Han bastado apenas veinticuatro horas para que el muy lamentable Quim Torra volviese a las andadas. Ya no es aquel aparentemente tan protocolario, pulcro y educado anfitrión que acogía en el palacio de la Generalitat de Cataluña al presidente del Gobierno de España, dispuesto a dialogar sin condiciones previas para resolver el grave conflicto institucional, político y convivencial existente en la sociedad catalana yen la relación de ésta con la ciudadanía de toda España. Quim Torra ha mutado una vez más en un personaje huraño y malhumorado, de nuevo tronando en sus exigencias más extremas, que de antemano sabe que son y serán siempre inasumibles.

Porque Torra ha sido muy claro en el planteamiento de sus exigencias mínimas: reconocimiento del derecho a la autodeterminación de Cataluña y cómo pactar su forma de aprobación en referéndum legal y acordado; una ley de amnistía que anule sin ningún efecto todas las causas judiciales instruidas contra los dirigentes políticos, institucionales y sociales secesionistas, exonerándoles incluso en los casos de sentencias firmes y proclamando con ello su inocencia; y todo ello con la incorporación en la mesa de diálogo acabada de iniciar de un mediador, es de suponer que extranjero, como si esta iniciativa de diálogo político tuviera lugar entre dos naciones soberanas, en igualdad de condiciones, de tú a tú.

Aunque hay indicios más que sobrados que nos indican todo lo contrario, el tal Quim Torra no es ningún ignorante ni analfabeto. Es más, sabe perfectamente que ni Pedro Sánchez ni ningún otro presidente del Gobierno de España podrá aceptarle jamás todo lo que él exige como condición previa innegociable. Lo sabe también su inspirador y valedor desde Waterloo, Carles Puigdemont. Y lo sabe todavía mucho mejor Artur Mas, el inmediato predecesor de ambos en la presidencia de la Generalitat, responsable personal principal de todo este despropósito enorme que venimos padeciendo en Cataluña desde hace ya cerca de diez años. Lo que ocurre es que Artur Mas era y sigue siendo un cínico, capaz de acomodar su discurso político a sus particulares conveniencias coyunturales de cada momento, mientras que Carles Puigdemont es un fanático que pretende pasar a la historia como un gran héroe patriótico y corre el riesgo de vagar el resto de sus días por el mundo si no quiere acabar preso en España, y el muy lamentable Quim Torra no es más que un simple “friki”, que vive su inesperada estancia en el palacio de la Generalitat como una ensoñación, entre trago y trago de ratafia, exhibiciones folklóricas varias, cualquier tipo de conmemoración pseudohistórica solemnizada utilizada al mismo tiempo como hueca declaración retórica de una independencia que no tiene ningún efecto práctico.

Aquí es donde a Quim Torra, y con él a sus cada vez más exiguos seguidores y defensores públicos, le han comenzado a surgir los problemas. Porque en sus poco más de veinticuatro horas de estancia en la capital catalana Pedro Sánchez ha hecho saltar por los aires muchas de las resistencias más duras con las que al principio topó su alternativa para el reencuentro a través del diálogo. Pedro Sánchez ha acertado de lleno al convertir su breve estancia en Barcelona no solo para dar por oficialmente inaugurada esta mesa de diálogo sino para tejer de forma pública y explícita una amplia red de contactos sociales, institucionales y políticos. Reuniones con representantes patronales y sindicales, con grupos de promoción de iniciativas, con la alcaldesa y también con la presidenta de la Diputación de Barcelona, y asimismo con la dirección del PSC, con Miquel Iceta y Salvador Illa al frente. Porque Pedro Sánchez es muy consciente del papel decisivo que le corresponde y le corresponderá ejercer al PSC tanto en esta mesa de diálogo y en el ejercicio posterior del tan ansiado reencuentro convivencial como en la consolidación de las coaliciones progresistas y de izquierdas que pueden regir los destinos de Cataluña como del conjunto de España en los próximos años.

En todas estas reuniones, así como en todas sus comparecencias ante los medios de comunicación durante esta estancia suya en Cataluña, Pedro Sánchez no ha dejado ni por un instante de citar su “Agenda para el reencuentro”, que no es una mera declaración de intenciones o voluntades sino un amplio y detallado listado de compromisos políticos, económicos, sociales, culturales y de toda índole, asumidos por el Gobierno de España que él preside al frente de una coalición progresista. El eco que ha tenido ya esta “Agenda para el reencuentro” en sectores muy diversos de la sociedad catalana ha sido muy positivo. Nada más lógico, porque por primera vez desde el inicio del maldito “procés” el Gobierno de España se muestra dispuesto a dialogar de verdad y a hacerlo no solo con palabras sino con hechos. ¿Recuerdan ustedes, “Facta non verba”, “Fets, no paraules”, “Hechos, no palabras”? Y es que, como reza al refrán, “hechos son amores y no buenas razones”.