El Papa Francisco ha acertado al nombrar a Juan José Omella nuevo presidente de la Conferencia Episcopal. El cardenal arzobispo de Barcelona es un hombre de diálogo al que no se le arruga la indumentaria eclesiástica a la hora de meterse en temas complejos Y sin tapujos. En la emisora catalana RAC1 admitió recientemente haber mantenido contactos con los políticos independentistas presos: “Quiero ser un hombre de comunión y no de confrontación; un hombre de entendimiento y de pactos y no ir unos contra otros. Este es mi deseo y mi talante”.

Su compromiso social viene de lejos. Cuando era obispo de Barbastro ya representaba a Cáritas en la Conferencia Episcopal. De su paso por la diócesis de Logroño dejó un rastro de persona conciliadora y comunicativa. Cuentan algunos logroñeses que al participar en Madrid en una manifestación contra la pobreza, organizada por varias ONG y plataformas de base, muchos asistentes creyeron que se trataba de un participante más, “pero disfrazado de obispo.” Ningún otro prelado hizo acto de presencia.

Al parecer, su talante está más próximo a las enseñanzas del auténtico Jesús de Nazaret que el de alguno de sus ilustres predecesores. En el perfil de Rouco Varela, por ejemplo, no se incluía la virtud de la negociación sino más bien la de la pelea abierta de la mano de su coro de curas ultraderechistas, como los que defendían que la exhumación del dictador Franco era poco menos que una profanación.

Muy lejos de tanta carcundia, monseñor Omella tiene capacidad para demostrar compromiso y valentía al velar por la paz en el gobierno de los obispos. Y si puede ayudar en algo cuando hable con los políticos lo hará: “Diré lo que les tenga que decir,” ha asegurado, porque se trata de hacer un esfuerzo y no mirar a los demás como enemigos, “como gente que quiere la guerra”. También ha restado importancia a la campaña soterrada que ha sufrido contra su nombramiento por haber hecho mal esto y aquello: “Soy pecador, no soy perfecto y, en definitiva, los obispos somos amigos y nos queremos”.

En octubre de 2017, en plena Declaración Unilateral de Independencia de Cataluña, el cardenal arzobispo de Barcelona salió a la palestra para pedir que se evitara la confrontación y se avanzara hacia un futuro en paz, confesando que su corazón lloraba con el dolor de la gente. Una actitud que pudo emocionar a muchos.

 Parece reunir la habilidad y la prudencia de un buen estadista y la socarronería de un cura experimentado. Incluso, podría ser un buen interlocutor del Gobierno en cuestiones de política social y en los temas más álgidos: como la fiscalidad, la Ley de Educación, la nueva visión sobre la sexualidad, la eutanasia…

 Después de haber bregado en favor de la convivencia entre Cataluña y el resto de España, el gobierno de la Conferencia Episcopal será otro cantar. Amén.

 Enric Sopena es Presidente Ad Meritum y fundador de ElPlural.com