Comienza la Semana Santa y con ella el protagonismo indiscutible de Cristo. Su veneración llega a tal punto, que las devociones a sus esculturas nos hacen reflexionar sobre cuánto de idolátrico hay en estos cultos.
Toda España está llena de efigies de Cristo a las que se les atribuyen todo tipo de propiedades, desde hablar (como el Cristo de la Vega en Toledo), moverse (como el Cristo de Lepanto en Barcelona), crecerle el pelo (como el Cristo de Orense) por no hablar de otras tantas propiedades milagrosas.

Los cristos que tanto protagonizan la Semana Santa cuentan en su haber propiedades sorprendentes como esquivar cañonazos de la batalla de Lepanto

Los cristos que tanto protagonizan la Semana Santa cuentan en su haber propiedades sorprendentes como esquivar cañonazos de la batalla de Lepanto.

 ¿Pero por qué arraigan creencias así? La explicación es más o menos sencilla: cuanto más poderoso es ese dios, más fácil es que se manifieste aunque sea a través de imágenes.
Es ahí cuando los milagros se desparraman y nos encontramos curaciones, apariciones… en definitiva una actividad milagrosa en favor de los cristianos. Ahora bien… ¿estas figuras son solo protectoras o pueden atacar al enemigo? Es más ¿Y si pueden atacar, podrían escarmentar a algún cristiano descarriado? Pues parece ser que sí.
La historia nos la ofrecen las Cántigas a Santa María que se recopilaron en tiempos de Alfonso X el Sabio. Concretamente en la cántiga 59, titulada: Cómo un crucifijo dio una bofetada por la honra de su madre a un monja de Fontebrar que ideó fugarse con su amante.
El milagro básicamente consiste en lo siguiente:
Una monja del convento de Fontevrault (Francia) cae rendida ante los encantos de un caballero, desde ese momento planean huir juntos pero algo sale mal. La monja en cuestión tenía como oficio ser sacristana y cuidar de las imágenes, por eso antes de marcharse tiene el buen gesto de despedirse cariñosamente de la estatua de la Virgen. Pero es entonces cuando un crucifijo cercano cobra vida y desclavando su brazo derecho y le propina tal bofetada que la pobre monja termina inconsciente tirada en el suelo. Afortunadamente la protagonista se recupera y decide cambiar de vida para centrarse en el mundo espiritual (de lo que se deduce que la bofetada surtió efecto).

Así ilustran en las cántigas de Santa María la historia de la monja enamorada y agredida por Cristo

Así ilustran en las cántigas de Santa María la historia de la monja enamorada y agredida por Cristo.

¿De dónde surge un milagro así? Es evidente que la mención a Fontevrault no es algo casual y buscando en las fuentes que se utilizaron los compositores de las Cántigas a Santa María encontramos casos semejantes en otros lugares de Europa. Así lo recopila Cesarie de Heisterbach en su obra Dialogus miraculorum donde se dan cita 746 milagros, de los cuales algunos aparecerán en las cántigas.
El hecho de que haya milagros así de violentos tiene su razón de ser a ojos de la historia. Los milagros, prodigios y demás capacidades son propias de la divinidad, cuanto mayor sea la espectacularidad del prodigio mayor será la potencia de esa figura religiosa.

Aunque en la cántiga se dice que ocurrió en Fontebrar es lógico pensar que se refiera a Fontevrault

Aunque en la cántiga se dice que ocurrió en Fontebrar es lógico pensar que se refiera a Fontevrault..

 Una de estas capacidades es la de cobrar vida y otra la de convertirse en una figura aleccionadora, por ello tiene tanto valor la Cántiga 59 porque aúna las dos vertientes. Por un lado el Cristo cobra vida pero por otro lo hace para escarmentar a la monja.
Atribuir tal cantidad de capacidades a una escultura nos lleva al núcleo del artículo. ¿Se podría considerar idolatría a el culto que reciben muchos pasos de Semana Santa?
Grandes teólogos como el hispano Claudio (obispo de Turín) lo tuvieron claro:

“Aquellos que han repudiado el culto de los demonios venerando las imágenes de los santos no han repudiado los ídolos, sólo le han cambiado los nombres. Pues si tu dibujas o pintas en un muro las imágenes de Pedro y Pablo, de Júpiter o Saturno, o aun de Mercurio, éstos no son más dioses que aquellos apóstoles: ni los unos ni los otros son hombres. Aunque cambia el nombre, el error permanece...”

Cántiga