A falta de saber si Donald Trump será el ganador de las próximas elecciones presidenciales norteamericanas, para las que queda menos de un mes, el actual presidente de Estados Unidos con su gestión de la pandemia ha demostrado una absoluta imprudencia capaz de arrastrar a los ciudadanos al desastre. 

Trump salió ayer del hospital donde había sido atendido tras diagnosticarle la enfermedad, invitando a los ciudadanos a asomarse al riesgo: “No tengáis miedo del Covid-19. No dejéis que domine vuestras vidas”. Una vez trasladado a la Casa Blanca se asomó al balcón central, triunfante, como si sus tratamientos estuvieran al alcance de todos aquellos ciudadanos norteamericanos que carecen de cobertura sanitaria. Y en un gesto que intentaba ser magistral, se arrancó la mascarilla.

Por si fuera poco, ya había aprovechado para convertir la situación en slogan electoral: "Hemos desarrollado, bajo la Administración Trump, algunos medicamentos realmente buenos. ¡Me siento mejor que hace 20 años!".

El presidente lanzaba esta arenga obviando que el virus ha matado ya en Estados Unidos a 200.00 personas y contagiado a más de seis millones y medio. Y justo, decía todo esto, después de que el alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, hubiera ordenado el cierre de toda actividad no esencial, incluyendo los centros docentes, en los distritos más afectados de la ciudad.

Así, continúa Trump en su dinámica de despreciar los efectos de la enfermedad proponiendo acciones descabelladas para afrontarla, como sus recomendaciones de curar la enfermedad con luz solar e inyecciones de desinfectante, y su rechazo radical a portar mascarilla porque dijo en un inicio, que no daría a la prensa la satisfacción de fotografiarle usándola.

Tal reticencia ha debido propiciar la infección que padece dejando a su paso además un reguero de contagiados. Este lunes, numerosos medios recapitulaban las múltiples ocasiones en estos últimos días, en que el presidente ha aparecido a rostro descubierto, y rodeado de gente. Un acto por la nominación al Tribunal Supremo de la jueza Amy Coney Barrett en presencia de 150 personas sin mascarilla. El 26 de septiembre pudo ser el detonante de su propia desgracia, de la de su esposa también enferma, así como la de varios altos cargos institucionales allí presentes.

El propio director de campaña de Trump ha caído víctima del virus, así como diferentes asesores. Terco como él solo, Trump acudió el martes de la pasada semana al debate con su rival Joe Biden sin mascarilla como todo su equipo; los demócratas, prudentes, la llevaban. Las burlas del presidente por tal motivo fueron sonadas.

Para más despropósito y antes de que le dieran el alta, se atrevió a salir del centro médico para saludar a los fieles que le esperaban en la calle. Todos sus acompañantes se ven ahora en cuarentena.

Donald Trump se equivoca. Los sondeos afirman que a la mayor parte de los electores les inquieta mucho la crisis sanitaria y que sus bravuconadas no se ven como muestra de valentía, sino como lo que son, una exhibición de la irresponsabilidad de la persona que dirige la nación más importante del mundo. Está dando muestras sobradas de que el cargo le viene grande.