La discriminación de la mujer en el ejército. Ese gran tema tabú que el exteniente de las Fuerzas Armadas españolas intenta sacar a la luz en En la guarida de la bestia (editorial FOCA). Se trata de la única obra que se conoce hasta el momento que denuncia esta situación. 

Dividido en dos partes, en la primera, se presentan denuncias de acoso en cuatro periodos de tiempo, y, en la segunda, se analizan con la intención de extraer conclusiones en forma de patrones y estadísticas. Y los datos resultan muy reveladores: un número de denuncias y de condenas muy bajo, una clara tendencia a proteger a los denunciados y expulsar a las denunciantes, una ausencia de control político y una falta de interés mediático. 

El libró se publicó este lunes 3 de junio, y en menos de 24 horas se agotó la primera edición. Actualmente, a expensas de que llegue a Amazon, se puede adquirir la obra en las principales librerías.

ElPlural.com ofrece en exclusiva un pequeño adelanto de En la guardia de la bestia.

"Me puso la pistola en la sien y me violó"

El 11 de mayo de 2000, el teniente Iván Moriano llamó a Dolo­res Quiñoa, aspirante a la Guardia Real en el campamento de El Piornal (Cáceres). Lo hizo a solas, sin público, y tras un muro le espetó a bocajarro: «Desnúdate». Aquello dejó en estado de shock a la aspirante, lo que obligó al teniente a justificar su orden: se trataba de una prueba especial, la «prueba del frío», imprescindible para superar el «trato de prisioneros».

Lo debía de tener todo pensado el teniente Moriano cuando apeló a lo más peliculero para justificar lo que en el fondo no era otra cosa que satisfacer sus deseos sexuales, someter a su víctima y acosarla. Tras la orden llegó lo peor: «Una vez desnuda, me puso la pistola en la sien y me violó».

Al día siguiente, al salir de la ducha, entre las lágrimas, la veja­ción y el temor, Dolores se topó de bruces con el teniente, que le advirtió sobre lo importante que sería para su vida, para su inte­gridad física, para su supervivencia más básica, guardar silencio al respecto de lo sucedido. «Como cuentes algo más... Mira que mañana hay prácticas de tiro, e igual se pierde alguna bala o se te dispara la pistola sin querer.»

El sueño de Dolores, como el de muchas otras mujeres, termi­nó convertido en un infierno, primero, y un laberinto jurídico, después. «Antes de que todo esto ocurriese, ingresar en el Ejército era el sueño de mi vida, y, por culpa de un loco, ese sueño ha muer­to para mí.»

En el caso de Dolores Quiñoa, como en la mayoría de los que relataremos a continuación, se cumplieron una serie de elementos comunes. Y es muy importante que los tengamos en cuenta por­que fue el primer caso que tuvo repercusión mediática —se publicó en El País y El Mundo3—, y ello debería haber sido suficiente para que algo así no volviera a pasar.

  1. Ella fue expulsada: en el año 2002, Dolores ya estaba retirada del Ejército a causa de las secuelas psicológicas sufridas tras aquel traumático episodio (pérdida de aptitud psicofísica), que para los demás tan sólo quedó en un desnudo por exigencias de la milicia. Como es habitual, Defensa concluyó que la pérdida de aptitudes psicofisicas no guardaban «relación causa-efecto con las vicisitudes del servicio». La soldado Quiñoa alegó que «no estaba de acuerdo con que no hubiera ninguna relación entre aquello y la depresión en que caí».
  2. El continuó, aun siendo condenado por desnudar a la solda­do, que no por la violación después relatada. La condena del teniente Iván Moriano a cinco meses de prisión en mayo de 2001 comprobaremos que constituye una excepcionaldad, no así que, una vez cumplida, el militar continúe su carrera con ascensos incluidos. Esto segundo es la norma.
  3. La denuncia tuvo que pasar por el propio acosador/violador, el cual, como es lógico, se negaba a tramitarla: tal fue la si­tuación, que los compañeros de Dolores comenzaron a pe­dir la baja hasta que la información llegó al capitán y co­menzó el proceso legal.
  4. Los altos mandos militares conocieron del caso y no hicieron absolutamente nada. El coronel Rafael Dávila Alvarez, en­tonces el jefe de la Guardia Real y después general, le dijo a Dolores Quiñoa que lo sentía y que «no es normal en el Ejér­cito». Por compensarla, en un acto cuando menos surrealista, le regaló un ramo de flores una vez finalizado el campamento.
  5. El condenado fue protegido por la institución: la situación fue tan normal, tan exageradamente normal, que, cuando el teniente Iván Moriano ingresó en prisión, tuvo que regresar de Bosnia, donde se encontraba de misión internacional. No sólo no fue repudiado por sus compañeros ni por sus man­dos ni por la milicia, sino que lo enviaron a una misión in­ternacional en la que aumentar el salario para compensarle los cinco meses que estuviera en prisión.
  6. La mayoría de los militares, muchos compañeros, cumplie­ron con la ley del silencio: «Nadie de mis compañeros que aún siguen dentro va a decir nada, porque saben lo que leb espera. Sólo los que están licenciados podrán ayudarme». Los que hemos tratado con militares o exmilitares somos conoce­dores del miedo, casi pavor, que tienen a declarar en juzgados contra mandos o a hablar en los medios de comunicación.
  7. La encargada de juzgar el caso fue la Justicia militar, aun cuando el delito de naturaleza sexual ni siquiera estaba en el Código Penal Militar (CPM). Que sucediera lo primero es tan aberrante como que hace dos años se incluyeran los de­litos de naturaleza sexual en el CPM. Los delitos sexuales, como cualesquiera otros que no tengan naturaleza militar, deben ser juzgados en la jurisdicción ordinaria, tal como ocu­rre en la mayoría de Europa; por ejemplo, en Alemania, país en el que no existe la jurisdicción militar.

Es clave que recordemos estos siete aspectos, porque se repeti­rán en los casos que plantearemos. Advierto, nuevamente, que este caso tiene una particularidad con respecto a la estadística, aunque no con respecto a lo que vamos a tratar: el acosador fue condena­do. Lo cierto es que son pocos los casos que se denuncian, y esca­sos los que se condenan, pero, cuando esto sucede, los condenados, si son oficiales, siguen siempre en sus puestos; si son suboficiales, siempre salvo un caso particular, y si son tropa, depende de su re­lación contractual.

En el caso del teniente Iván Moriano, el 25 de noviembre de 2002 se supo que tenía otra denuncia por abuso sexual5. Aquello, claro está, era demasiado para el Ministerio de Defensa e hicieron lo que suele ser habitual: intentar jubilar a la soldado Quiñoa.