Los indultos son la nueva línea divisoria del mito de las dos Españas. El tono acre y desaforado del debate sobre la medida adoptada este martes por el Gobierno recuerda aquellas polvorientas controversias de antaño en las que hasta los ateneístas más circunspectos eran capaces de llegar a las manos. Hoy no pasamos de los adjetivos, pero los escupimos como bofetadas.

Los indultos son una victoria política del independentismo, pero no son una victoria humillante ni por goleada, pues tiene la virtud –valiosísima en política– de que es sentida como victoria propia por muchos ciudadanos que no son ni serán nunca secesionistas.

La derecha está intentando que sean percibidos como una humillación, pero solo podrá conseguir su propósito si la auxilian en ello los propios indultados y los sectores más carlistas o más montaraces del secesionismo.

Ideología y ortografía

En esta encendida controversia nacional, las derechas españolas y catalanas coinciden más de lo que sospechan y menos de lo que les gustaría: PP y Ciudadanos, por un lado, y JuntsxCat, por otro, no quieren reencuentro, concordia o reconciliación; no quieren la paz, quieren la victoria.

Pero ninguna de las dos está sola. El principal aliado de la derecha española es la ultraderecha y el principal aliado de la derecha catalana es la ultraizquierda. El nexo de unión entre ambas es el mismo: la Patria con mayúsculas, la Patria con toda su quincalla de insignias, blasones, fantasías y entorchados.

La divisa de ambas es la misma: ‘Todo por la Patria’, aunque por el camino hacia la victoria se queden millones de compatriotas que no son traidores a su patria, sino que simplemente la prefieren escrita con minúsculas.

Lo que a la postre separa a unos y otros no es la ideología, sino la ortografía: unos son meramente patriotas mientras que los otros son nada menos que Patriotas.

Envidiosos y envidiados

Los indultos tienen de traición a España lo mismo que la negociación con ETA tenía de traición a los muertos. Trasponiendo al caso aquello que Rafael Sánchez Ferlosio decía de que en España no hay gente envidiosa sino gente que asegura ser envidiada, en esta delicada materia no hay gente traidora sino gente que asegura haber sido traicionada. 

Sostenía el autor de El testimonio de Yarfoz que “el multitudinario coro de los que aseguran que hay envidiosos sin fin está exclusivamente compuesto de puros envidiados (…) los envidiosos de España no son más que un mito, una fantasía de los envidiados”. No existe entre nosotros, añadía, “envidia como acción de un envidiante, sino envidia como pasión de un envidiado”.

Sustituyendo el envidiado de Ferlosio por nuestro traicionado, se diría que Pablo Casado es “un traicionado carente de traidor y no necesitado de él, un traicionado autóctono, autosuficiente, solipsista, onanista”.

Los reproches de hoy de Casado guardan sospechosas coincidencias con los que esgrimía hace tres lustros Mariano Rajoy cuando el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero inició las conversaciones con ETA y su entorno político que acabarían con 40 años de terrorismo. Zapatero iba entonces a vender Navarra, sin duda en el mismo mercado imaginario donde ahora Sánchez va a vender España.

Cinismo y santidad

Los detractores de la medida de gracia del Gobierno a los independentistas condenados esgrimen contra ella argumentos bien morales (Sánchez la toma por puro egoísmo para blindar su legislatura), bien políticos (es un error que debilita al Estado) o bien épico-patrióticos (pisotea a la justicia, traiciona al Estado y pone a España de rodillas ante una banda de sediciosos).

¿La concesión de los indultos es una operación de Estado vestida con los ropajes de una maniobra partidista o es puro tacticismo cortoplacista disfrazado de estrategia constitucional de largo alcance?

La pregunta es una variación más del eterno tema de la contraposición entre necesidad y virtud: ¿qué mueve a Sánchez, la necesidad como dicen sus enemigos o la virtud como juran sus amigos? Seguro que un poco de las dos: si lo moviera solo la primera sería un cínico; si solo la segunda sería un santo, y no es probable que sea ninguna de las dos cosas.

Y aun con todo, si los indultos obedecieran no únicamente pero sí en primer lugar y sobre todo a la necesidad del Gobierno de preservar su estabilidad parlamentaria, cabría incluir el audaz movimiento de Pedro Sánchez en lo que la tradición católica resume con la expresión ‘Dios escribe derecho con renglones torcidos’.

Esa pía tradición tampoco es ajena, por cierto, a Esquerra ni a su líder Oriol Junqueras, que durante los días interminables de Lledoners habrá tenido en mente el célebre versículo de Mateo: “Que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu mano derecha”.

Quizá no haya mejor definición de la estrategia que viene practicando últimamente ERC: su mano izquierda negocia los indultos y su mano derecha mantiene encendida la antorcha de la amnistía; su mano izquierda busca pista para un aterrizaje suave de la aeronave 1-O y su mano derecha promete lanzar otra al espacio cuando tenga ocasión; su izquierda ha decidido ser aristotélica pero su derecha no ha dejado de ser platónica.

Vencidos, vencedores y empatados

Sea como fuere, el PP se seguirá oponiendo con fiera determinación a los indultos y cuando vuelva a gobernar simulará que nunca hizo tal cosa.

Fiel a su historial de fariseísmo ventajista, el partido de Casado juega sobre seguro: si la operación le sale bien al Gobierno y al país, cuando recupere el poder se limitará a disfrutar de los beneficios y blanquear su fea conducta del pasado; y si sale mal, siempre podrá decir “yo ya lo advertí”.

Más allá del ansia de victoria de tantos, el conflicto catalán necesita alguna forma de empate, que es lo que en el fondo son estos indultos. No podrá ser un empate sin goles porque cada equipo ha metido demasiados al contrario, pero ello no debe impedir que el encuentro se salde sin vencedores ni vencidos.

O al menos sin que nadie se sienta enteramente vencedor ni enteramente vencido, pues lo contrario cebaría peligrosamente el resentimiento, cuya traducción en votos es fácil de predecir: más secesionismo en Cataluña (de sentirse ésta derrotada) o más extrema derecha en España (de sentirse ésta traicionada).