¿En qué momento hemos dejado de mojarnos cuando llueve? ¿En qué preciso instante nos hemos cubierto por una capa que nos aísla, que hace que todo nos resbale?

Quizás sea el hecho de ser bombardeados incesantemente por noticias que no somos capaces de digerir; o posiblemente el hecho de verlo todo a través de una pantalla le dote a todo lo que ocurre de una pátina de ciencia ficción. Sea como fuere, y como ayer señalaba Iñaki Gabilondo, las tragaderas de la ciudadanía española son desmesuradamente grandes. 

Como si nos estuvieran anestesiando, ha llegado un punto en el que todo lo que ocurra a nuestro alrededor nos parece normal; el chascarrillo del día se va superando a sí mismo y lo que hace una semana parecía ser el colmo, hoy queda olvidado con la última primicia. 

Cada vez que las prisas, el aburrimiento y la desidia hacen que cambiemos de canal, que cerremos el periódico o apaguemos la radio, la impunidad de quienes están minando los valores para una sana convivencia aumenta. Es un monstruo que se alimenta de nuestra pasividad. Todos los corruptos coinciden en caminar con la frente muy alta, mirar de soslayo y con altanería, como si de pronto todo se hubiera vuelto en contra de personas ejemplares que se comportan como si el tiempo todo lo fuera a poner en su lugar y, en todos los casos, se tratase de confabulaciones. Ni uno sólo reconoce una mínima parte de lo que se le acusa. Da igual el asunto del que se trate, incluso con los pies en la cárcel, aquí nadie reconoce nada. 

Las sabias palabras que daban ya en el centro de la diana muestran el camino hacia el abismo en el que nos encontramos: "Para que el mal triunfe solamente es necesario que los hombres (y mujeres) buenos no hagan nada". Pero, ¿y si los "hombres malos" pudieran controlarlo prácticamente todo, llegando al punto de poder aburrir con el goteo incesante de información, con la ralentización de la justicia, con el uso y disfrute de favores y beneficios que les convierten en intocables, con parapetos como la ley mordaza que les aíslan de nuestros gritos? ¿Cómo podríamos actuar sin resultar pasivos y tolerantes con todo lo que está sucediendo? 

Es evidente que no podemos ni debemos seguir tragando, puesto que las cloacas parecen no tener límite. Es necesario repensar este sistema, esta sociedad en la que todo parece haber sido un decorado de cartón piedra que vemos desmoronarse. Ministros que presuntamente defraudan la hacienda pública, sin rubor; ex presidentes del gobierno (de profesión Inspectores de Hacienda) que según parece han aplicado sus conocimientos para reírse de nosotros, los que pagamos impuestos que ellos se llevan por la puerta de atrás; sobres, extorsiones, organizaciones en red que fundamentalmente gestionaban intereses particulares disfrazándose de partidos políticos para poder sisar de los fondos públicos. Amiguetes y enemiguetes. Así lleva funcionando este país desde tiempos inmemoriales. 

Necesitamos hacer un ejercicio profundo de reflexión, un análisis, un diagnóstico, sin prisas y sin grandes teatros, con la necesaria calma que requieren los procesos de medio y largo alcance. Requerimos de actitudes honradas, sin estridencias, contundentes. Y, lo más importante, asumir nuestra responsabilidad, como "hombres y mujeres buenos" ya que no podemos seguir consintiendo que la lluvia caiga y no nos moje. Ha habido intentos recientemente que poco a poco nos van mostrando su consistencia; no son suficientes, aunque son necesarios. 

Es tiempo de aprender de los errores ajenos, pero sobre todo de los propios. Es tiempo de asumir que será por el bien de todos el construir una conciencia y un compromiso que pase por mojarse.