Los congresos de los partidos nunca han sido grandes laboratorios de ideas precisamente: rara vez ha partido de ellos alguna iniciativa ideológica original o alguna moción con un cierto vuelo estratégico. Los congresos se hacen o bien para poner orden interno cuando hay marejada orgánica o bien, cuando la marejada viene de fuera, para blindar al capitán de la nave ante las furiosas embestidas de sus enemigos exteriores. Es cierto que los cónclaves aprueban sus resoluciones y sus cosas, en ocasiones muy avanzadas y hasta audaces, pero todo el mundo da por hecho que tales disposiciones son meras indicaciones genéricas, simples recomendaciones, no directrices de obligado cumplimiento para el partido cuando este está en poder.
Aunque las derechas no paran de azuzar o, llegado el caso, de pasar una y otra vez la mano por el lomo a los críticos de Sánchez, ni siquiera los más díscolos de ellos han levantado la voz en el 41 Congreso Federal del PSOE. El aragonés Javier Lambán y el castellano-manchego Emiliano García-Page han dejado entrever sus discrepancias, sí, pero desde un perfil deliberadamente bajo, conscientes de que el horno federal de Sevilla no estaba para ciertos bollos, sobre todo teniendo en cuenta la indignación generalizada que reina entre muchos votantes y la mayoría de militantes ante una ofensiva política, mediática y judicial como no se veía desde los tiempos ya legendarios del ‘sindicato del crimen’, que vivió su máximo esplendor en la primera mitad de los 90, cuando en palabras de uno de sus más autorizados portavoces “para terminar con Felipe González se rozó la estabilidad del Estado” (Luis María Anson dixit).
Para terminar con Sánchez no se está, todavía, poniendo en riesgo la estabilidad del Estado, pero sí se está instrumentalizando peligrosamente la justicia hasta el punto de destruir no sabemos si su imparcialidad, pero sí desde luego su apariencia de imparcialidad. Y si una justicia no parece imparcial, acaba dando un poco igual que lo sea o no realmente.
Bizancio en Sevilla
El PSOE que este domingo sale del congreso que se celebra en Sevilla es todavía más pedrista que cuando entró en él el sábado. Ni siquiera el espinoso asunto de la financiación singular de Cataluña ha dado que hablar. Las distintas federaciones han dado su visto bueno a una formulación del modelo fiscal para las autonomías que seguramente no habrían desdeñado los más finos teólogos de Bizancio: “Dicho modelo será aprobado de manera multilateral en el seno del Consejo de Política Fiscal y Financiera, sin perjuicio de la relación bilateral del Estado con cada Comunidad Autónoma en función de lo recogido en los diferentes Estatutos”. Hay ocasiones en que, en efecto, la prosa congresual parece teología, una disciplina con asombrosa capacidad para decir una cosa y su contraria sin despeinarse.
La ofensiva de las derechas contra Sánchez está teniendo el efecto paradójico de blindar al presidente mucho más de lo que ya lo estaba cuando sus pactos de investidura consagraron la llamada ‘España plurinacional’, un sintagma que es a su vez pura teología, pues le sucede aproximadamente lo que a la Santísima Trinidad, que nadie ha sabido nunca muy bien qué era, pero no por ello ha dejado de prestar grandísimos servicios a la Cristiandad. Lo decisivo para Roma era que los fieles creyeran en Jesús; lo decisivo para Ferraz es que los militantes crean en Pedro.
Pedro y Felipe
El congreso de Sevilla ha fortalecido esa fe. El PSOE no es hoy menos pedrista de cuanto en el pasado fue felipista, aunque lo sea por razones muy distintas. Mientras Felipe es cada día menos Felipe e incluso menos felipista, Pedro es cada día más Pedro e incluso puede que más pedrista. El primero nunca necesitó a las derechas para llegar a ser quien fue; el segundo, en cambio, sin el concurso de tantos periodistas, políticos y jueces rabiosamente antipedristas nunca habría calado tan hondo en el corazón de la militancia.
Sánchez es un funambulista caminando sobre el alambre, ciertamente, pero lleva ya seis años desafiando al vacío: tal proeza ha sido posible porque prácticamente todos los militantes de base, incluidos aquellos menos permeables a la metafísica de la España plural, mantienen fuertemente tensado el cable para que no vibre poniendo en riesgo la vida del artista. Tras el 41 Congreso Federal y gracias en buena medida a los enconados enemigos del Divino Acróbata, ese cable está más firme, más estable, más tirante.