Con Jesús Quintero muere un tiempo, el de la vida lenta, el de la profundidad jovial, el de la osada escucha. Desde la radio a la televisión sin dejar de cultivar el arte de los silencios. Su solemnidad atravesó los transistores y aquellos televisores culones de los ochenta. Fue una celebridad muy pronto. Primero fue El Loco de la Colina, luego fue El Perro Verde. Cuando llegó Cuerda de Presos ya era un acontecimiento. Creador de formatos y espacios, supo dar voz a quien nadie escuchaba. El Vagamundo y los Ratones Coloraos en Canal Sur le trajeron a un tiempo nuevo, a un público joven que se reía con El Risitas y se sorprendía de las puyas que cruzaba con Antonio Gala. El mundo había cambiado. Luego llegaron los móviles, Youtube, Twitter… los días se aceleraban y Jesús fue echándose a un lado.

Nunca abandonó su compromiso con la verdad y con la jarana. Bajo su gesto grave se escondía una persona liviana y cercana. Verlo reír con sus personajes era una de las partes más bellas de su espectáculo. Era este país el que estaba loco, él era un cuerdo, un lúcido, una lupa a través de la que todos mirábamos el mundo. Los periodistas le admirábamos, los entrevistados le temían. No sabía guardarse una pregunta. Todos querían ir a su programa, pero no sabían cómo iban a salir de allí. Sacaba luz a personas sombrías y sombras a personas luminosas. Siempre sorprendía. Suyo fue un tiempo que ya no existe.

Jesús Quintero nació en San Juan del Puerto, en Huelva, el 18 de agosto de 1940. Tres años antes en Huelva había nacido Jesús Hermida. Cualquier mirada al pasado asusta. En sus inicios, Jesús fue actor, vocación que no abandonó nunca. Sus entrevistas estaban llenas de dramaturgia. Cómo miraba, cómo mascaba las preguntas, lo que decía cuando no decía nada. Lo que callaba cuando hablaba.

Con Jesús Quintero muere un tiempo. Será difícil encontrar a alguien como él. Ahora los silencios incomodan. Ahora todo está lleno de ruido, frases de relleno y verdades a medias. Siento su pérdida y la de un modo de hacer espectáculo. La conversación ha pasado a mejor vida. "Hay muchas voces y gritos en la comunicación actual que esconden que no hay nada que decir. En la televisión no están ni los verdaderos sabios, ni los verdaderos artistas", llegó a decir el maestro.

Arrancaba la verdad a los invitados a base de preguntas inteligentes, pausas y miradas cómplices. Le dio su sitio a personajes en el umbral, ahora se diría frikis, aunque con él eran especiales. Lanzó mil preguntas sin respuestas, esperando que sus interlocutores rellenaran los espacios en blanco. Sabía escuchar, algo que ya no se estila, hasta que el ritmo de los tiempos le apartó en la cuneta. “Ya no hay artistas”, se quejaba de una televisión a la que elevó a categoría de arte. Fantaseaba con escribir un libro para hablar de aquellas entrevistas que pudieron ser y no fueron por culpa de las presiones. “No sé si llamarlo ‘A mis queridos hijos de la gran puta’”, bromeaba en una mesa redonda en la Fundación Manuel Alcántara que se hizo viral gracias a una discusión con Carlos Alsina. “Yo no existo, estoy prohibido”, se quejaba, recordando un tiempo que ya se fue. Quintero ha muerto, y con él una forma de hacer periodismo que escuchaba y no gritaba, que dejaba reflexiones en la noche. Bienvenido sea al jardín, como decía su admirado Beni de Cádiz.