aitor Aguirre anotó el primer tanto del partido a centro, precisamente, de Sergio Manzanera. Ser los protagonistas del gol no fue suficiente para evitar los silbidos del público. El duelo llegó 1-0 al descanso y, al llegar a los vestuarios, varios policías esperaban a ambos. Les obligaron a quitarse los brazaletes en el descanso o no podrían seguir disputando el encuentro. Hicieron caso a los grises, seguros de haber cumplido con lo que pretendían. El choque terminó con victoria local por 2-1 con doblete de Aguirre, que completó su Hat-Trick particular con el tanto que había anotado, junto a Sergio, a la dictadura franquista.

Al día siguiente, acudieron a la comisaría de la plaza porticada para ser interrogados. Les acusaron de terrorismo. La policía entendía la actitud de Aitor al ser vasco, pero no la de Sergio. Por la tarde acudieron al juzgado y fueron multados con 500.000 pesetas cada uno por alteración del orden público. La mitad de su sueldo anual. El fiscal pidió 5 años de cárcel para cada uno y les llegaron amenazas de muerte de grupos de extrema derecha, pero no les ocurrió nada.

Dos meses después, con el fallecimiento de Franco, se les fue devuelta la cantidad de la multa y el proceso judicial se diluyó. Uno de los fusilados aquel 27 de septiembre, Xosé Humberto Baena, escribió una carta de despedida a sus padres en la que vaticinaba que esas no serían las últimas muertes dictadas por un tribunal militar. Por suerte, se equivocó.

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