La Inquisición fue tan perseguidora de formas de hacer y de pensar, que a menudo sus archivos son todo un catálogo de comportamientos, costumbres y maneras de tomarse la vida que nos hacen reflexionar sobre cómo somos nosotros en la actualidad y cuán avanzados nos creemos.

Escudo inquisitorial en Brea de Tajo
Escudo inquisitorial en Brea de Tajo

El caso que hoy nos ocupa nos remonta a la Sevilla del año 1578. Por entonces algunos nobles o miembros del alto clero tenían a su disposición escritores. Estos les informaban de las novedades que ocurrían en la Corte u otras ciudades importantes. Así vemos, por ejemplo, al dramaturgo Jerónimo de Barrionuevo como corresponsal de deán de Zaragoza. Y en esa línea parece encontrarse el punto de partida de la historia de hoy. Una carta escrita por Cosme Carrillo (posiblemente un licenciado que una década antes tuvo un pleito contra uno de los fiscales de la Nueva España) y dirigida a don Luis de Híjar (quizá el hijo del segundo duque de Híjar).
La noticia vendría a ser esta:
En 1578 en el convento de la Magdalena de Sevilla una monja de 17 años llamada Teresa de la Concepción despertó los murmullos de todas sus compañeras. Un bulto cada vez menos discreto hacía pensar en un embarazo, Pero… ¿cómo, siendo todas monjas de clausura?
Teresa ingresó en el convento a la edad de nueve años, con el paso del tiempo se convirtió en una joven modélica y cada vez más hermosa. Así se la describe en la carta mencionada: “las demás invidiaban de su liviandad de cuerpo y de la retahíla de sus atributos”.
 
En la cosmopolita Sevilla todo era posible
En la cosmopolita Sevilla todo era posible. Los viajeros más extraños, las gentes más poderosas y los pícaros más desarrapados se daban cita allí. Tal como lo narra Jesús Imirizaldu en su obra Monjas Y Beatas Embaucadoras.


Con el pasar de las semanas el “bulto de preñez” no dejaba lugar a dudas y merecía una explicación. Dado el comportamiento modélico de sor Teresa, se buscó una solución demoniaca. Concretamente por culpa de un “íncubo maligno aver podido tener acceso a ella”.
Pero al ser difícil de corroborar, comenzó una investigación en serio a la que luego se uniría la Inquisición.
La priora corroboró que verdaderamente Teresa ignoraba por completo cómo venían los niños al mundo. Lo narra con estas palabras: “que jamás varón alguno avía estado en su deredor y que ella no sabía nada de varones y mujeres”. Y por si fuera poco, el confesor del convento Baltasar de la Cruz, dio fe mediante “coloquios privados” que efectivamente Teresa carecía de la más mínima educación sexual. Algo que no impidió que la Inquisición siguiese con sus pesquisas.

Se barajó la posibilidad de que un ente demoniaco, un íncubo, hubiese preñado a sor Teresa
Se barajó la posibilidad de que un ente demoniaco, un íncubo, hubiese preñado a sor Teresa, pero la Inquisición sabía que había algo más.

Fue entonces, cuando al interrogar a las monjas se dieron cuenta de “la rezia voz” de una de ellas, llamada Catalina de la Cruz y a la que se describe por un rasgo esencial “vello de mancebo en el mentón”.
Finalmente se ordenó que la priora examinase a la sospechosa descubriendo “con espanto de todos” “que era varón firme y bien cabal”. Resulta que a la edad de quince años su tío, Antonio Lope de Talavera, antes de partir a América, le dejó vestida de doncella y con una buena dote económica para propiciar el ingreso como novicia. Y así estuvo un par de años sin llamar para nada la atención, tan solo el embarazo de su compañera manchó su expediente.
Llama mucho la atención que una vez detenida (o detenido, según se quiera ver) el documento dice “negábasse a despojarse de su hábito de professa” “Tan hermoso y bien dotado para la cualidad de mujer era”. Es decir, que dicho “mancebo preñador” (como se le llama en el documento), se sentía mujer hasta el punto de no distinguirle el resto de la comunidad.
Una vez resuelto en entuerto, sor Teresa se excusó diciendo que todo ocurrió “estando en sueños” y que ella no sabía lo que ocurría. Mientras tanto él padre de la criatura había sido encerrado en otro convento por orden de la Inquisición del que para mayor asombro se logró fugar.
 
Los casos que suponían escándalos para la Iglesia no se resolvían en autos de fe multitudinarios

Los casos que suponían escándalos para la Iglesia no se resolvían en autos de fe multitudinarios, como este en la plaza de San Francisco de Sevilla, si no en discretas condenas a espaldas de la opinión pública