Todos los presentíamos en ElPlural.com, ninguno lo dijimos. Entre el compromiso de plasmar la intuición informativa y “querer seguir creyendo” en que Julen volvería a jugar en su playa de El Palo,en Málaga, apostamos por unirnos a la ola de tener fe en ese “milagro” laico o religioso. Entre el 0.01 de posibilidades imposibles y remotas de que Julen estuviese vivo, decidimos pedir casi lo imposible y aferrarnos a esa mínima posibilidad de unirnos a las manos y brazos de los ocho héroes mineros y agarrar al niño y traerlo a su casa.

Apostamos también por no contaminarnos del periodismo fúnebre. Decidimos no intoxicarnos de los agoreros habituales, de los que difunden fatídicos bulos. Entre todo eso optamos por narrar, contar lo que veíamos y estaba sucediendo y aparcar, que no esconder, la posibilidad de la muerte de Julen.

La experiencia en este tipo de informaciones nos recuerda que ante la inminencia de una tragedia -y la muerte de Julen lo ha sido-, ante la percepción de que un final luctuoso acecha  -y siempre lo presentimos-, ante los argumentos técnicos y médicos previos de que la vida del niño en el pozo del Dolmen del Cerro de la Corona había que conjugarla en pasado, nos agarramos como toda España al muy difícil escenario de que permaneciese en el pozo con vida.

Pero el “milagro” de Totalán no pudo ser. “Un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible te ha derribado”, pequeño Julen. La realidad nos ha devuelto a nuestros temores. En el fondo de ese infame pozo yacía un niño a bajas temperaturas, sin agua, sin comida, fracturado y desollado por una caída desde una altura equivalente a la Giralda. ¿Cómo iba a tener su pequeño corazón el ritmo armónico de sístoles y diástoles? Quisimos estar en ese movimiento de solidaridad de toda la gente de bien y pensar que la pesadilla acabaría en esta fría y dura madrugada con Julen entre nosotros.

No pudo ser. Todos los presentíamos pero ninguno lo dijimos. Decidimos equivocarnos pero mantener en esa ilusión porque era necesario y lo volveríamos a hacer. Algunas veces, solo a veces, a los escribidores de la realidad, a los narradores del día a día, este oficio se nos hace duro. Trece días tan duros como la cuarcita que escondía al niño paleño.

Julen, ese monte que te tragó no ha querido devolverte. Esa tierra que te enterró lo ha hecho para siempre. Es muy cruel, no hay derecho, no es justo, es una canallada, una inmensa putada. Todos lo presentíamos, ninguno lo dijimos y ya no “podemos querer seguir creyendo”. No lo arrebataron. Adiós, hasta siempre, Julen.