En 1900 tan sólo el 32 % de la población vivía en núcleos de más de 10.000 habitantes. Seis ciudades llegaban a 100.000 habitantes. Más de la mitad de las capitales de provincia no llegaban a 15.000 habitantes. Sólo Madrid y Barcelona superaban el medio millón.
Y lo malo no era que España fuera eminentemente agrícola, sino que el medio rural estuviera dominado por estructuras ancestrales, que sólo conducían a la hambruna. El 70 % de los trabajadores lo eran del sector agrario, unos como obreros de latifundios, en condiciones de vida miserable, y los pequeños propietarios manteniendo una economía de pura subsistencia, agobiados por préstamos y arrendamientos. El rendimiento por hectárea de la agricultura española era cinco o seis veces inferior al de la mayoría de países europeos.
No vamos a ver cómo será esta sociedad cuando acabe el siglo XXI. Sería curioso. Otros lo verán y lo estudiarán. Hay quien dice que va a ser el siglo de la solidaridad y del bienestar de todos los pueblos de la tierra. Desde estas páginas no somos tan optimistas aunque deseamos que sea cierto. Mucho tiene que cambiar la política.
Por ejemplo, la globalización es una magnifica vía de acceso para mejorar la calidad de vida de todos aquellos que aún no han llegado a los niveles mínimos exigibles. Pero al tiempo advertimos que esta misma “globalización” puede ser, mal utilizada por el neoliberalismo imperante, el instrumento de ahondar más en las diferencias sociales.
Julio García-Casarrubios Sainz
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