Uno de los testimonios más estremecedores que yo he oído en mi vida lo escuché de labios del poeta y Premio nacional de las Letras Félix Grande. Contó la versión edulcorada en un documental sobre Lorca, pero los amigos conocimos toda la extensión de la crueldad de los hechos.  Me lo contó cuando yo investigaba la historia de Federico García Lorca y Juan Ramírez de Lucas que cuajaría luego en la noticia dada a la prensa por mi parte, y la aparición de los numerosos inéditos, que plasmé en la novela testimonio Los Amores Oscuros. Se trataba de los momentos finales del poeta más universal de nuestras letras. A Félix, se lo había contado en la intimidad el poeta y amigo de Lorca, Luis Rosales, en cuya casa se escondió y detuvieron a Federico. Rosales le narró cómo, tras fusilarlo, le dieron “el tiro de gracia”, no en la cabeza, para acortar la agonía de lo que no fue una muerte instantánea, sino “en el culo, por rojo y maricón”. Lo iban contando por las tabernas de Granada y luego en Madrid los infames Juan Luis Trescastro y Ramón Luis Alonso, que se vanagloriaban de haber sido los responsables de la detención y asesinato de Lorca. Esto fue lo último que oyó, según Rosales, el poeta de Granada al que, ni siquiera concedieron, como al Cristo Longinos, la lanzada final de piedad. Esta imagen del mayor poeta de nuestra historia, teniendo que oír en sus últimos segundos de vida la última afrenta, y saber, según aseguró a Félix, Luis Rosales que probablemente echaron a Lorca en la fosa aún respirando, es una de las imágenes más dolorosas que me han acompañado desde hace años. Aún lo hace.

Todo esto ha vuelto a mi memoria, lo hace con cierta asiduidad, y más en agosto, fecha en la que sucedió tal canallada, en una madrugada de sangre y odio. La conciencia histórica, el compromiso civil que todos debemos tener y más los que tenemos cierta relevancia pública nos compromete por los que fueron asesinados, tan cruelmente por ser, entonces, y los siguen siendo hoy. El cruel asesinato del joven Samuel en la Coruña, ha hecho que todo este trasunto que me atormenta con cierta continuidad, vuelva con un mes de antelación a la dura efeméride del asesinato de Lorca.  Una de las cuestiones más sangrantes es que, todavía, los medios y los investigadores se resistan a decir que el brutal crimen contra Samuel no puede todavía considerarse “un delito homófobo”, “un delito de odio”. Allá ellos con sus pesquisas, y con su tibia manera de blanquear un asesinato tan vil. Procedimientos y garantías jurídicas aparte, si te apalizan hasta la muerte al grito de “maricón de mierda”, no sé qué más se necesita para decir que es un crimen homófobo. Uno más como el de Federico, casi un siglo después. No tengo dudas.

