El presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, ofrece un gran acuerdo de unidad democrática para que el país se enfrente con mayor fuerza a la crisis provocada por el coronavirus y, una vez éste haya sido controlado, entre todos podamos reconstruir la economía nacional, sin que nadie deba quedarse atrás, como ya ocurrió con tantos españoles, desgraciadamente, con la primera gran crisis económica y financiera global, la de 2008, de efectos tan devastadores para la gran mayoría de nuestra clase media y, aún en mayor medida, con los sectores sociales más vulnerables.

Esta oferta del presidente Pedro Sánchez, que a muchos nos ha recordado de inmediato a los históricos Pactos de la Moncloa de 1977, cuenta ahora con un amplísimo apoyo ciudadano -según los datos de un sondeo de urgencia de Metroscopia, el 92% de los consultados son partidarios de esta iniciativa-, pero ya de entrada Vox -que, no lo olvidemos, ahora es la tercera fuerza política en representación parlamentaria- no solo se niega a ello sino que exige la dimisión de Pedro Sánchez y quiere que sea procesado. El PP por el momento tampoco parece estar por la labor; tanto es así que desde la aznariana FAES de entrada excluyen a UP por “comunistas”, aunque para ello se vean obligados a reivindicar la contribución del PCE de Santiago Carrillo a la transición, así como a la Constitución y a la reconciliación nacional. “Cosas veredes...” Tampoco hay indicios que apunten a una buena disposición para negociar estos acuerdos por parte de las fuerzas políticas representantes del independentismo catalán -sobre todo JxCat y las CUP, está por ver cómo respondería ERC.

La propuesta de este gran acuerdo político, económico y social hecha por Pedro Sánchez cuenta con un respaldo casi únanime de la ciudadanía española. Pero el mismo sondeo de Metroscopia nos devuelve a la cruda realidad: el 79% de las personas encuestadas consideran improbable que se alcancen estos pactos. Es el enorme contraste que existe entre los deseos de la práctica totalidad de la ciudadanía y la dura realidad de una política como la que por desgracia impera en nuestro país desde hace ya demasiados años, basada siempre en el enfrentamiento puro y simple, en el afán de desgastar y a ser posible eliminar al adversario. Lo ha denunciado la alcaldesa de L’Hospitalet de Llobregat y presidenta de la Diputación de Barcelona: “El enemigo a batir no es el Gobierno, es el virus, y solo lo superaremos si luchamos juntos”.

Algunos analistas opinan que el problema real es que los políticos actuales -así, en conjunto y sin excepciones- no tienen ni la categoría ética e intelectual ni el sentido de Estado que poseían los firmantes de aquellos Pactos de la Moncloa de 1977. No coincido con ellos, al menos por lo excesivo de su generalización. A mi modo de ver existe otro elemento fundamental que dificulta un acuerdo de estas características: la conversión de la comunicación política en un simple “agit-prop”; la banalización infinita de la crónica, la información e incluso del debate político; el interminable cruce de descalificaciones personales entre los líderes políticos; la desideologización sistemática del discurso político y su intento de sustitución por eso que algunos denominan “relato” cuando en verdad solo es un simple señuelo para atraer al ciudadano incauto…

Nunca como ahora, tal vez en toda la historia del mundo, es hora de la política. De la Política con mayúsculas. Y política es dialogar, negociar, transaccionar y acordar, pactar. Si no somos capaces de hacerlo ahora, ante un desafío brutal al que se enfrenta toda la humanidad, ¿cuándo? ¿Los ciudadanos no seremos capaces de obligar a nuestros representantes políticos a que cumplan con su deber?