En el debate surgido a propósito de la mutilación animal un argumento habitual es decir que hubo un tiempo en que dicha práctica era legal, sin tener en cuenta (claro está) que la mutilación humana también fue aceptada en nuestro país cercenándose orejas, narices y manos… porque así lo decía la ley.

Parte de esta bárbara costumbre estuvo tan arraigada que ha dejado huella en nuestro lenguaje, de hecho seguimos llamando “pendón desorejado” a aquella persona libertina sin caer en la cuenta de que estamos aludiendo a un castigo que se infringía a las prostitutas y ladrones en el siglo XVII.

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Bien es cierto que la justicia no siempre ha ido hacia delante, por poner un ejemplo podemos ver como en las partidas de Alfonso X el Sabio se impide mutilar el rostro humano con un curioso argumento: “la cara del onbre la fizo Dios a su semajança e por ende ningund juez non debe penar en la cara” sin embargo en pocos años esta ley parecía olvidada cortándose narices por doquier.


Siglos después la mutilación se convirtió en un privilegio que podían imponer autoridades relevantes como los almirantes y así lo recoge el Código de Costumbres Marinas (1791) donde se dice que “el almirante puede hasta cortar orejas y dar vaquetas (azotes) en la nave”.

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Un motivo de mutilación fue la lujuria, castigada en esta vida y en la otra como muestran estas dovelas de la catedral de Santiago de Compostela. Fuente www.hoyesarte.com

De hecho hubo casos famosos como cuando el capitán español Juan León Fandiño le cortó una oreja al pirata Robert Jenkins desembocando el asunto en la Guerra del Asiento, al ser entendido en Inglaterra como un casus belli mientras en España era justicia ordinaria.


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Grabado de 1738 en el que se aprecia (en la esquina superior izquierda) el momento en el que  Fandiño le corta la oreja a JenkinsLas manos también eran objeto de castigo y en el siglo XVI era bastante fácil perderlas. El caso más significativo lo encontramos en el joven Miguel de Cervantes quien por participar en un duelo cuando tenía veintidós años fue condenado:

 “A que con berguença publica le fuese cortada la mano derecha”.

Afortunadamente Cervantes huyó del tribunal que le condenó a ser mutilado. Si llega a ser por la justicia española Cervantes hubiese escrito el Quijote con los pies

Estas mutilaciones eran también fórmulas de marcar a los delincuentes y así lo vemos en la disposición real que Felipe IV promulgó en 1609 en la que se instaba a que a los vagabundos se les marcasen con un hierro incandescente las espaldas y brazos señalándoles así letra B y a los ladrones con una L.


Tan frecuente era la mutilación humana que los tullidos eran tenidos por delincuentes o cuanto menos gente inferior,  generándose así confusiones tan disparatadas como la que nos cuenta Alonso de Palencia en su crónica de la Guerra de Granada cuando dice que entre los cortesanos de los Reyes Católicos se sospechaba que el embajador que habían enviado los ingleses era tuerto porque primero habían enviado ellos uno manco al reino inglés…


El conquistador Pedro de Heredia perdió la nariz en un duelo y mandó que se la implantasen por miedo a aparentar ser un delincuente condenado