Desinformación. Acudo a la RAE y encuentro dos acepciones que, más que definir una palabra polisémica, me hacen pensar en dos partes de un todo: Acción y efecto de desinformar (1) y falta de información, ignorancia (2).
Desinformar ha sido durante siglos una poderosa herramienta, a través de la cual, y con varios actores e instrumentos, se manipula y contamina sociedades a través de la ignorancia, la apatía o la falta de credibilidad. Desinformación por exceso de información como la censura de nuestros días, con una proyección exponencial gracias a las tecnologías, para hacer ejércitos de mentes que piensan dirigidamente, o directamente se hacen inmunes al pensamiento.
Decía que desinformar necesita de actores organizados que, a su vez, cuentan con variedad de instrumentos para conseguir influir sin que decaiga el efecto buscado. Pretendo que reflexionemos acerca de métodos de influencia a los que nos exponen y de sus efectos comunitarios. Para ello pensemos en un día cualquiera con sus contactos habituales (acceso a redes sociales, medios de comunicación, el café en la pausa de la jornada laboral o la coincidencia con la vecina en el ascensor), todos ellos magníficos cauces por los que circulan fakes, imposturas o verdades como cortinas de humo que tapan la “verdad incómoda”.
Vayamos por partes. Comenzaré por las fake news por ser las más evidentes, ya que hablamos de noticias falsas, de mentiras que adoptan un formato seudoperiodístico y ganan especial relevancia en Internet por su rápida propagación y posibilidades de viralización. Con ellas se ataca la reputación de personas u organizaciones, se invade la privacidad o se busca generar alarma social, siendo el caladero donde pescan los discursos de odio.
Por donde miremos, podremos encontrar actitudes impostadas (que hay que recordar que proviene de impostor). Estas son engaños con apariencia de verdad y aquí encontramos una amplia gama de variedades que van desde la más absoluta frivolidad hasta la mayor de las estafas, que es detectar la debilidad ajena para manipular voluntades actuando tal y como la víctima espera; en ocasiones hasta conseguir que seamos impostores de nosotros mismos.
Y, la verdad, esa verdad que focaliza la atención por sobreactuada y simplista, es el pan y circo que no deja permear lo importante, que restringe información para dirigir criterios.
Tanto unas como otras se han instalado en nuestras vidas y son equipo. Las podemos diferenciar, pero actúan juntas para cumplir con el mandamiento de la desinformación: ciudadanía que abandona el espíritu crítico para quedarse en lo superficial.
Solo así puede explicarse que nuestras instituciones estén dando cabida, por mandato representativo, a individuos que se reivindican a través de manifestaciones de una bajeza moral sin precedentes en nuestra historia democrática, y solo así se explican ciertos matrimonios de conveniencia que pasan sin pena ni gloria
En estos días en los que nuestro mayor deseo es generar inmunidad de rebaño ante la Covid-19, no permitamos la inmunidad de rebaño a la xenofobia, al machismo, a la aporofobia y, en general, a las manifestaciones de odio y crispación que utilizan las instituciones de altavoz o que se incorporan sin pudor a las campañas electorales.
Demostrado ha quedado que, cuando actuamos como comunidad, somos capaces de vencer grandes adversidades; venzamos al equipo de las fakes, la impostura y lo que la verdad esconde.
Belén Fernández es viceportavoz adjunta del Grupo Socialista en el Congreso y secretaría de Cooperación Internacional del PSOE