El presidente del gobierno, Pedro Sánchez, y el presidente de la Generalitat, Pere Aragonés, escenifican desde hace semanas su singular interpretación del diálogo. Los dos lo defienden a capa a espada a la vez que hacen caso omiso a sus peticiones. La ausencia de Aragonés de la conferencia de presidentes es algo más que una “pena” como dijo Sánchez, es una provocación para el gobierno central y para el resto de comunidades. Visto desde Cataluña, es solo una pirueta más de las miles de cabriolas realizadas en los últimos años para alegría de los independentistas más entusiastas.

La Generalitat está obsesionada por magnificar una relación de tú a tú con Madrid, disimulando todo lo que pueden la existencia de tal bilateralidad entre todas las CC.AA y el gobierno central. Aragonés no quiso acudir formalmente a Salamanca porque aspira a que las 56 competencias pendientes de financiación se arreglen en la reunión de la comisión mixta. Poco importa la obviedad de que las cuestiones específicas de cada autonomía no se solventan en una conferencia de presidentes, como dejó claro el acuerdo alcanzado en la vigilia del conclave por la comisión mixta del Concierto Económico, según el cual el estado transferirá tres nuevos impuestos al País Vasco.

Pere Aragonés no asistió a la cumbre autonómica y se fue a visitar a Marta Rovira a Suiza porque todavía no se ve capaz de soportar el qué dirán desde Junts, sus socios de gobierno que no creen ni media palabra de las bondades del diálogo que predica el presidente de la Generalitat. De todas maneras, para que la pena de Sánchez fuera menor, dejó que el consejero de Economía, Jaume Giró, participara del Consejo de Política Fiscal, cosa que no ocurría desde hacía cuatro años. Para dar mayor vistosidad a la pirueta, su vicepresidente, Jordi Puigneró, conminó a Sánchez a frenar cualquier tentación de la Abogacía del Estado de oponerse al aval de la Generalitat para hacer frente a la petición de embargo del Tribunal de Cuentas para 34 ex altos cargos del gobierno catalán, basándose en un decreto ley avalado por el Parlament, con el voto a favor de los tres grupos independentistas, la abstención de PSC y Comunes y la oposición de Vox, Ciudadanos y PP.

Esta secuencia de una de cal y otra de arena facilita lecturas muy diferentes según desde donde si mire o escuche. En realidad, los dos presidentes deben bailar permanentemente en el alambre. Sánchez debe soportar una deslegitimación continuada de los mecanismos del Estado de las Autonomías por parte de la Generalitat, para alborozo del frente de derechas, así como un horizonte de negociación teórica con sus interlocutores independentistas sobre cuestiones insoportables para el constitucionalismo. Aragonés, a pesar de su gesticulación de aparentar lo que no hay, a duras penas consigue apaciguar las prisas de Junts por dar por acabada la etapa del diálogo, teniendo siempre a punto su acusación de traición a los republicanos.

Los dos Pedros sufren las consecuencias de este juego de apariencias. Hay que suponer que lo tienen hablado y están comprometidos a soportar el desdén por sus respectivas propuestas, así como las pullas despiadadas de sus adversarios, porque de no ser así el fiasco puede ser de campeonato y el desgaste político monumental. Lo relevante para cada uno está claro. El gobierno de Sánchez debe apalancar su mayoría en el Congreso, especialmente en la perspectiva de los nuevos presupuestos para la reactivación; el gobierno catalán tiene plena conciencia de que Moncloa es la puerta por donde llegarán a Cataluña los fondos europeos, gracias a los cuales podrá presentar unos brillantes presupuestos autonómicos. El detalle conocido en Salamanca sobre la transferencia del 55,5% de los fondos a las CCAA rebaja en parte el riesgo de toda la operación.

Sánchez debe soportar a diario la acusación de vender España a los independentistas, que hasta ahora solo han conseguido lo que no pedían (el indulto) y en materia autonómica aun están muy lejos de la eficacia del estilo Urkullu. Aragonés tiene que aguantar las sospechas difundidas diariamente por Junts y la CUP de estar regalando al PSOE la estabilidad parlamentaria a cambio de nada.

En todo caso, el presupuesto que el gobierno catalán podrá aprobar con el dinero europeo traspasado por el gobierno de Sánchez deberá contar con los votos de Junts y la CUP, que haciéndolo estarán consolidando la vía del diálogo de ERC. Aunque siempre pueden exigir un referéndum de autodeterminación inmediato para echar al traste con tanta representación.