Lo cuentan con detalle las crónicas bien informadas: en Génova están convencidos de que los votos de Vox volverán solos al PP después de las elecciones de mayo. También calculan los estrategas conservadores que hay una bolsa no inferior a medio millón de votantes socialistas que, a poco que se les cuide, cambiarán de bando para dar su papeleta al Partido Popular.

La frustrada moción de censura promovida esta semana por Vox contra Pedro Sánchez ha sido un fiasco para los de Abascal, forzados a designar a un anciano como alternativa. Más allá de su voluntarismo y aun de la valía intelectual demostrada en el pasado, en Ramón Tamames ha pesado más su condición de anciano que su condición de candidato presidencial. Desde la tribuna del Congreso, sus oponentes del Gobierno y de los partidos que lo sostienen renunciaron a hacer sangre pese a tratarse de alguien que estaba allí en nombre de la extrema derecha. “No se debe abofetear a un moribundo”, reza un compasivo refrán andalusí. El Tamames que compareció en el Congreso no era ciertamente un moribundo, pero le era imposible ocultar la decrepitud propia de quien pronto cumplirá 90 años. Su sola figura era prueba irrefutable de que Vox no ha superado del todo su condición de apestado entre las élites intelectuales y morales del país: ninguno de los nombres señeros que comparten en muy buena medida su ideario aceptó hacer de Tamames. Solo Tamames se prestó a hacer de Tamames. 

A Alberto Núñez Feijóo le han criticado haberse quitado de en medio y hacerse el sueco ante la moción de censura. Los reproches son legítimos y el PP lo sabe, pero también sabe, como lo saben sus críticos, que no podía hacer otra cosa que la que ha hecho: ponerse de perfil. De todas las cosas que suelen hacer los políticos, la de ponerse de perfil es la que mejor se le da a Feijóo, que más que un líder propiamente dicho es todo él un perfil, un contorno, una sombra, una silueta. Feijóo es un político con buena presencia pero escasa densidad.

Por lo demás, el PP no puede cortar amarras con Vox porque los pronósticos electorales son tozudos: todos ellos auguran que Feijóo solo podrá ser presidente si Vox vota a favor de su investidura. En cierta medida, Feijóo no puede abjurar de Vox del mismo modo y por los mismos motivos que Sánchez no puede abjurar de los independentistas catalanes o los abertzales vascos, porque los necesita para gobernar. A muchos votantes socialistas les incomoda esa alianza, de igual modo que a muchos votantes del PP les incomoda ir del bracete con Vox; a unos y otros les desagrada pero no les indigna. Lo que vienen intentando los estrategas del otro bando es precisamente convertir esa incomodidad en indignación. 

Desde el Gobierno, y sus discursos en el debate de la moción así lo pusieron de manifiesto, se está calcando la estrategia del PSOE andaluz en las autonómicas de junio del año pasado: la idea, entonces y ahora, era y es movilizar al votante de izquierdas alertándolo de que, de no movilizarse, la ultraderecha entrará en el Gobierno. Lo cierto, sin embargo, es que tal planteamiento fracasó rotundamente en Andalucía, donde el efecto electoral fue justo el contrario al perseguido: el votante de izquierdas no se movilizó, pero sí lo hizo el de derechas, que compró el mensaje de lo peligroso que sería un Gobierno con Vox y, en consecuencia, votó masivamente al PP.

Lo único que venimos oyéndole al Gobierno de coalición es el reiterado grito de alarma de que viene la ultraderecha, pero tal proclama no parece suficiente para movilizar, ni aun fidelizar, a su electorado. Para renovar mandato, necesitará mucho más que eso. Sus compañeros de Andalucía pueden ilustrarlo al respecto.

Si el miedo a los ultras llevó hasta San Telmo a Juan Manuel Moreno y no a Juan Espadas, ¿por qué ese mismo miedo no habría de llevar a Feijóo, en vez de a Sánchez, a la Moncloa? Feijóo quiere ser Moreno y no es disparatado pensar que puede conseguirlo. De hecho, está en casi todo siguiendo los pasos de su amigo andaluz. También Moreno, antes de llegar a San Telmo, era puro contorno sin hondura ni densidad, un líder plano, borroso, inconsistente. Prodigiosamente, todo aquello que le faltaba se lo dio el poder a las pocas horas de ostentarlo, pues el poder obra milagros tanto en la persona de quien lo ejerce como en la mirada de quienes lo contemplan. Feijóo cree en los milagros.