Desde hace unos días, Antonio Miguel Carmona está en Grecia. Su visita no es la de un turista más, en una semana tan típicamente viajera. Su estancia busca conocer la situación en la que se encuentran las miles de personas que comparten espacio, intimidades, dramatismo y necesidades en los enclaves de El Pireo, Rizona y Malakasa. Charlamos con él vía telefónica y cuenta que el shock cuando uno llega al lugar, auténtica zona cero del fenómeno refugiado, es enome. 

"La situación es mucho peor de lo que nos llega a través de los medios". Acaba de terminar una de esas visitas y una de las cosas que más le han impactado son las condiciones y situaciones que ha visto. "Niños descalzos pisando charcos" que, por cierto, "son los únicos que mantienen la sonrisa". También hay "enfermedades, peleas frencuentes entre los hombres..." y algo intangible pero que se palpa en el ambiente, "la incertidumbre de no saber qué va a ocurrir con ellos".

Trabajo de las ONG

Los diferentes soportes informativos sí permiten que percibamos desde el sofá de casa el gran trabajo que realizan las ONGs. Si no fuera por sus voluntarios, con seguridad la situación de estos seres humanos sería peor y, sobre todo, no se conocería. Carmona es contundente a la hora de "alabar su gran labor", reconociendo que "me han pedido todo tipo de ayuda".

Aún así, no dan abasto. Cada día cientos de personas se unen a las miles que esperan desde hace tiempo una solución. En algunos lugares, como en Lesbos "han convertido el campamento en un CIE (Centro de Internamiento de Extranjeros), los tratan como si fueran delincuentes", reconoce el dirigente socialista. 

"Mas seguro que en el Parlamento"

En los campamentos hay sirios, afganos, iraquíes y otra nacionalidad de la que poco se habla al referirse a refugiados. Se trata de la iraní que pueden suponer el 5% del total.

Algo que ha llamado su atención es la gran inseguridad que se respira por la propia incertidumbre que viven. Sin embargo, "me siento más seguro fumando un cigarro con ellos que... en el Parlamento", asegura el portavoz socialista en la capital. 

Esa sensación tiene que ver con las mafias del lugar. "Cuando se habla de ellas, la mayoría se refiere a las de fuera, en especial las que operan en Siria", indica. Algunas historias pesonales son verdaderamente dramáticas "como la de una mujer que he conocido y que me contó que se vio obligada a prostituirse para poder pagar su pasaje".

"La mierda está dentro"

En el día a día estos refugiados tienen que hacer frente a las mafias con dinero porque, al margen de los actos de pillaje que padecen en el origen "la mierda también está aquí dentro y aquí es donde actúa". Tras el calvario de llegar a las islas griegas, "hay un montón de 'mercachifles' que les venden las mantas a 20 euros". El Gobierno pone a su disposición autobuses y, de nuevo, las mafias entran en escena y "les cobran un euro por subir y que se puedan desplazar y no ir vagando por las carreteras" para llegar hasta los campamentos. 

"Es terrible", dice Antonio Miguel Carmona por teléfono. "Estamos hablando de una ratonera, aunque no es el término más adecuado, pero para que se entienda en qué situación se encuentran estos 50.000 seres humanos". Cuando Macedonia decidió cerrar sus fronteras "se han quedado aquí encerrados".

Huir de la guerra

En contra de lo que muchos puedan pensar, la mayoría de los que alcazan Europa son padres con hijos. No están dispuestos a que sus vástagos vivan los horrores de la guerra. "No hablamos sólo de gente pobre, sino también de una clase media cuyo objetivo es tan simple como escapar del conflicto". 

Esta misma semana, como consecuencia de los atentados de Bruselas, la primera ministra polaca, la ultraderechista Beata Szydlo, anunció que su país no acogería a los migrantes refugiados que le corresponden a su país. Carmona es contundente. "Lo primero que haría sería expulsarla de Europa, no a su país, sino a ella por ignorante". Su argumento lo respalda con otra afirmación: "Los atentados, como en París, fueron cometidos por europeos". A su juicio, hacer que aflore el racismo por algo así "es un problema de complejo, y al final la islamofobia y esas actitudes aparecen como las ratas cuando hay porquería".

Este viaje, según reconoce, es de emociones. Le llegan, en especial, a través de los niños que, incluso, "me han pegado los piojos". Jugar con ellos, "verles su sonrisa es increíble". A pesar de la desesperación de dejar sus casas, de la miseria que padecen y de la incompresión europea, "ellos son la verdadera alegría de estos campamentos y a mí me han marcado".