Hace pocas semanas se desató en las redes sociales la polémica por la más reciente acepción de la Real Academia Española (la RAE): ‘iros’, que se admitirá a partir de octubre como alternativa a ‘íos’ o ‘idos’. El escritor Arturo Pérez-Reverte, T para sus colegas académicos y sin duda el más activo de todos ellos en Twitter, anunciaba la noticia en la red social del pajarito, donde, para sorpresa de todos, se contaron por decenas los tuiteros que defendieron las antiguas formas, como si realmente éstas se vieran con frecuencia en los textos de 140 caracteres.

Vocación descriptiva y no normativa

Seguramente todo esto sea una buena noticia. Seguramente signifique que a los hispanohablantes les interesa mucho su idioma. O no. Puede que lo ocurrido sea solo un reflejo más de que en Twitter cualquier excusa es válida para montar follón. Y no es la primera vez que el idioma es el detonante, ya ocurrió cuando las redes se hicieron eco de peticiones de Change.org como la que pedía a la RAE que eliminase las acepciones 'sexo débil' y 'sexo fuerte', o cuando el Consejo Estatal del Pueblo Gitano solicitó que se eliminase la quinta acepción en el Diccionario (DRAE) de la palabra ‘gitano’, que la definía como ‘trapacero, que con astucias, falsedades y mentiras procura engañar a alguien en un asunto’. En ambos casos se acusaba a la RAE de alimentar sendas imágenes sociales negativas con sus definiciones, pero la Academia reivindicó su vocación descriptiva y no normativa, y para ejercerla, su método científico que, manejando los medios de comunicación, la música, la literatura o la ciencia, crea bases de datos para recoger en su Diccionario cómo se usa el español en la calle, en España y en América, donde vive casi el 80 por ciento de los hispanoparlantes. Con todo, la Academia terminó añadiendo una coletilla en estas definiciones para desaconsejar su uso.

Propuesta de académicos respaldados por estadísticas

Y entre tanto vendaval, ¿cómo se decide, con más o menos paz, que una palabra entre en el DRAE? Pues en coherencia con ese impulso de ser fiel a lo que el periodista Álex Grijelmo ha denominado el genio del idioma, la palabra recorre su camino desde las conversaciones de los parlantes de castellano hasta las páginas del DRAE, después de que esos análisis basados en estadísticas de uso de un término demuestren su popularidad. La primera voz de alarma la dan los propios académicos, que se reúnen semanalmente en edificio de la Academia, tras el Museo del Prado (en Madrid), en sesiones con una solemnidad propia de la época del Capitán Alatriste de Pérez Reverte. Los jueves, suena una campanita, y los cuarenta y seis se sientan en sus sillones, cada uno coronado por una letra, que puede estar escrita en mayúscula o minúscula. Así da comienzo la Comisión Delegada del Pleno, y los académicos pueden proponer la entrada de una palabra, o bien, la ampliación del significado de alguna con una acepción nueva (Pérez- Reverte cambió la definición de grafiti, y Muñoz Molina, la acepción ‘marcar paquete’). Respaldan su propuesta con el trabajo del Centro de Estudios de la RAE, ubicado cerca del Estadio Santiago Bernabéu, que somete al término idiomático a sus pruebas estadísticas de uso. Entonces, comienza la marcha: los académicos debaten las palabras propuestas y las redacciones de las ya incluidas. Los debates pueden ser ásperos, y a veces las broncas rebasan  tan dignas estancias, como cuando Francisco Rico y Pérez-Reverte ajustaron cuentas en la prensa por sexismo, o como cuando se abrió una brecha entre lingüistas y escritores al decidir quitarle la tilde a ‘solo’.

La lucha contra los anglicismos

La Academia no introduce un término o una acepción a menos que haya constatado su uso extendido durante cinco años, y ese tiempo a menudo se nos hace largo, y se acaba tildando a la institución de conservadora o prudente en exceso. En el terreno de la tecnología, donde los avances van mucho más rápido que la RAE, a menudo esa tensión se acentúa, y con frecuencia, los anglicismos terminan colonizando el lenguaje de este territorio ante la falta de una alternativa en el DRAE. Aunque la RAE termina reaccionando buscando adaptaciones semánticas o asimilaciones fonéticas: así, ha ampliado el significado de ‘tableta’ o ha admitido ‘tuitear’ o ‘hackear’. Y así va dando cuenta de los cambios del castellano un DRAE que, en el año 2016 batió récords de consultas (que no son lo mismo que visitas, una visita puede suponer varias consultas), con un crecimiento del 58% respecto a 2015, hasta alcanzar 800 millones. Y todo, debido a las que se hicieron en dispositivos móviles, teléfonos y tabletas.