“Por supuesto, ahí está la Mesa”, dijo el presidente del Gobierno Pedro Sánchez en la SER antes de entrar en el Consejo de Ministros para ofrecer algo de árnica a  ERC. Los republicanos están ahora mismo muy necesitados de protagonismo para poder hacer frente al empuje de Carles Puigdemont, su gran rival, que no duda en desangrar al PDeCat, su propio partido hasta este lunes, para mantener vivas sus opciones de seguir siendo el líder único del independentismo. La decisión del ex presidente de la Generalitat de abandonar su antiguo partido para dedicarse en exclusiva a JxCat ha tenido el efecto llamada perseguido. Muchos cargos (senadores, consejeros, concejales, diputados y presos) que aspiran a seguir haciendo política han abrazado la causa personalista de Puigdemont. No todos, Artur Mas ha dejado que se sepa que él sigue en el PDeCat, aunque de momento no ha comparecido en este difícil tránsito para su partido.

El desenlace del largo desencuentro de Puigdemont y sus fieles con el partido que nació de las cenizas de CDC era previsible. La excusa para precipitar los hechos ha sido la demanda presentada por la dirección del PDeCat contra la maniobra de los seguidores de Puigdemont para quedarse con la marca electoral JxCat, compartida en los últimos años. Tras acusar a David Bonvehí de judicializar la política (uno de los mantras reservados por el independentismo al Estado), se desató la gran huida, no tanto en porcentaje de militantes, según afirma el PDeCat, como en los nombres de los altos cargos que abandonan el barco.

El desmontaje del PDeCat acentúa el desmoronamiento del Gobierno de la Generalitat, ahora ya formado oficialmente por tres partidos en plena beligerancia, ERC, JxCat y PDeCat. A Quim Torra no parece importarle especialmente. El presidente de la Generalitat ya está en fase de descuento por la inminencia de su muy probable inhabilitación por parte del Tribunal Supremo; su prioridad ahora es preparar un final de mandato acorde a su estilo. “No descarto volver a desobedecer”, proclamó el lunes en TV3, aunque en realidad su experiencia como desobediente es mínima, de unas horas, porque al final retiró las pancartas prohibidas por la Junta Electoral que le van a costar el cargo, salvo sorpresa mayúscula en el TS. Más bien parece que su gran preocupación es que el Parlament no vaya a investir ningún presidente, hipótesis, por otro lado, siempre negada por ERC.

En estas circunstancias, a ERC solo le queda la Mesa de Negociación. Con su adversario enfilando los últimos movimientos para preparar su candidatura con la que pretende arrebatarles una victoria en las autonómicas que hace unos meses parecía segura pero que ahora los últimos sondeos ponen en cuestión y con los socialistas volcados en buscar apoyos para los presupuestos generales vengan de donde vengan (aunque vayan a priorizar los contactos con los socios de la investidura, al menos inicialmente para calmar a Unidas Podemos),  a los republicanos solo les queda echar mano de su fórmula mágica: exigir una reunión de la citada mesa para abordar el ejercicio del derecho de autodeterminación y la amnistía de los dirigentes del Procés.

Esta iniciativa siempre obtiene las mismas respuestas. Quim Torra se apunta a la petición con desgana pero insistiendo en qué la Mesa solo tiene sentido si es para poner fecha al referéndum, poniendo todos los obstáculos posibles para que ERC no se salga con la suya. El gobierno Sánchez siempre se muestra predispuesto a convocar la reunión pero con una agenda insatisfactoria para las otras partes que no pueden bajar el listón. De hacerlo y aceptar por fin que esta Mesa no nació para reconocer el derecho a la autodeterminación de Cataluña, correrían el peligro de ser barridos por Puigdemont y su “confrontación inteligente con el Estado”, una asociación de conceptos que todavía no ha concretado más allá de formularlos como eslogan y sus seguidores la celebran ya como una aportación mayúscula e innovadora para continuar con el Procés.

La convocatoria o no de la Mesa acabará siendo para ERC un argumento en el que sustentar su posición ante los presupuestos generales. Los republicanos confían en que Unidas Podemos consiga mantener al PSOE alineado con la inestable mayoría parlamentaria, lo que implica ceder a algunas de las pretensiones de los independentistas. Sin embargo, parece que el presidente Sánchez pretende repetir la triangulación con Ciudadanos y ERC ya experimentada en la última prórroga del estado de alarma. Por eso a Pedro Sánchez no le supone ningún inconveniente acordarse de la Mesa cuando ERC se la pide. Porque la Mesa siempre está ahí, para ser instrumentalizada en beneficio de otra prioridades.