Vox se presenta ante sus electores y potenciales votantes como los representantes de “la España que madruga”. Su bancada hace mucho ruido y su equipo de Comunicación elabora muchos vídeos para redes sociales. Pudiera parecer que se trata de una formación muy implicada y trabajadora, pero nada más lejos de la realidad. Muchos fuegos de artificio, pero poco tangible. O como diría mi madre, mucho lirili y poco lerele. En 2022 Vox ha vuelto a demostrar que es un absoluto desastre y su paso por el Congreso no solo no ha tenido impacto alguno, sino que, además, ha demostrado que están para calentar el escaño. Literalmente

El Gobierno de coalición aprobó el 24 de noviembre en el Congreso sus terceros y últimos Presupuestos Generales del Estado de la legislatura. Es la madre de todas las leyes, pues en ella se recogen las partidas para todo. Requiere de un sobresaliente ejercicio técnico y metódico. Los partidos que conforman el arco parlamentario dedican la práctica totalidad de sus esfuerzos a las cuentas. A excepción de uno: Vox.

La formación ultraderechista no hizo su trabajo. Ni siquiera amagó con hacerlo. Un año más, no presentó enmiendas parciales. ¿Sorpresa? Ninguna. No era la primera vez que rehusaban registrar modificaciones a los Presupuestos. En 2020 alegaron que, en lugar de presentar enmiendas, harían vídeos para Twitter. Ellos mismos alardeaban de su estrategia, tal y como comprobarse en su nota de prensa. Vox solo presentó una enmienda a la totalidad de los Presupuestos para tumbarlos, pero en el momento de registrar enmiendas parciales como hacen todas las formaciones para, al menos, intentar arrancar algún compromiso, una victoria por pequeña que sea, optaron por no hacer nada.

Calentando el asiento

La semana anterior al debate de Presupuestos las comisiones se reúnen varias veces para ordenar todas las enmiendas y escuchar a secretarios de Estado y ministros. En una de aquellas jornadas maratonianas, servidor coincidió con un diputado de Vox en el ascensor. Preservaré su anonimato, pero no su confesión. Me admitió que esta semana estaba siendo dura porque, cuando de verdad trabajar más sus señorías es en esas comisiones, no tanto en el debate de Presupuestos, que está más reservado a los portavoces.

Hasta aquí, todo normal. Vox no presentó enmiendas parciales, como era ya habitual, pero dedicaba horas de trabajo en las comisiones para estudiar las enmiendas de otros partidos. O eso parecía a juzgar por el comentario del antecitado diputado. Sin embargo, llegó el día de las votaciones a los Presupuestos y, para sorpresa de todos, la ultraderecha ni siquiera votó. No es que estuviera en contra, o que se abstuviera, sino que sus diputados ni siquiera pulsaron el botón.

“¡Ah!, ¿que Vox no está votando?”, espetó un compañero periodista en la sala de prensa del Congreso al observar que los números no cuadraban. Debían sumar 348 votos, pues el escaño de Alberto Rodríguez (Unidas Podemos) sigue vacío y María del Mar García Puig, de los Comunes, estaba indispuesta. Había muchos menos. ¿Qué estaba pasando? Que la bancada liderada por Santiago Abascal había optado por no pulsar el botón en ninguna de las enmiendas parciales de otros partidos (ellos no habían presentado, insisto). Estuvieron presentes en el hemiciclo, pero durante las casi tres horas que duraron las votaciones, no movieron ni un músculo. Calentaron el asiento.

Este tipo de votaciones requiere de un importante trabajo técnico previo. Se analizan las enmiendas, se estudia el posicionamiento, se elabora un guion y se designan los llamados jefes de votaciones, encargados de guiar el voto de cada partido ya que es fácil perderse en el gazpacho de enmiendas. Varias fuentes parlamentarias confesaban en privado que “los de Vox, todos, son unos vagos”. Justificaron que no querían participar de tales Presupuestos de ninguna manera, no obstante, subyace una razón de mayor peso: evitarse un abundante trabajo que todos hace, pero que los ciudadanos no aprecian porque se hace entre bambalinas, lejos de las redes sociales. Y ese no es su estilo.

Son más de enfangar y degradar el parlamento. El discurso más putrefacto se coló en pleno debate de Presupuestos, condenando a las cifras a un rol subalterno. Ya el lunes, en la primera jornada, el Partido Popular abrió boca llamando “inútil” y “soberbia” a Irene Montero. Minucias en comparación con los insultos que tuvo que soportar la ministra de Igualdad Irene Montero. Tras defender las partidas del Ministerio que dirige, la diputada de Vox Carla Toscano deshonró la sede de la soberanía nacional afirmando que el único mérito de Montero es “haber estudiado en profundidad a Pablo Iglesias”. Un asqueroso y despreciable ataque machista que provocó una bronca monumental en el hemiciclo. La propia ministra tomó la palabra para exigir que tan abyecta intervención quedara reflejada en el diario de sesiones para que quede constancia “de la violencia política” contra las mujeres y “para que después de mí no venga ninguna otra”.

Montero, visiblemente emocionada, abandonó posteriormente el pleno con lágrimas en los ojos, conteniéndose para no romper a llorar mientras su equipo la abrigó con numerosos abrazos y besos. Un cariño que se trasladó también a las redes sociales. Todas las ministras socialistas, Yolanda Díaz, diputadas, el presidente Sánchez e incluso líderes de gobiernos latinoamericanos le dedicaron unas afables palabras. Un cierre de filas al que se unió hasta la portavoz del PP en el Congreso, Cuca Gamarra, cuyo grupo también había insultado a la dirigente morada: “Nadie tiene derecho a ofenderla ni entrar en su vida personal”.