Esta semana todos los grupos políticos que componen el Ayuntamiento de Madrid se han puesto de acuerdo en algo. Y aunque sé que esta sección se ocupa del pasado y no de la actualidad, tal coincidencia de opiniones, visto el panorama, puede que se convierta en un episodio histórico digno de festejar.

Lo cierto es que tal acuerdo, sí tiene un trasfondo histórico, pues hablamos del nombramiento de Benito Pérez Galdós como hijo adoptivo de Madrid. Al margen de las cuestiones políticas, la ciudad tiene el privilegio de contar con un vecino como él durante nada menos que 58 años, desde 1862 cuando llegó con 19 años, hasta 1920 cuando falleció.

Inauguración de la escultura con la que se homenajeó en 1919 a Galdós en el parque del Retiro

Inauguración de la escultura con la que se homenajeó en 1919 a Galdós en el parque del Retiro

Es por ello, que dada la cercanía del aniversario de su muerte, el Ayuntamiento se haya puesto las pilas para homenajear al escritor. No obstante la relación de Galdós con Madrid trasciende lo político y me atrevería a decir que raya lo sentimental, pues el afecto que el novelista profesa a la capital enternece a cualquiera.

No en vano cuando llegó a la Villa y Corte, quedó prendado del jaleo político de los pronunciamientos, del ambiente cultural de las tertulias literarias y del constante ajetreo de las clases populares. Todo ello hizo que la carrera estudiantil del joven Benito se truncase, y en lugar de acudir a sus clases de derecho hiciese novillos para disfrutar del Madrid de aquel entonces.

Dicen las malas lenguas, que su familia le envío desde Gran Canaria a Madrid con otro motivo más allá del académico, pues se sospecha que se había enamorado de su prima cubana María Josefa Washington (Sisita) y para evitar que el amor fuera a más se le envió a la península.

 Incluso Mingote homenajeó a Galdós en la calle de la Sal muy cercana a uno de los escenarios de Fortunata y Jacinta

Incluso Mingote homenajeó a Galdós en la calle de la Sal muy cercana a uno de los escenarios de Fortunata y Jacinta. (Fuente http://fundacionvillaycorte.com)

Madrid es, en muchos sentidos, el consuelo de aquel joven escritor que con el paso de los años pagará con creces aquel afecto, incorporando Madrid a sus obras. “La fontana de oro”, su primera novela se titula así en honor a un café literario de la calle Espoz y Mina. 
Pero solo será la primera, pues en obras posteriores como “El doctor Centeno” también se aprecia claramente que los escenarios de la novela están basados en las fondas y pensiones que regentó en sus años de estudiante.

Del mismo modo las tiendas de telas de la calle de las Postas son visibles en “Fortunata y Jacinta”, al igual que los crímenes abyectos acaecidos en Lavapiés tienen su reflejo en “El Grande Oriente”. A tal lujo de detalles llega este genio del realismo, que podríamos considerar a Madrid como un protagonista más de sus novelas, pues escenarios y ambientes se confunden en importancia con las figuras de sus obras. En “El amigo Manso” el cocido madrileño tiene tanto valor que continuamente se incide en que no tiene sustituto posible y que es un verdadero manjar.

El pueblo madrileño se identificó y quiso tanto a Galdós, que abarrotó el entierro del escritor con más de 30.000 personas acompañando al coche fúnebre

El pueblo madrileño se identificó y quiso tanto a Galdós, que abarrotó el entierro del escritor con más de 30.000 personas acompañando al coche fúnebre.

Con “Miau” podemos pasear por las inmediaciones del cuartel del Conde-Duque o la Plaza de las Comendadoras y acompañando al cura loco “Nazarín” nos podríamos hacer a la idea de cómo serían los suburbios de Carabanchel o Campamento.

Pero no solo se encargó don Benito de reflejar las clases humildes, también podríamos recorrer de su mano los ambientes políticos de aquel entonces ya que él mismo los conoció al haber sido nombrado diputado en Cortes.

También fue Madrid testigo mudo de sus amoríos, con Emilia Pardo Bazán, entre otras mujeres y cuyas cartas al escritor aún se conservan siendo en nuestros días de deliciosa lectura. A tantos ámbitos llegó Galdós que vemos su huella en casi todos los rincones de Madrid, desde sus visitas asiduas al Ateneo, pasando por el teatro del Príncipe, donde fue director artístico y terminar en los distintos domicilios que habitó el escritor desde la calle de las Fuentes, Montera, Hilarion Eslava y tantas otras que estrechan casi hasta fundirse la historia de Galdós con la historia de Madrid.

Su tumba, no muy conocida, sigue recordando a Galdós en el cementerio de la Almudena (Fotografía del autor)

Su tumba, no muy conocida, sigue recordando a Galdós en el cementerio de la Almudena (Fotografía del autor)