Finales de julio de 2006. Fidel Castro pronuncia el día 26 sus dos últimos discursos con motivo del aniversario del asalto al cuartel Moncada, una fecha emblemática en el calendario cubano. Es una jornada demasiado intensa para un hombre que está a punto de enfrentarse a otra celebración importante, la de su 80 cumpleaños, el día 13 de agosto. Esta conmemoración, sin embargo, no tendría lugar según lo previsto porque el mismo día 26 el comandante en jefe fue internado en un hospital como consecuencia de una enfermedad cuya  gravedad tardó mucho en ser desvelada.

Fue  la noticia internacional del verano, sin duda, y los principales medios de comunicación de todo el mundo que no tenían delegación en Cuba solicitaron acreditaciones para enviar a sus periodistas. El Gobierno cubano, poco amigo de concentraciones periodísticas, generalmente poco favorables al régimen, negó la entrada a los medios durante todo el mes de agosto.  No quería dar demasiadas alas a una noticia que  en el resto del mundo se vendía ya como el final inminente del castrismo y que los propios dirigentes cubanos no sabían muy bien cómo manejar.

El silencio era, por tanto, lo más oportuno, pero en septiembre estaba prevista la celebración en La Habana de la cumbre trianual del Movimiento de los No Alineados a la que no podía faltar, ahí sí, la prensa internacional. Abrieron el grifo de las acreditaciones y ese evento fue posiblemente uno de los más seguidos de la historia de ese grupo. Evidentemente, con un objetivo bien distinto.

Se trataba de pulsar la situación del país en el ocaso del castrismo y conocer la opinión de unos ciudadanos generalmente bien informados a pesar de la opacidad de los escasos medios generalistas del país,  controlados por el Gobierno con el Granma a la cabeza, gracias a medios locales alternativos surgidos en bibliotecas por toda Cuba como consecuencia de la detención masiva de disidentes, conocidos como el Grupo de los 75 presos de conciencia, en la primavera de 2003.

La opinión de los cubanos

¿Que decían los cubanos de a pie? Pues de todo, aunque sus respuestas a micrófono abierto variaban bastante si emitían su opinión en solitario o con testigos cerca. A solas solían ser más críticos con el régimen que en grupo, y recordaban el sufrimiento de los que abandonaban el país en pateras o incluso en neumáticos camino de la costa norteamericana. Sin embargo, sus comentarios no eran demasiado agresivos con Fidel, al que todos deseaban una pronta recuperación. En grupo solían ser más benevolentes con el Gobierno y, en general, lanzaban críticas contra los de Miami "a ver si se van a creer ahora que pueden volver y recuperar sus antiguas propiedades. No es eso, mi amol, eso no va a ocurrir".  

¿Cómo vivían? A primera vista no parecía demasiado penosa la vida diaria de los cubanos. La pobreza de Centro Habana, con calles sucias, edificios desconchados, pisos antiguos de tanta altura que habían sido divididos en dos mitades horizontales para dar cabida a más familias, ropa tendida por doquier, niños paseando con el torso desnudo y paisanos en la calle jugando al dominó a cualquier hora del día, contrastaba con la limpieza inmaculada de los uniformes colegiales de unos niños con sonrisa permanente en la boca, la belleza de una Habana Vieja con restaurantes y hoteles de lujo para los turistas y un ambiente, en definitiva, muy alejado de la miseria bien visible de las ciudades de otros países latinoamericanos.

No se veían colas en las tiendas, quizá porque su interior estaba bastante vacío y a expensas de unas cartillas de racionamiento que no daban para mucho, aunque los famosos "agros", los mercados agropecuarios que venden frutas y verduras llegadas de otras partes, se veían repletas de productos y de cubanos haciendo la compra diaria. Pasado lo peor del llamado "periodo especial", la extrema pobreza repentina que causó la desaparición de las ayudas soviéticas, y con el petróleo venezolano aliviando el enorme problema de transporte de La Habana, la vida en la capital cubana podría decirse que era bastante mejor que unos años antes.

