La investigación del asesinato del primer ministro sueco Olof Palme se cierra en falso, 34 años después. El fiscal Krister Petersson ha anunciado esta misma mañana que las autoridades se ven incapacitadas para continuar con la investigación, toda vez que el único sospechoso, Stig Engström, falleció hace 20 años.

Aquel día de febrero de 1986, estaba yo en el despacho del presidente del Gobierno, Felipe González, cuando llegó la infausta noticia. Nos miramos con incredulidad y nadie pudo contener las lágrimas. Con él se iba el gran referente de la socialdemocracia, el gran arquitecto del estado de bienestar sueco, con quien Felipe tenía una estrecha relación.

En Suecia su legado estaba ya asentado, pero su posición en política internacional quedó truncada. Quizá, su valentía fue la que le puso en el punto de mira. En plena Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética optó por una tercera vía y no dudó en plantar cara a los dos regímenes. También alzó su voz contra el apartheid en Sudáfrica. No eludía ningún tema cuando se trataba de buscar el bien común fronteras adentro o fronteras afuera.

El mundo ha cambiado demasiado desde entonces. Quién sabe si con Olof Palme, una suerte de Pepito Grillo, las cosas hubieran ido mejor. Nadie podría imaginarle pasivo ante la Guerra de Irak o ante la crisis global que comenzó en 2007. Por no hablar del ascenso de un personaje como Donald Trump. Palme removió conciencias y se erigió como símbolo de una socialdemocracia que hoy le echa de menos.   

Nuestros gobiernos socialdemócratas posteriores al asesinato, asumieron el legado de Palme. Las leyes progresistas aprobadas durante las restantes legislaturas de Felipe González y las de José Luis Rodríguez Zapatero lo confirman. Después llegó una crisis global que se llevó por delante a muchos gobiernos de occidente –salvo el de Angela Merkel, claro-. Pero el paso del tiempo las vuelve a poner en valor.

El actual gobierno de coalición se ha encontrado, a poco de sus inicios, con una pandemia que ha puesto el mundo patas arriba. Su respuesta está a la altura del mensaje del ex líder sueco. Con todas las dificultades del caso, por una vez, la crisis no la pagan los de siempre, el hilo no se corta por lo más fino. Al contrario. Con las ayudas a los autónomos, los ERTES o la Renta Mínima Vital se demuestra que hay alternativas a las manidas recetas que favorecen a unos pocos.

Olof Palme estaría orgulloso.

Enric Sopena es Presidente Ad Meritum y fundador de ElPlural.com

@enricsopena