La operación del 23-F no era de amplia base. Había sido concebida como un audaz golpe de mano capaz de arrastrar al conjunto del ejército. Uno de los mandos sobre los que deben pasar es José Juste. Con el asalto a las Cortes y la capitanía de Valencia levantada, resulta esencial que la división Brunete, “buque insignia” del ejército de tierra, apostada en Zaragoza, no tome Madrid. Ello supondría el estado de excepción también en la capital. Varias capitanías (Valladolid entre ellas) aguardan a que eso ocurra. A partir de ahí, las piezas de dominó comenzarán a caer.

Los rebeldes hacen volver al general Juste de un viaje rutinario. Cuando éste llega a su centro de mando, se encuentra con un puñado de jefes y oficiales que secundan al general Luis Torres Rojas, antecesor de Juste en la Acorazada, ultimando la operación de asalto. Las unidades han municionado y se encuentran listas. Le explican por qué ultiman los preparativos para abalanzarse sobre Madrid: “como medida de urgencia ante un hecho gravísimo que va a conocerse por radio”. Pero sólo Juste puede dar esa orden: “¿Qué hecho gravísimo es ese?”. Los golpistas no le responden, pero sí le anuncian que el teniente general Milans del Bosch va a declarar el estado de excepción para evitar cualquier alteración del orden; que el Rey conoce la operación y que el general Armada, de conformidad con el monarca, está en Zarzuela coordinando el operativo.

A las 18.23 del 23-F, libre ya de la presión de los jefes y oficiales (que se disponen a partir hacia Madrid) Juste vuelve a quedar al mando de su despacho y accede a un pequeño transistor que guarda con él. La radio está dando cuenta del asalto golpista al Congreso. El general decide salir de dudas y llama él mismo a Zarzuela para averiguar qué está ocurriendo exactamente y si todo lo que le han dicho es cierto. En esos momentos de confusión, la deducción de Juste es quirúrgica. El general inquiere y acierta:
...pero Sabino, entonces ¿Está ahí ya Alfonso?
No, Alfonso no está, no.
Pero vamos, le estáis esperando...!
No, no, Armada ni está, ni se le espera!
Ah!... ¡Entonces, eso cambia las cosas...!

El jefe de la Acorazada se da cuenta que le han mentido y su conversación con Sabino sirve para que éste comprenda, instantes antes de que suceda, que bajo ningún concepto, Armada debe pisar Zarzuela. Lo sucedido hoy, no puede ser admisible por la Corona. Sabino alerta a Don Juan Carlos para que responda negativamente al ofrecimiento de quien fuera su principal instructor y consejero. Armada acaba de establecer conexión telefónica con Zarzuela, pero el Rey le niega a tiempo el permiso para acudir a Palacio, ante la incredulidad e impotencia de su interlocutor. Los jefes de la Acorazada permanecerán en sus puestos, aguardando la indicación final, debido a la imperiosa contraorden del capitán general de Madrid, Guillermo Quintana Lacaci, que es secundada a su vez por Juste. Salvo pocas excepciones, el general Juste logrará contener a casi todas las unidades. De haberse desbocado la Acorazada, es indudable que el signo de la rebelión habría virado sensiblemente. Pero Armada nunca pisará Zarzuela, y Juste continuará neutralizando el malestar y las quejas de los golpistas: "¡Mi general, cuánto tiempo estamos perdiendo!". Nunca partirán.

Alex Vidal es licenciado en derecho, escritor vocacional y autor del blog Crónicas de la Razón Práctica