El Pedro Sánchez de 2023 cree que “la democracia consiste en contrastar propuestas y proyectos con transparencia”; el de 2019 renunciaba a debatir cara a cara con Pablo Casado y solo aceptaba participar en un enfrentamiento a cinco junto al PP, Ciudadanos, Vox y Podemos. El Feijóo de 2016 creía que “tomar parte de un debate electoral no es una cuestión opinable”; el de 2023 opina que con uno es suficiente y se ha borrado de los enfrentamientos a cuatro organizados por el grupo PRISA y RTVE.

Este lunes, no obstante, la hemeroteca dejará paso al momento más esperado de la campaña electoral y los dos máximos candidatos a presidir el Gobierno dejarán de debatir sobre cuándo debatir y debatirán en Atresmedia, en un cara a cara conducido por Vicente Vallés y Ana Pastor que será el único momento en el que se podrá apreciar al líder del PP contraponiendo su programa desde la incomodidad del plató, sin estar rodeado de cientos de feligreses y sin tiempo de reacción para perfilar respuesta, rodearse de los aplausos militantes y seguir abrazado al calor de la campaña tradicional.

Durante todo el fin de semana ambos equipos han estado preparando los argumentos y datos con los que lograr el doble objetivo: ganarte a los tuyos y desmovilizar a los del rival. Ambos saben que jugar mucho tiempo a la defensiva es negativo, que atacar constantemente sin proponer se puede ver como una actitud fría y soberbia, que interrumpir moderadamente es positivo y que hacerlo constantemente es maleducado, que presentar tu programa es vital pero que tardar demasiado diluye tu mensaje. Que esto, en definitiva, es televisión. La real politik llevada al espectáculo, al show, a una mesa de más de dos metros en la que pasar un par de horas mirando a tu rival puede suponer una tortura o un paseo. Dos horas para ganar unas elecciones. Los expertos cifran el coste: 700.000 votos. Más de medio millón de indecisos. Demasiado en juego en unas elecciones que empiezan a apretarse en lo demoscópico.

Con este cara a cara prácticamente se abrirá la campaña. Esta elección no es casual. Con casi dos semanas restando hasta el día D -el de votar, el definitivo, el que arrancará a las ocho de la mañana y empezará a resolverse doce horas después-, ambos candidatos tienen tiempo de sobra para capear y revertir un error en su enfrentamiento televisado. El efecto punch puede ir disminuyendo con el paso del tiempo, que, como en la vida, lo cura casi todo, pero tanto en Génova como en Ferraz no quieren dejar nada a la improvisación y se han preparado a conciencia para una batalla encarnizada. El propio Feijóo ha reconocido que, en eso de los “platós”, su oponente es mejor que él. No es para menos: la tournée televisiva del presidente del Gobierno, dejándose caer en terrenos hostiles como El Hormiguero o El Programa de Ana Rosa, le ha valido para aquilatar lo que decir y cómo decirlo. Amable y cercano, pero sin dejar que te coman terreno. Tajante y crítico, pero no soberbio.

Entrenamiento para el momento definitivo. Sánchez también participará en el debate a cuatro que celebra la televisión pública el 19 de julio, en plena semana de votaciones; Feijóo, en cambio, se lo jugará todo a una bala. En el PP entienden que una foto junto a Santiago Abascal en un atril contiguo sería demasiado fructífero para la izquierda, demasiado revelador para la audiencia y demasiado indigestible para los votantes moderados que depositasen su voto en la urna el próximo domingo 23 de julio. No ir también tiene sus consecuencias, pero el equipo asesor del favorito en las encuestas para tomar La Moncloa cree que es el mal menor en una situación crítica para sus intereses después de firmar acuerdos de coalición con la extrema derecha en territorios como la Comunidad Valenciana, Extremadura o cientos de ayuntamientos.

Precisamente esta se espera que sea la gran arma del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. El candidato socialista buscará retratar que Feijóo, sin Vox, no suma. Que votar al PP es convertir a Santiago Abascal en vicepresidente del Gobierno. Que votar a la derecha es retroceder 20 años en temas como el aborto, el feminismo, el cambio climático o la memoria democrática. Frente a este hilo argumental, el opuesto: Feijóo también atacará a los socios del Ejecutivo, y volverá a plasmar que sin los votos del cordón de la investidura -tejido por agentes variopintos que van desde Teruel Existe, Más País o el PRC hasta EH Bildu o ERC- la izquierda es inviable. Un país, el de Sánchez, que Feijóo homologará con la sedición, la salida de violadores a la calle, los indultos, el separatismo, el comunismo y el filoterrorismo. Brochazo gordo, de uno y otro lado, que ya les sale de carrerilla.

“Dos hombres del bipartidismo”

Si el debate de este lunes lo protagonizarán directamente Sánchez y Feijóo, a nadie escapa que el nombre de los potenciales aliados poselectorales sobrevolará constantemente sobre la mesa del cara a cara de Atresmedia. El bipartidismo es cosa del pasado, aunque las encuestas vuelvan a dar un mayor peso en el Congreso a las dos grandes formaciones históricas, y ese ha sido el argumento escogido para criticar este debate de los otros dos señalados a favorecer y liquidar aspiraciones a la gobernabilidad: Yolanda Díaz, líder de Sumar, y Santiago Abascal, presidente de Vox.

“Será un cara a cara entre dos hombres del bipartidismo que miran al pasado”, ha vaticinado la ministra de Trabajo. La también vicepresidenta segunda del Gobierno ha explicado que, a su juicio, lo que está en juego el próximo 23 de julio es mucho más de lo que sean capaces de dictaminar los dos favoritos: “El cara a cara aportará muy poco al país”, ha sentenciado, reivindicando la presencia en estos espacios de “la política útil”, la “España diversa” y “la vida de las mujeres”.

Con esta premisa, Díaz ha pedido al hasta ahora líder de la oposición, Núñez Feijóo, que rectifique y se atreva a mantener un debate con ella para poder poner a descubierto todas sus mentiras -como con los fijos discontinuos, ha detallado-: “Feijóo debe abandonar su cantinela. Demuestra constantemente que no se entera de nada”, ha indicado, en un claro reto que de momento en Génova renuncian a estudiar.