Hace tiempo que no veo aquel aviso que en otro momento era frecuente. “Estas imágenes pueden herir la sensibilidad del espectador”. Era una frase que precedía a cualquier retransmisión en que apareciera sangre, cadáveres, violencia explícita o cualquier cosa que pudiera impresionarnos. O, como diría la televidente, cualquier cosa que nos inquiete, nos atormente o nos perturbe.

Hoy, sin embargo, debemos perturbarnos poco, por más que la adivinadora nos lo pregunte cada madrugada desde nuestras pantallas. Porque el cartelito de marras no aparece apenas. Y dudo si es porque nos hemos hecho a todo, o porque ya no nos hacemos a nada.

Si comparamos las imágenes dramáticas que acompañaron a los peores dramas de este país, desde los atentados terroristas más sangrientos a las catástrofes aéreas, con las de la pandemia, se diría que esto no tiene ni punto de comparación con aquello. El dolor y el desgarro que veíamos entonces no lo hemos visto ahora y, sin embargo, si nos ponemos a pensar, el número de muertes ha multiplicado casi por mil a las causadas por hechos tan horribles como el 11 M. ¿Por qué?

El cómputo oficial de fallecimiento supera los 28.000, es un hecho. Sin embargo, no hemos visto ni 28 ataúdes en nuestras pantallas y, aunque se haya mostrado alguna historia humana, no han sido apenas. Como si fuera algo tan lejano que nos impide ponernos en la piel de las víctimas

Reconozco que, en un principio, yo rechazaba de todo punto el alarmismo y el pesimismo constante de ver el vaso medio vacío. Y creo que necesitábamos un punto de vista positivo que nos ayudara a situarnos en un escenario impensable meses antes. Teníamos que cantar a voz en grito que resistiríamos para creerlo, porque la cosa estaba muy difícil.

Pero en algún momento debió hacerse un cambio de foco y no supimos verlo. Hay un límite entre la necesidad del mensaje positivo y el infantilismo de ocultar lo negativo que no hemos sabido traspasar. Y las noticias siguieron siendo tan dulcificadas que mucha gente no ha llegado a ser consciente de la gravedad del problema. Y de ahí a incumplir las normas de prevención hay solo un paso. Pero puede ser un paso que lleve al abismo de los contagios masivos.

Recordemos, sin alarmismos pero sin paños calientes, que el virus mata. Y que nadie es intocable. Que puede atacarnos y, lo que es peor, puede utilizarnos para matar a quienes más queremos. Así de claro.

Esto no es algo que pase a otras personas. Nos pasa a todos.