El emperador de Amurrio, el autoproclamado César Verde en un golpe de estado contra su antecesor, urdido con las artimañas del lobo que se hace fuerte en la manada de su guardia pretoriana a la que hoy arroja sin piedad a los leones, ha iniciado su particular ”huida hacia adelante” con destino hacia donde habita el olvido. Porque esta huida, no se teje en el telar de la prudencia, sino que forma parte de la deflagración que provocan los miedos en el líder de laboratorio, adicto a los mismos y esclavo de su personaje. Unos miedos que al emperador le acompañaron desde que dejara los verdes paisajes del valle de Ayala y descubriera que se puede vivir de la teta de la política al amparo de la Presidenta de la “mamandurria”, eso sí, sin olvidar que los favores se devuelven con la misma rapidez que se dieron cuando se imploraban.

Y claro, al igual que el mal estudiante no suspende sino el profesor le tiene manía, a nuestro emperador no es que se le esté desmoronando el imperio a sus pies, sino que le persiguen “los que no quieren que exista este proyecto, que van a intentarlo todo para destruirnos”. Pero como es sabido por todo el mundo, al igual que el mal alumno suspende por no estudiar, no hacer los deberes y no prestar atención en clase, nuestro autoproclamado César Verde se ha destruido asi mismo y al proyecto que desde las cacerías, los toros y las prolongadas vacaciones cree que lidera, como consecuencia de no hacer lo que debe, de despreciar lo que tiene y de hacer del “divide y vencerás” su máxima en la dirección de un partido político.

Porque tras convocar la asamblea nacional de Vox con la única finalidad de colapsar cualquier alternativa a tu Presidencia monoteísta bajo la burda excusa de que “todos aquellos que han confiado en nosotros, lleguen a un estado de consciencia colectiva sobre el momento crítico… del desafío que España enfrenta ante el peor gobierno de nuestra historia”, crees que desfilas victorioso por las calles de tu imperio verde y que con esto, has aplacado cualquier disidencia en tus filas y tus miedos propios de aquel que teme, perder lo que tiene de forma inmerecida.

Pero como en la Antigua Roma, los que fueron siervos tuyos y repudiados por no prestarse al sometimiento de los caprichos de tu baja catadura política y moral, te recuerdan que tú, querido César, también eres mortal. Porque aunque te refugies en ese patriotismo de pandereta, forjado en mítines de texto copiado y banderas movidas por la desesperación de aquellos que traicionas a diario, tus resultados te delatan. Has perdido la mitad de la afiliación en el último año, más de seiscientos mil votos en las generales, los sondeos te colocan por debajo de 22 escaños y sigues en caída libre, has llenado las instituciones de escándalos y adoradores de la estirpe de cristo Rey, has convocado la huelga general con menos incidencia de la historia terrenal y llevado el ridículo a las calles entre rosarios y piñatas. En definitiva, has acabado con las ilusiones de aquellos que no te conocían y vieron en ti alguien capaz de hacer lo que decía, a pesar de que tu vida, forjada entre paguitas de chiringuitos de “la Espe” y fracasos profesionales y personales, apuntaba a que lo tuyo era y es, puro teatro.

Pero no te creas inmortal, porque no lo eres. La diferencia entre la realidad y a quimera en la que vives, es que en la vida el reloj no tiene marcha atrás y avanza indefectiblemente en un mismo sentido. En que por más trampas de casino de pueblo que hagas, no tienes cartas y esta partida la podrás alargar, pero no la vas a ganar. Que no puedes seguir quemando tierra para que enemigo no avance, porque te estas quedando sin tierra que quemar. Que echaste a los leones a tu guardia pretoriana delante de los que ahora deseas que la formen, pero ignoras que ellos fueron testigo de tu desprecio a los servicios prestados y que solo te pagarán con la traición. Que perdiste demasiados favores pensando que podías con eso y más, y ahora los tienes que devolver cuando menos tienes. Pero nada de eso será´, querido César Verde lo que te acompañe al cuarto oscuro de la indiferencia, sino tus propios miedos, aquellos que te llevaron a cometer todos los errores de los que ahora eres preso y te recuerdan que tú, querido César, también eres mortal.