La historia de las mujeres ha sido silenciada en infinidad de campos, pero eso no significa que no ejerciesen un enorme poder.
El caso más evidente han sido las madres. Mujeres que, conscientes del poder que tiene la educación, supieron fraguar en sus hijos valores y carácter que los hicieron pasar a la historia.
Sirvan pues estas líneas de homenaje a todas aquellas madres ocultadas por la historia.

Un buen ejemplo con el que empezar serían las reinas, cuyas funciones a veces se limitaban tanto a la maternidad que parecían ser ajenas a las tramas políticas y las luchas de poder, pero esa apariencia se esfuma cuando uno de los aspirantes es hijo de una de estas mujeres.


Es entonces cuando las habilidades políticas, diplomáticas y aun guerreras salen a relucir con tal de defender el trono de sus hijos.
Leonor de Guzmán en la Castilla medieval, Aixa en la Granada nazarí o Isabel de Farnesio en la España del siglo XVIII son buenos ejemplos de verdaderas fieras políticas en pos de su linaje. Cierto es que hubo madres que llegaron al poder por méritos propios, María de Molina (madre de Fernando IV) o Juana de Austria (madre de Sebastián de Portugal), pero su papel como madre no es menos encomiable.

La política del siglo XVI obligó a Juana de Austria a separarse de su hijo al poco de nacer, solo lo vería crecer a través de los cuadros que le enviaban a Madrid

La política del siglo XVI obligó a Juana de Austria a separarse de su hijo al poco de nacer. Solo lo vería crecer a través de los cuadros que le enviaban a Madrid. 

No obstante la importancia de estas mujeres, en su papel de madre, queda demostrado en los continuos agradecimientos que sus hijos les brindaban al llegar al poder. Un buen ejemplo sería el de Marcia, la madre de Trajano, a quien el emperador dedicó una colonia en el norte de África honrando su nombre: Marciana Ulpia Traiana.
También Marco Aurelio tiene presente a su madre, Domicia Lucila, cuando escribe sus famosas Meditaciones diciendo que de ella aprendió: “la generosidad y la abstención no sólo de obrar mal, sino incluso de incurrir en semejante pensamiento.”

Los conocimientos filosóficos de Marco Aurelio no hubieran existido de no ser por la educación que le brindó su madre Domicia Lucila

Los conocimientos filosóficos de Marco Aurelio no hubieran existido de no ser po la educación que le brindó su madre, Domicia Lucila. 

Y así podríamos seguir con una infinidad de epitafios en los que los hijos no paran de alagar las virtudes de sus madres: matri dulcissimae (madre dulcísima), matri pientissimae (madre piadosísima), matri optima (madre perfecta).

De muchas de estas madres escribió un libro la feminista convencida Concepción Gimeno de Flaquer, quien en 1895 lo publicó bajo el título Madres de hombres célebres.

Concepción Gimeno de Flaquer recalca el inmenso poder de las madres como creadoras de futuros líderes

Concepción Gimeno de Flaquer recalca el inmenso poder de las madres como creadoras de futuros líderes. 
Y como aun así, se le quedaron algunas madres en el tintero, añadimos esas vidas a estas líneas.
Mucho se habla de los espadachines y soldados del Siglo de Oro pero poco de sus madres, mujeres que como Isabel de Cruzat supieron regir con mano dura el gobierno de su casa. Esta dama navarra supo hacerse con sus siete hijos al enviudar gracias a su fiereza. Así se narra en la biografía de uno de sus hijos Tiburcio de Redin donde se dice: “sola su voz o mirarlos de lejos era suficiente amonestación para que se compusiesen”.

La bravura de doña Isabel de Cruzat llegaba a tales límites, que cuando otro de sus hijos, Martín, alcanzó el puesto de maestre de la Orden de San Juan, no soportó que la presentasen como la madre del maestre, pues consideraba que sus méritos personales estaban muy por encima de haber alumbrado a tan insigne personaje.

Los biógrafos de Tiburcio de Redín dicen que bastaba una “palabra áspera” en presencia de su madre, Isabel de Cruzat, para que en su casa volasen los cuchillos

Los biógrafos de Tiburcio de Redín dicen que bataba una "palabra áspera" en presencia de su madre, Isabel de Cruzat, para que en su casa volasen los cuchillos 

En el siglo XIX encontramos dos ejemplos curiosísimos de amor por las madres en dos figuras claves, Lucía Díez y Ana María Griñó, ambas madres de insignes guerreros, pero con muy diferente final.
La primera fue madre del general Juan Martín Díez 'el Empecinado', que durante la guerra de la Independencia tuvo la mala fortuna de caer prisionera en manos de las tropas napoleónicas. Estos aprovecharon la ocasión para chantajear al Empecinado, amenazándole con matar a su madre si no se rendía. La respuesta del Empecinado no pudo ser más contundente, si mataban a su madre él mataría a todos los prisioneros franceses que obraban en su poder y desde entonces no haría más prisioneros, no quedaría francés con vida en manos del Empecinado. Los mandos napoleónicos aprendieron la lección y liberaron a Lucía Díez.

No corrió la misma suerte Ana María Griñó, madre del carlista Ramón Cabrera, quien desafortunadamente fue fusilada por orden del general Espoz y Mina, desatando una cólera tal en Ramón Cabrera que desde entonces y más justificadamente que nunca hizo honor a su sobrenombre del Tigre del Maestrazgo.

Los enemigos de Juan Martín Díez y de Ramón Cabrera buscaron hacerles el mayor daño posible fusilando a sus madres

Los enemigos de Juan Martín Díez y de Ramón Cabrera buscaron hacerles el mayor daño posible fusilando a sus madres. Los enemigos del primero no se atrevieron, los del segundo, se arrepintieron toda la vida.