Todos hemos sentido en algún momento esa sensación de tambaleo, de suelo que se mueve bajo los pies o de cabeza que flota sin rumbo fijo. El mareo es universal, pero su interpretación y su causa son cualquier cosa menos sencillas. A pesar de su frecuencia, sigue siendo un síntoma que desconcierta tanto a pacientes como a profesionales.

No se trata solo de que haya distintos tipos de mareo, sino de que su origen puede estar en sistemas corporales muy distintos: desde el oído interno hasta el cerebro, pasando por el aparato circulatorio. Y lo más importante: en algunos casos puede ser la antesala de una emergencia médica, como un ictus.

Cuando el cuerpo avisa: señales que no hay que ignorar

La mayoría de las veces se resuelve sin mayores consecuencias, pero no siempre es así. De ahí la importancia de aprender a diferenciar entre un mareo pasajero y una señal de alarma. Esa es la clave para saber cuándo acudir al médico de cabecera, cuándo insistir en una derivación y cuándo dirigirse directamente a Urgencias.

“En primer lugar hay que intentar diferenciar si hablamos de un mareo simple, en el que existe una sensación incómoda y desagradable pero sin otros síntomas asociados, o un mareo acompañado de ilusión de movimiento (en el que por ejemplo tenemos la percepción de que nuestro entorno gira), que conocemos como vértigo”, explica el Dr. Agustín Querejeta Coma, especialista de la Unidad de Trastornos del Movimiento del Servicio de Neurología del Hospital Universitario Infanta Elena, centro integrado en el servicio público madrileño de salud (SERMAS).

El especialista distingue también otros dos tipos de sensaciones vinculadas al mareo: “Es importante diferenciar estas dos situaciones de la inestabilidad o desequilibrio, que puede suceder de forma independiente o acompañarse de mareo. Existe un cuarto supuesto, causado por una disminución transitoria del aporte sanguíneo al cerebro [...] que conocemos como presíncope (o síncope, si llega a haber pérdida de conocimiento)”. Esa primera clasificación, explica, ya permite hacer un primer enfoque clínico.

Un síntoma frecuente… y desconcertante

Pero ¿por qué es tan común este síntoma? El Dr. Querejeta lo explica así: “El mareo (sobre todo el mareo ‘simple’) es una manifestación de muchos procesos con mecanismos diferentes y, al final, todos o prácticamente todos vamos a experimentar mareo en un momento dado”. Lo que lleva a muchos pacientes a la consulta no es solo el malestar, sino el miedo: “La naturaleza desagradable de los síntomas y el hecho de que popularmente se asocie a problemas del sistema nervioso lo convierte en un síntoma alarmante para muchos pacientes”.

Identificar el origen del mareo implica muchas veces decidir si estamos ante un problema que afecta al oído interno (de competencia otorrinolaringológica) o al sistema nervioso central. “Generalmente puede haber datos ya en la historia clínica como por ejemplo que el mareo se acompañe de síntomas auditivos (como pérdida de audición, acúfenos etc)”, indica el especialista. Añade que, en muchos casos, “los hallazgos en la exploración pueden ayudar a identificar una disfunción bien del oído bien del sistema nervioso central o incluso, en casos raros, de ambas simultáneamente”.

Ictus, vértigo y otras causas graves

Una de las claves del diagnóstico es, según Querejeta, el momento en que aparecen los síntomas. “Si tuviera que elegir me quedaría con la cronología de los síntomas. Esto nos permite identificar situaciones potencialmente urgentes, por ejemplo cuando un mareo, un vértigo o una inestabilidad pueden ser la manifestación inicial de un ictus, sobre todo cuando los síntomas se inician de forma rápida”.

Otros datos importantes que se deben valorar son los síntomas acompañantes: “Es también crucial identificar síntomas como la presencia de sensación de giro de los objetos o si hay datos que sugieran un trastorno claro del equilibrio (por ejemplo que el paciente tenga que separar los pies para no caer)”.

No todos los casos de mareo deben llegar al neurólogo, pero sí hay situaciones en las que su intervención resulta clave. “En general somos de especial utilidad en casos en los que hay trastornos del equilibrio o de la marcha asociados, si hablamos de cuadros crónicos”. Y si hay sospecha de que el mareo puede deberse a un ictus, la actuación debe ser inmediata: “Si existe sospecha de un trastorno cerebrovascular agudo (i.e. ictus) el paciente debe ser atendido de forma urgente”.

Qué pruebas ayudan a saber más

El diagnóstico preciso no siempre es fácil. Por eso, además de la historia clínica, a menudo se requieren pruebas complementarias. “Es habitual que un paciente precise la realización de una prueba de neuroimagen (resonancia magnética o TAC del cerebro)”, señala Querejeta. A esto se suma que “existe un abanico de pruebas que se pueden realizar buscando respuestas a preguntas clínicas concretas”.

Respecto a las enfermedades neurológicas en las que el mareo es un síntoma frecuente, el especialista subraya su carácter inespecífico: “Lo podemos encontrar en gran parte de nuestro espectro clínico. Hay mareo frecuentemente en la migraña o como efecto adverso de muchos fármacos, pero también lo hay en el ictus y en patologías degenerativas crónicas”. En este punto, insiste, la historia clínica es clave para establecer el contexto.

Tratamientos y estilo de vida

Sobre el tratamiento, Querejeta es tajante: “No existe un fármaco ‘anti-mareo’ que funcione de manera universal”. Explica que “como los mecanismos por los que se produce el mareo son tan variados, es de esperar que haya multitud de opciones de manejo, dependiendo de la patología que lo cause”.

A menudo, lo que el paciente espera es una pastilla que alivie los síntomas, pero eso no siempre es posible ni recomendable. De hecho, hay medidas de estilo de vida que pueden marcar la diferencia, sobre todo en el caso de los mareos crónicos. “Sea cual sea el origen de los síntomas, es fundamental mantenerse activo físicamente”, recomienda. Y añade: “Esto es especialmente importante cuando aparece por primera vez o recurrentemente mareo, pues puede invitar a pausar la actividad [...] pudiendo ser perjudicial a largo plazo”.

No se trata de forzar el cuerpo más allá de lo razonable, sino de evitar que el miedo al mareo lleve a un sedentarismo que empeore el equilibrio. Por eso, el neurólogo insiste en el valor de los hábitos: “Establecer rutinas saludables es beneficioso para todos”.

En definitiva, el mareo no debe ignorarse, pero tampoco generar un alarmismo innecesario. Saber identificar sus matices, consultar a tiempo y confiar en una buena valoración clínica sigue siendo la mejor vía para descartar lo grave, tratar lo leve y recuperar la estabilidad.