Hace pocos días, los “pisos colmena” por no decir infraviviendas o celdas de castigo, volvieron a salir a la palestra. El PSOE de Madrid denunció ante la Fiscalía la intención de crear estos tugurios por parte de la empresa Haibu 4.0, pero ésta a su vez desdice aludiendo que todo es una estafa de Marc Olivé. Un jaleo monumental en el que vuelve a primar el vil metal frente a la dignidad humana.
Los mal llamados “mini pisos”, o “pisos colmena” se anuncian como la gran novedad de este siglo, sin embargo la historia nos demuestra cómo hace centurias ya se contemplaba esta idea. Ahora bien, nunca se les llamó viviendas pues no se diseñaron para vivir sino más bien para morir. Hablamos como no podía ser de otra manera… del emparedamiento o voto de tinieblas.

Como al ser humano nunca le ha faltado maldad para inventar castigos, el encerrar a alguien entre cuatro paredes hasta que muera tiene siglos de historia, lo vemos en época clásica pero también en épocas no tan lejanas como el siglo XVII cuando la excelente escritora María Zayas describe en su aterradora novela Quinto desengaño (dentro de los Desengaños Amorosos) la condena de Inés, una dama inocente, a vivir “emparedada” durante seis lúgubres años tras los cuales resurge, famélica, ciega, cana y llena de podredumbre.

La condena por encerramiento captada por el fotógrafo francés Stéphane Passet en 1913.
Estas terroríficas condenas (que como digo existieron) tuvieron su versión voluntaria, en el emparedamiento como penitencia. La sin razón de los sentimientos a veces coincide con el apasionamiento religioso y de ese coctel explosivo surge la idea de retirarse de manera extrema del mundanal ruido.
Ya empezaron algunos ermitaños viviendo sobre una columna (como San Simón el Estilita) o habitando conventos cada vez más pequeños (como san Pedro de Alcántara y su convento de El Palancar) pero más allá de los ejemplos aislados, el vivir literalmente encerrado entre cuatro paredes se tornó en moda durante los siglos XVI y XVII.

Imbuido por el fanatismo religioso el emparedamiento fue aceptado en la sociedad del Siglo de Oro.
Como otras tantas modas perniciosas para la salud física y mental, emparedarse en vida o hacer voto de tinieblas tuvo cierta aceptación social entre las damas de la España del Siglo de Oro, incluso gozó de popularidad entre las masas. La iglesia no siempre vio con buenos ojos estos encierros pero hay ejemplos por toda la geografía española, desde Astorga (donde aún conservan una de estas celdas) hasta Valencia o Maderuelo (Segovia) donde la numerosa documentación ha conservado nombres de emparedadas como: Sor Magdalena Calabuig o Doña Mayor.
Otros enclaves como Baena o la casa solariega de los Irarrazábal en Guipuzcoa fueron escenarios de emparedadas más cercanas a lo legendario que a lo real y que llegado el romanticismo se adornaron de mil y un detalles.
Sin embargo en 1909 el periódico El Motín se hacía eco en sus páginas de cómo tras los incendios de los conventos de Barcelona habían aparecido ciertos cuchitriles que fueron tomaron por celdas de castigo. Los describieron así:
“También se ha dicho que se hallaron en ciertos conventos cuartos pequeñísimos, sin luz ni ventilación, donde apenas cabía una persona, que carecían de puerta y a los que daba acceso una abertura do la pared.”
El autor, bajo pseudónimo, contempló la posibilidad de ser habitáculos para hacer voto de tinieblas, ahora bien, nada distan esos emparedamientos de los castigos más terribles, y es ahí cuando surge la duda más espantosa, ¿fueron voluntarios todos aquellos emparedamientos?

La casa solariega de los Irarrazábal también fue escenario de un emparedamiento según Juan V. Araquistain