Ser joven y tener un trabajo se ha convertido en la última década en un privilegio. En un status que no todos pueden alcanzar. Y tenerlo, de lo que han estudiado o se han formado es toda una hazaña. El mercado laboral se ha convertido en un ámbito hostil para los menores de 25 años, pero también para los que ya han superado esa cifra y rozan los 30. Los datos publicados el pasado mes de julio por Eurostat son un reflejo de ello: el 41,7% de los jóvenes españoles se encuentran en situación de desempleo. En este sentido, España lidera el ranking de la Unió Europea con las peores cifras de desempleo juvenil superando a países como Grecia e Italia. Un drama social que no cesa y que, no es nuevo para los conocidos como millennials, pues ellos mejor que nadie saben lo que significa convivir con crisis económicas.

“La juventud está padeciendo dificultades graves en el ámbito laboral y también para acceder a la vivienda. Y en el caso de las mujeres, el porcentaje es mayor. Hay una precariedad laboral generalizada con bajos salarios y alta temporalidad lo que les impide poder planificar proyectos de vida a medio y a largo plazo. La tasa de emancipación de la población menor de 25 años aquí en la Comunidad Valenciana se encuentra en un 19%”, explica Ana Belén Montero secretaria de Política Social y Juventud de Comisiones Obreras en la Comunitat Valenciana.

Esta situación, paradójicamente, se está dando especialmente entre las personas con más formación académica. Es decir, aquellas que siguen el camino académico establecido: carrera universitaria, máster, idiomas e incluso los que se animan al último eslabón, el doctorado. Todo lo anterior no les garantiza tener una vida estable y tampoco aspirar a un sueldo digno. Este perfil es el que más se tiene que reinventar o emigrar a otros países en búsqueda de nuevas oportunidades. Así lo corrobora el informe de 'Inserción laboral de los egresados universitarios' de 2018 del Ministerio de Ciencia: el 27,7% de los jóvenes que se graduaron en 2014 no tenían empleo cuatro años más tarde.

Sara, una madrileña de 24 años está haciendo precisamente ese recorrido y aunque todavía no lo ha acabado ya vislumbra un futuro negro. Se acaba de graduar en Derecho por la UNED y ahora está apunto de comenzar el máster de Abogacía, porque sin él no puede ejercer. Durante los años de la carrera ha compaginado sus estudios con todo tipo de trabajos para poder tener un colchón económico. “Llevo trabajando desde los 18 años en todo tipo de trabajos como eventos, ventas a pie de calle y teleoperadora. Este último ha sido el contrato más largo que tuve y cobraba el salario mínimo más comisiones. Era una manera de descargar un poco en casa”, indica la joven.

La Covid-19, como no, también ha puesto en stanby los planes de Sara quien tenía pensado independizarse con su pareja a las afueras de Madrid. “Mi idea era irme a un pueblo, estar en la capital es carísimo. El paro de mi anterior trabajo se me acabó en abril y de las prácticas percibía un ingreso muy bajo con lo cual hasta que no consiga un trabajo estable, no puedo irme de casa y de momento me queda por delante año y medio de máster”, lamenta Sara quien, no solo por su experiencia conoce el problema de acceso a la vivienda de los jóvenes, sino que, además ha participado en la Plataforma de Afectados por la Hipoteca. “Yo soy del triple sí. He estado trabajando y estudiando a la vez, y también he hecho voluntariados y participo en el activismo de la vivienda”, indica.

Sobre la importancia de garantizar el acceso a la vivienda, la responsable de CCOO también considera relevante “aumentar las ayudas al alquiler” entre los jóvenes para poder hacer frente a este problema. No obstante, Montero recuerda que hay muchas más cuestiones pendientes: “Estamos en un escenario donde vemos abuso de prácticas no laborales, ascenso de falsos autónomos y del empleo sumergido. Hay que apostar por fórmulas que permitan acabar con esta desigualdad”.

La sindicalista también recuerda que la crisis del 2008 “introdujo mecanismos que agravaron” mucho la situación de los jóvenes y que a día de hoy siguen vigentes como la reforma laboral que impulsó el PP. “La reforma laboral ha producido consecuencias muy lesivas como el abaratamiento del despido, la prevalencia del convenio de la empresa sobre el sectorial, un aumento de la temporalidad y la inestabilidad”, afirma. En este sentido, recientemente el Gobierno ha anunciado su intención de retomar la derogación parcial de esta reforma tal y como en su día ya anunció el ejecutivo.

En cuanto a la crisis económica que ya se está notando a raíz de la pandemia del coronavirus, Montero asegura que desde el estado de alarma han recibido muchas consultas de personas jóvenes en ERTES o en que se encuentran en condiciones complicadas en su puesto de trabajo. “Aunque es verdad que hay mucha gente joven formada en paro, en este caso, la crisis del covid está afectando a aquellas personas que no tiene cualificaciones y que trabaja en sectores como el turismo y hostelería”, indica.

Sin embargo, antes del estallido de la pandemia, el escenario laboral ya reinaban la precariedad e inestabilidad. A. R. es una arquitecta valenciana y a sus 26 años todavía no ha logrado un contracto que no sea de prácticas en una empresa. “Cuando acabé la carrera no sabía lo que me venía encima. La verdad que no me veía abocada al paro o a tener que irme al extranjero. Mi idea principal era hacer un doctorado para dar clases en la universidad. Pero me denegaron la beca y sin esta vives del aire”, cuenta.

Con los planes desmontados, A. R. empezó a buscar trabajo en diferentes empresas y reconoce que le han ofrecido de todo, menos un contrato digno. “Me han ofrecido trabajar como falsa autónoma, decirme que me matriculara en un máster para así poder seguir haciendo prácticas a 300 euros al mes. Y hasta se han reído de mi en las entrevistas de trabajo recriminándome falta de experiencia. Y para nada es así. He hecho prácticas durante toda la carrera”, lamenta la joven.

Pero, sin duda, hubo un episodio que le marcó especialmente. Fue durante el mes de enero. A. R. logró entrar en una empresa tras pasar por un duro proceso el cual constaba de dos entrevistas. Su primer día, sin todavía firmar el contrato, consistió en estar todo el día en un despacho. “El segundo día cuando llegué a la oficina, me llamaron los de recursos humanos para firmar el contrato. Y poco después me presentaron la carta de despido. Me alegaron que estaba en un período de prueba, pero a mí nadie me informó de ello. Lo denuncié a inspección de trabajo”, explica.

Para A.R lo que le preocupa que esta nueva realidad marcada por la pandemia siga tapando este problema. “Ya se hablaba poco de esto, ahora menos. Y no solo eso, sino que solo salimos en las noticias por los botellones. Somos una generación que no tiene salidas”, critica. Pese a todo, esta joven valenciana espera que la situación mejore y poder encontrar trabajo aquí antes de tener que irse a Alemania com han hecho gran parte de sus compañeros de profesión.