Ojalá haber nacido en un librería, o morirse en una. Los libros son parte de nuestro ADN: el mundo está lleno de gente que necesita escribir y gente que necesita leer. Lectores lo somos todos, más o menos curtidos o más o menos experimentados, pero un libro entre las manos es una constante en nuestra vida. Creo que por eso todos deberíamos ver nacer una librería al menos una vez en la vida. Porque siempre trae esperanza y nos explica un poquito mejor quiénes somos.

El parto de una nueva librería.

El sábado pasado vi nacer una. Fue un acontecimiento que Pérez Galdós, si hubiera estado, podría haber añadido en sus Episodios Nacionales. No se puede decir que haya visto muchas librerías en su primer día en el mundo, pero sí he estado en bastantes inauguraciones, cosa que me permite darme cuenta de que las librerías pertenecen a una dimensión distinta. Para empezar, en las librerías hay niños. Pero los hay de verdad, no esos muñecos agarrados de las manos de sus padres, preguntándose inocentemente qué hacen allí. El sábado había niños siendo niños. No, aún más bonito, había niños poniendo esa cara que sólo los niños saben poner: la de estar descubriendo un nuevo mundo que, aparentemente, nadie había sabido ver hasta entonces. En esa librería, tan nueva, tan llena de historias complejas, había decenas de niños entusiasmados por libros y por manualidades, por toda la creatividad que de repente se expandía frente a sus ojos. Entonces, ya no solo había niños, sino lectores llenos de ilusión. Había muchas miradas nuevas y aún más necesarias: con la librería, vimos nacer un futuro que probablemente tardemos años en comprender del todo, pero que será tremendamente gratificante.

Los libros nos hacen un poco más felices

La cultura abrazó desde direcciones muy diversas a personas muy distintas. La librería sufrió una metamorfosis para convertirse en santuario. Sin atisbo de fanatismo, todos los asistentes creímos en una misma idea con mucho cariño: los libros nos hacen un poco más felices a cambio de muy poco. 
Como esa frase que ya nadie sabe a quien atribuírsela: no pases la noche con alguien que no tenga libros, tampoco te quedes con una persona que no suspira al entrar en una librería.
Mucho menos si no lo hace en una pequeña y nueva, de las que las estanterías aún tienen más ilusión que libros y todos ellos te están pidiendo, por favor, que los hojees. Deja que una librería te adopte y tú adopta una librería. Cambia tu estado de Facebook por "en una relación estable con la librería de tu barrio". Los libros no son capricho, son constituyentes de lo que significa ser uno mismo. Por ello, un beso muy fuerte a La Carbonera, la librería que he decidido adoptar y que yo sé que ella me adoptó a mí antes de que yo si quiera pudiera sospecharlo. Imagen de Public Co en CC para Pixabay