Durante una época de mi vida, me gané los cuartos siendo árbitro de baloncesto. Fue una etapa divertida, pese a que no me gustase el baloncesto. Pero era interesante experimentar esa sensación de arbitrariedad, en el sentido de que tus decisiones son ley sólo por tener en tu poder un silbato. Sin embargo, tenía la parte negativa de los insultos.

Cualquiera pensaría que el mayor riesgo era arbitrar a los senior, por ser bigardos de dos metros por dos metros y, de hecho, eran los partidos mejor pagados. Sin embargo, la amenaza de la expulsión y la multa posterior les mantenía a raya. Lo peor eran los partidos de niños, donde la grada se llena de energúmenos que vuelcan sus frustraciones diarias en el ocio de sus hijos.

Nunca olvidaré el día en que mi padre tuvo que llevarme a un colegio de niños bien en Villaviciosa de Odón –yo no tenía ni coche ni edad para conducir- y aguantó estoicamente la hora y media en la que los padres de los jugadores especulaban con la profesión de mi señora madre y, por extensión, de su esposa.

Esa experiencia no es nada comparado con lo que ha tenido que sufrir Tomillero Benavente (con sus dos apellidos, como marca una tradición arraigada en la censura franquista), el árbitro de fútbol que decidió salir del armario. Él, debido a una triste historia, no tiene una madre a la que insulten, así que la escoria humana vio el cielo abierto cuando reveló su condición sexual. En menos de dos meses se ha planteado abandonar su profesión y pasión por culpa de los insultos homófobos. Y sin recibir apenas apoyo público de jugadores y trencillas. 

Tomillero Benavente es un héroe, porque decidió dar un paso adelante en uno de los sectores más homófobos y machistas de España. Un mundo donde Michael Robinson sigue siendo un icono después de decir que, en el fútbol, no hay gais porque “se requiere bastante testosterona. No se necesita tanta para diseñar ropa. No es la misma virilidad, digamos”.

Este martes se han celebrado 26 años desde que los homosexuales no son considerados unos enfermos a nivel oficial. Sin embargo, existen todavía 75 países donde se les sigue tratando como criminales y 13 en la que son carne de horca o apedreamiento.

No podemos dejar de acordarnos de esos infiernos en la tierra. Pero también seguir velando porque nuestro país deje de ser un purgatorio donde algunos quieran expiar sus pecados, su cazurrismo y sus complejos sobre las almas de inocentes.