En mi artículo anterior, “La Homofobia Institucional”, hablaba de la tibieza de las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado, de la judicatura, e incluso de algunos medios de comunicación, ante delitos tan execrables. Hemos tenido que leer titulares como “ha muerto un joven en Coruña”, cuando lo exacto, informativa y lingüísticamente es “ha sido asesinado”. En el citado artículo señalaba cómo el discurso del odio, personalizado en cierto grupo filo fascista español enquistado en nuestras instituciones, ha sacado de los armarios a los hijos y nietos de aquellos que asesinaron a Federico al grito de “por rojo y maricón” y lo echaron en una fosa, agonizando, aún vivo. Estamos ante un punto de inflexión en occidente. Hay una auténtica internacional neofascista, organizada, plena de soberbia y recursos económicos, planificando sus estrategias en todo el mundo, especialmente en Europa. En la particularidad española, los infames integrantes de VOX se han atrevido a manosear el caso de Saúl, generando más discurso de odio, hablando de los musulmanes como homófobos. Es curioso. Ellos tienen en común con los integristas islámicos la satanización del feminismo y de las identidades LGTBIT+, el alentar el desprecio y el odio contra estos colectivos, o el señalamiento de personas, con nombres, apellidos y direcciones, como acaban de hacer con el director del diario satírico El Jueves. Exactamente lo mismo que lo que los terroristas hicieron con la redacción del magazine satírico francés Charlie Ebdo, con el resultado de muerte que conocemos. Dicen los integrantes más representativos de VOX que tomarán medidas contra todos aquellos que les vinculen con los delitos de odio por incitación. Pues bien, voy a enumerar algunas de las declaraciones de sus mayores dirigentes desde que aparecieron en la escena política española, en el Congreso de los Diputados, en el Senado, así como en ayuntamientos y comunidades autónomas. El diputado en el Congreso Iván Espinosa de los Monteros dijo en sede parlamentaria: ”en España hemos pasado de dar palizas a los homosexuales a que ahora impongan su ley”. Según dice el mismo le parecería bien cuando se podía dar palizas a los homosexuales.  El ex número uno de VOX por Albacete, Fernando Paz, declaró: “hasta en Irlanda aprueban el matrimonio gay. Con la firmeza del sonámbulo, Occidente se precipita al abismo”. La diputada de la misma formación Gádor Joya dijo: “si mi hijo fuera homosexual, preferiría no tener nietos”. Juan Ernesto Pflüguer, apellido curiosamente muy germano, el director de comunicación de VOX, aseguró: “¿por qué los gays celebran tanto el día de San Valentín si lo suyo no es amor, es solo vicio?”. La diputada Rocío Monasterio, encendida partidaria de las terapias reconductuales para “curar homosexuales”, base de las torturas y leyes de peligrosidad social creadas en la España franquista a manos de los psiquiatras López Ibor y Vallejo-Nájera, declaró: “el orgullo gay es una caricatura y una jornada denigrante”. Y el líder indiscutible del partido, Santiago Abascal, sigue manifestando, en contra de la ley española, es decir, de nuestra legalidad vigente, que “el matrimonio es la unión entre un hombre y una mujer”. Tal vez por esa misma razón, ha expresado la semana pasada, ante la estupefacción de todos los partidos democráticos  y países avanzados que conforman la Europa democrática, su apoyo al presidente de Hungría Viktor Orbán, y su ley calcada del dictatorial Putin, equiparando la homosexualidad a la pederastia. El silencio cómplice, por cierto, del principal partido de la oposición, el PP, y sus dirigentes, en especial de su joven líder, Pablo Casado, es tan locuaz como los insultos de los asesinos de Samuel. Por mucho que los necesiten para gobernar, los hace blanqueadores de los que alientan estos discursos, probablemente porque nacieron en su seno.

Es probable que yo forme parte de esos intelectuales, radicales de izquierdas, que pretenden imponer “el imperio gay”, pero los hechos y declaraciones en la sede de la soberanía popular de nuestro país, en los medios de comunicación, en los ayuntamientos y gobiernos autonómicos no dejan lugar a dudas de quienes están alimentando y dando carta de naturaleza a comportamientos de odio, de cacería y ensañamiento en nuestra sociedad. Es una pena que ese cacareado “lobby gay” del que ellos hablan, insistentemente, no exista, y no esté realmente organizado. Deberíamos hacerlo y empezar a llevar a los tribunales, supranacionales de ser necesario y de Derechos Humanos, a estos partidos y sus dirigentes, ante la comprensiva actitud de los jueces españoles frente a carteles como los que criminalizan con mentiras a los mena. Lo que mata el odio es la verdad, es la bondad, es la diversidad, es la vida, es la democracia. VOX nunca debió ser legalizado, como sus análogos en Europa. Estamos a tiempo de pedir su investigación e ilegalización como se ha hecho en Grecia con Amanecer Dorado. Para alguien como yo, que conoce bien la mirada, las palabras, la amenaza, la violencia del odio, en su propia familia, en sus calles, en los medios de comunicación, la muerte de Federico García Lorca y de Samuel Luiz son la misma. Tienen la misma raíz podrida: la cobarde furia de unos animales que no deben ser admitidos en la sociedad.  Los insultos que ellos sufrieron mientras los asesinaban los hemos oído muchas veces y, desgraciadamente, los seguiremos oyendo ante la tibieza en condenas judiciales. Este es un país menos justo, menos libre, menos democrático, mientras no se aborden en serio y de forma integral, estas cuestiones.