El lenguaje, como otras tantas cuestiones de nuestra cultura, es algo vivo y como tal se puede enriquecer. El lenguaje inclusivo lucha para desterrar conceptos, por ejemplo, machistas.
Y aunque, como zurdo que soy, podría denunciar infinidad de injusticias (empezar el día con el pie izquierdo, ser siniestro si no eres diestro, zocato como sinónimo de torpe e infinitas tropelías más) hoy me voy a centrar en algo muy positivo del idioma castellano, la infinidad de excepciones y cosas raras que hacen que tengamos palabras trans y con los géneros más fluidos que podamos imaginar.

Las palabras cambian incluso de significado a lo largo de la historia

Las palabras cambian incluso de significado a lo largo de la historia. Quizá hoy día entenderíamos por bizarro algo desagradable, pero en realidad su definición académica es valiente, arriesgado, generoso, lucido, espléndido.

Nuestro idioma, es tan enrevesado y tan singular que con sus excepciones demuestra que se puede ser comprensivo con cualquier tipo de género. Bien es cierto, que el idioma, al depender de quién lo use, acaba a veces teñido de las más diversas connotaciones, haciendo que algunos términos se volviesen machistas sin haber nacido así. Tan vago es un perro como una perra pero en absoluto se entiende lo mismo llamándoselo a un hombre que a una mujer.
Sin embargo, esta es solo la capa superficial donde muchos se han quedado acusando de machismo al castellano, si nos adentramos en sus secretos veremos que en absoluto es así.

A los niños de corta edad se llamaba “bebé” por influencia de un término francés de género masculino

A los niños de corta edad se llamaba “bebé” por influencia de un término francés de género masculino pero anteriormente en España se les llamaba “criaturas” de origen latino y género femenino.

El género en el castellano no es nada estable, a veces pensamos que con fijarse en si una palabra acaba en la letra -e o en -o ya es suficiente para catalogarla como masculina, del mismo modo si acaba en la letra -a sería femenina. Pero ni siquiera es del todo cierto porque "la mano" y “la fe" son palabras tan femeninas como masculinas son "el tranvía" y “el alma”.
Si fuésemos simplistas, nos olvidaríamos de las palabras transgénero que fueron antaño femeninas, "la puente", y hoy en día son masculinas, "el puente". Tan mágico es el género en el castellano que las palabras como “las hadas” se pueden ser femeninas en plural y volverse masculinas si se usan en singular. También “Las armas” y “las artes” nos dan cuenta de ello.  

El actual puente de Segovia en Madrid fue durante siglos “la puente segoviana”

El actual puente de Segovia en Madrid fue durante siglos “la puente segoviana”

Otras veces, cambiarle el género a una palabra la transforma por completo, por eso "el naranja" y "el rosa" son colores en masculino y frutas y flores en femenino. Por eso “el pez” y “el pulpo” viven en el mar y “la pez” y “la pulpa” dentro de las botas de vino. Así muchas “yeguas” han ganado carreras de caballos y “las caballas” ni siquiera lo han intentado.
También hay palabras hermafroditas como “mar” y “margen” cuyos dos géneros nos valen. O palabras cuyo género está tan bien definido que no deja que haya otro, son los llamados sustantivos epicenos, gracias a los cuales solo salen príncipes al besar sapos y ranas, pues para que saliesen princesas se necesitarían “sapas” y “ranos”.  Estos sustantivos provocan que solo haya “búhos”, “perdices”, “tiburones”, “gambas” y “panteras”.
Los géneros en el castellano, como en la vida misma, nos confunden y tienen mil y una excepciones, pero de lo que no cabe duda, es que todos son complementarios, pues tanto necesitamos las femeninas letras, como los masculinos números. Porque al final da igual ser femenino o masculino para tener "virtudes" o "defectos". Todos vinimos a este mundo siendo “un bebé” y acabamos siendo “una víctima” del destino.

La señora jirafa acompañada por su esposo el
La señora jirafa acompañada por su esposo el… ¿?