La elección del cardenal Joan Josep Omella como presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE) constituye un hecho importante para toda la ciudadanía. España es un Estado democrático de derecho, y como tal es -así lo establece nuestra Constitución de 1978- un Estado no confesional, pero no laico, en el que una confesión religiosa, la Iglesia Católica, tiene reconocido un trato especial. No se trata ahora de discutir si esto debería seguir siendo así o no; lo es, y punto. Por sus raíces históricas, y sobre todo por su implantación en la sociedad española, el catolicismo -una de las confesiones religiosas más jerarquizadas- tiene también un significativo peso político y social en la vida de España. De ahí la trascendencia no solo eclesiástica sino también política y social de la reciente elección del cardenal Omella como nuevo presidente de la CEE.

El triunfo del cardenal-arzobispo de Barcelona, con su homólogo de Madrid,  Carlos Osoro, como vicepresidente, de entrada representa la primera derrota clara de los sectores más conservadores del episcopado español, y es también la primera victoria clara del papa Francisco en España. Omella y Osoro son dos hombres de la más estricta confianza personal de Jorge Bergoglio. De ahí que algunos de los más expertos vaticanólogos -no confundir con vaticanistas- den relevancia especial a este cambio de orientación en la cúpula de la CEE. Los que arden en deseos de volver a los tiempos del entonces todopoderoso Antonio María Rouco Varela, cardenal-arzobispo de Madrid y presidente de la CEE, o como mínimo seguir en la senda mantenida durante estos últimos años con el moderado Ricardo Blázquez como presidente y el conservador Antonio Cañizares como vicepresidente.

Si en una primera votación a Omella le faltó un solo voto para alzarse con la presidencia, su triunfo en la segunda fue incontestable: 55 votos por solo 29 para el arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz Montes, representante claro del sector ultraconservador del episcopado español, con los 3 votos restantes repartidos entre el ya citado cardenal Osoro y los obispos de Getafe, Ginés García Beltrán, y de Bilbao, Mario Iceta. Dos amplios tercios de la jerarquía católica de nuestro país votaron por la renovación, la moderación y el apoyo a los vientos de cambio postulados por el papa Francisco.

Durante los días previos a estas votaciones hubo mucho juego sucio, sobre todo por parte de los sectores más reaccionarios, en muchos casos relacionados directamente con Vox y con los sectores más derechistas del PP, así como con algunos centros de poder económico y financiero, y también con algunos medios de comunicación que les son afines, y no solo con Trece y COPE; conviene no olvidar que un periódico tan influyente como El Mundo llegó al extremo de señalar al cardenal-arzobispo de Barcelona como “el candidato del Gobierno español”.  

El reparto a todos y cada uno de los electores de un libelo firmado con el pseudónimo de Jacques Pintor, titulado Complot de poder en la Iglesia española: Barco contra Omella. En defensa propia, es tal vez el mejor ejemplo de ello. Pero hubo más, bastante más, con toda clase de insinuaciones, insidias e incluso algunas amenazas, que han dejado algunas heridas que tardarán en cicatrizar.

Joan Josep Omella -así es como es conocido y tratado en su actual diócesis- es el primer obispo de Cataluña que preside la CEE. Nacido en 1946 en Cretes, en la comarca turolense de la Matarranya, en la que se suele hablar el catalán, no fue muy bien recibido por los sectores más nacionalistas/independentistas de Cataluña, pero su talante moderado y dialogante le granjeó con gran facilidad un notable reconocimiento público. En los momentos más difíciles y tensos de aquel nefasto otoño de 2017, el cardenal Omella tuvo un destacado papel de mediación entre el Gobierno de España, presidido entonces por Mariano Rajoy, y el Gobierno de la Generalitat, que presidía aún Carles Puigdemont. Junto a otras personas -pocos políticos, algunos prestigiosos miembros de la sociedad catalana y española-, Omella intermedió e instó al diálogo y a la negociación hasta el último instante, siempre en contacto directo con el Vaticano y ante la creciente irritación de Rajoy.

Al cardenal Omella y a los restantes miembros de la comisión ejecutiva de la CEE se les abre ahora la oportunidad de plasmar en hechos su voluntad de diálogo. Ha quedado afortunadamente atrás la amenaza de un retorno a aquel “¡Santiago y cierra España!” que postulaban y seguirán defendiendo aquellos que añoran los enfrentamientos de la CEE presidida por Rouco Varela con otros gobiernos socialistas, los presididos por José Luis Rodríguez Zapatero. Que nadie olvide que el contrincante derrotado por Omella, el ultraconservador obispo de Oviedo Jesús Sanz Montes, desde su cuenta de Twiter recibió al nuevo gobierno de coalición progresista de PSOE y UP con rezos a la virgen de Covadonga para que salvase a España y la mantuviera unida… Ha quedado superado incluso esta última etapa de la CEE, la más reciente con el tándem formado por el moderado Ricardo Blázquez y el ultraconservador Antonio Cañizares.

En lo político y en lo social, en línea con el papa Francisco, Omella puede abrir diálogos que conduzcan a entendimientos y acuerdos, evitando confrontaciones y conflictos. En lo doctrinal y en lo moral, también en la línea del papa Francisco, que nadie espere cambios.