El pasado sábado, dos días antes del segundo debate televisado de las elecciones andaluzas, aproveché un pequeño parón de campaña para almorzar con familia y amigos en Jaén. Pese a ser la provincia más pequeña de Andalucía -sólo se juegan 11  de los 109 diputados que hay en el Parlamento-, Jaén tiene un valor simbólico para la izquierda. El PSOE jiennense es el más arraigado en el poder. De hecho, 59 de los 97 ayuntamientos de la provincia son socialistas. IU gobierna otros tantos pueblos y para la izquierda vencer con holgura allí representa una victoria simbólica, un ejemplo de su poder para movilizar a su electorado cuando toca.

Al calor de la lumbre, fueron varios los comensales que expusieron sin tapujos que este 2 de diciembre iban a votar a Vox. Otros tantos reconocieron estar pensando depositar su confianza en el partido de extrema derecha que lidera Santiago Abascal. No eran gente venida de fuera dispuesta a traer la xenofobia a Andalucía, tal y como ha intentado vender de forma simplona la candidata de Adelante Andalucía, Teresa Rodríguez, en sus intervenciones a lo largo de la campaña. Son andaluces que a pesar de ser conscientes del carácter ultra de la formación de Santiago Abascal están dispuestos a depositar una papeleta que alerta del descontento de ciertos sectores de la población con el sistema.

Vox existía antes del debate

Antes del debate electoral de TVE en el que Susana Díaz preguntó a los candidatos de PP y Ciudadanos si pactarían un gobierno con Vox, o que el PSOE hablase en sus mítines del partido de extrema derecha -alertando de una hipotética unión de la derecha para propiciar un cambio de rumbo en San Telmo-,  en Andalucía ya se hablaba de Vox. Y se hablaba mucho.

Raro es el andaluz que a lo largo de estos días no ha charlado con un vecino, familiar o amigo dispuesto a votar al partido de Santiago Abascal. Vox no es un invento de la prensa, es el partido al que muchos andaluces piensan votar. Es la formación política capaz de llenar auditorios en todas las capitales de provincia. Es el partido al que los quemados del sistema recurren como colchón salvavidas. Conscientes de ello, mientras otros miran para otro lado, Abascal y los suyos hacen campaña con éxito en los municipios andaluces más castigados por la crisis. Linares, La Línea de la Concepción o Almería son buenos ejemplos de los lugares en los que los ultras intentan cazar el voto de los descontentos.

Por llenar, Vox incluso ha puesto el cartel de ‘no hay billetes’ en municipios como Trapiche (400 habitantes), en plena comarca de la Axarquía, donde pude contar personalmente hasta 230 asistentes en un mitin donde Vox ponía el acento en la inmigración (pidiendo cerrar las fronteras), en la unidad nacional (abogando por desmantelar la Junta de Andalucía), o en el discurso de género (denunciando una supuesta criminalización hacía el varón heterosexual).


No eran figurantes, son andaluces


Lo que había en Trapiche no eran figurantes que habían cruzado Despeñaperros. Eran malagueños que ovacionaban cuando el secretario general del partido pedía en Andalucía que la Guardia Civil pueda hacer mayor uso de las armas.

Este domingo, muchos se echarán las manos cuando Vox sume un alarmante número de votos. Serán los mismos que estos días han obviado lo evidente y que han preferido minimizar la existencia de un partido al que solo se le podrá combatir cuando se asuma la realidad y se le plante cara públicamente como esta campaña ha hecho el PSOE de Andalucía y Susana Díaz.