Crear opinión, marcar tendencias, y ser referente para miles de seguidores es la misión de todo buen influencer. Pero aunque pueda parecer moderno, este oficio tiene siglos de historia, más allá de las redes sociales, de internet y el mundo digital, la historia de España cuenta con “influencers” de lo más curioso y que nada tienen que envidiar a los reyes de Twitter o Instagram.

Si en nuestros días tenemos a Dulceida y otros tantos influencers que rigen el rumbo de la moda, en el siglo XVIII teníamos a María Josefa Pimentel y Téllez-Girón (1750-1834), más conocida como la condesa de Benavente y duquesa de Osuna capaz de introducir en España las más sofisticadas prendas de la corte francesa. Y al igual que nuestros influencers tratan siempre de lucir palmito ante la cámara de los mejores fotógrafos, María Josefa no se quedó atrás haciéndose retratar a la moda de María Antonieta por los pinceles de Francisco Goya (vale que no es una cuenta de Instagram pero no está nada mal).

 

La duquesa de Osuna rivalizó con la propia reina María Luisa de Parma en cuestión  de modas con fiestas monumentales que harían palidecer cualquier photocall de nuestros días.La ingente cantidad de seguidores que puedan tener youtubers como El Rubius, nos podría hacer pensar en los predicadores del siglo XVII que convertidos en una especie de showmans abarrotaban, catedrales, iglesias y todo tipo de templos.

Un buen ejemplo sería Fray Hortensio Félix Paravicino (1580-1633) cuya retórica le proporcionó tal fama que acabó siendo predicador real. De este modo sus palabras eran tan influyentes que podían afectar al mismísimo rey.  De hecho así pasó cuando Paravicino acusó de inmoral a Calderón de la Barca, por haberse saltado a la torera la clausura de las monjas trinitarias de Madrid, entre las que se encontraba la hija de Lope de Vega.

Como Lope y el predicador eran amigos éste último puso el grito en el cielo ante el rey clamando venganza para su amigo, sin embargo el joven Calderón tramó una artimaña con la que burlar a la censura, para poder así llamar públicamente chivota al predicador en una de sus comedias.

 

Fray Hortensio Félix Paraviccino, como todo buen influencer, se codeó con lo más florido del artisteo del momento, Góngora, Juan de Jáuregui e incluso el Greco quien le retrató en este lienzo.

Si los predicadores tenían poder, no se quedaban atrás los confesores que conociendo las debilidades de reyes y príncipes utilizaban el chantaje espiritual como “influencers” de conciencias, siendo destacado el papel de sor Luisa de la Ascensión (1565-1636) (más conocida como la monja de Carrión) y sor María Jesús de Ágreda (1602-1665), las cuales respectivamente fascinaron a Felipe III y Felipe IV haciendo uso de sus poderes místicos.

En el último, caso la influencia fue tan descarada que sor María Jesús de Ágreda terminó dando consejos de guerra a Felipe IV desde la clausura de su convento soriano. Para ella todos los males de España derivaban de las correrías y “mocedades” de Felipe IV, pero cuando en 1648 precisamente un hijo bastardo del rey triunfó militarmente en Nápoles el monarca no pudo por menos que escribir una carta plagada de frases inclasificables como: “Sor María, muy confuso me deja el ver que cuando yo ofendo tanto a nuestro Señor, El me favorece”.

Y así podríamos seguir con otros tantos personajes como la Princesa de Éboli (1540-1592) cuyo temperamento le valió un puesto en las altas esferas de la política de Felipe II. De igual manera el descrédito que sufren algunos influencers por la red, lo padeció doña Ana en su persona acabando no con la cuenta de Facebook cerrada unos días, si no desterrada de por vida en su villa de Pastrana.  

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Doña  Ana de Mendoza, princesa de Éboli fue sin duda una its girls del Siglo de Oro, aunque como sucede con los influencers actuales también sufrió las consecuencias negativas de la fama.

Incluso personajes extravagantes que como sucede con algunos influencers cuya sola presencia les hace protagonistas en fiestas y saraos, tiene su semejanza con los bufones cuya desproporcionada anatomía o directamente sus problemas mentales les permitían el privilegio de ser los únicos que pudieran hablar “con claridad” al rey, esto hacía que en más de una ocasión la amistad con enanos o locos de palacio fuese todo un privilegio por muy estrambótico que fuese el bufón.

 

El bufón Calabacillas pese a sus evidentes problemas mentales ganaba un elevado sueldo además de contar con carruaje, mula y acémila.