La gran injusticia de Cuba, que aún persiste, era el doble sistema monetario del país, los pesos cubanos que perciben los asalariados legales del país, médicos incluidos, que apenas alcanzaban la suma de treinta euros al mes, frente a la "riqueza" del botones de un hotel de lujo que solo en un día puede triplicar esa suma en propinas.

La opinión de los disidentes

Las llamadas "Damas de blanco" eran especialmente activas en aquellos momentos Cada domingo paseaban su protesta por una avenida del Vedado contra las terribles condiciones penitenciarias impuestas a  sus familiares arrestados en la primavera del 2003. Algunos, como el economista Oscar Espinosa Chepe, habían sido puestos en libertad como consecuencia de las graves enfermedades contraídas en unas celdas húmedas e insalubres.

Espinosa Chepe no volvió a prisión, murió en España en 2013 a causa de una enfermedad hepática. Tenía 73 años y una larga trayectoria de trabajo para el régimen. Estuvo muy cerca de Fidel entre 1965 y 1968 y fue consejero económico de la embajada de Cuba en Belgrado durante muchos años, organizando la cooperación con varios países del Este. Volvió en la década de los 80 y su desacuerdo con las decisiones económicas del régimen fueron creciendo hasta que fue destituido y despedido sin miramientos en 1996 por las críticas que vertía abiertamente y que siguió expresando en medios extranjeros mientras pudo.

De la larga conversación que mantuve con él me quedo con estos detalles:

Uno, su gran conocimiento de la situación económica del país y su pesar por lo mal que la dirigía el Gobierno en su opinión. Le dolía especialmente la falta de atención dedicada a la agricultura, con grandes extensiones de terreno desaprovechadas y por lo que los cubanos llegaron a pasar hambre durante el "periodo especial".  

Dos, su dolor al narrar su destierro tras caer en desgracia y la condena a recoger "guano" (excremento de murciélago utilizado como abono) en cuevas oscuras e inmundas que desataron las enfermedades que ocasionaron su puesta en libertad y su posterior fallecimiento prematuro.

 Y tres, mi consternación al ver a un hombre sabio viviendo en una habitación de 23 metros cuadrados, sobrecargada de libros, junto a su esposa, Mirian Leiva, una de las dirigentes de las "Damas de Blanco". Ambos me contaron como la policía cubana había llegado a su casa y en un "registro rutinario" habían encontrado casualmente una caja escondida en la que guardaban los ahorros de toda una vida con los que pensaban comprar un coche a una hija suya. El dinero fue confiscado inmediatamente.

Oswaldo Payá, dirigente del Movimiento Cristiano Liberación, era uno de los principales disidentes de la época hasta que falleció en 2013 en un accidente de tráfico al salirse de la carretera el vehículo que conducía el dirigente de Nuevas Generaciones del PP Ángel Carromero. Quedó claro posteriormente que no fue un atentado, como se sugirió en un principio. De mi conversación con él me quedo con su extrema amabilidad de demócrata cristiano convencido, su discurso moderado y obstinado en que debían ser los cubanos de la isla los que protagonizaran la transición pos castrista, y con una imagen: la fumigación del barrio donde vivía, con una gran humareda producida por los insecticidas utilizados contra el dengue, una epidemia ocultada por el Gobierno a pesar de haberse extendido por toda Cuba.

Tras aquellos dos viajes seguidos a Cuba en septiembre y diciembre de 2006, y mientras el régimen mantenía la censura sobre todo lo relacionado con la enfermedad de Fidel, uno de mis contactos de la disidencia residente en Madrid, el doctor Antonio Guedes, me contó entusiasmado que según sus colegas de Cuba a Castro le quedaban pocos días de vida.  Su hermano Raúl había heredado el mando del país, pasaron los meses y los años y de la enfermedad inminentemente mortal nunca más se supo. Fue noticia una tímida apertura económica del régimen y, sobre todo, el deshielo de las relaciones con Estados Unidos y la visita de Obama a la isla en marzo de este año.

Tras la muerte de Fidel, lo que ocurra a partir de ahora será tan imprevisible como fue el destino de Cuba aquel verano de 2006 en el que Fidel cayó enfermo.

Jesús Martín, periodista.