Pablo Iglesias le ha echado un pulso a Yolanda Díaz y lo ha perdido. El precio que ha pagado Díaz por su victoria no es insignificante: la ausencia de la dirección nacional de Podemos en la presentación hoy en Madrid de la coalición Sumar. Pero el precio que habría pagado si hubiera cedido a las exigencias moradas habría sido muchísimo mayor porque en tal caso su liderazgo nacería marcado por el estigma de la claudicación ante Pablo Iglesias.

La ausencia de Ione Belarra o Irene Montero en el acto de Madrid tiene la apariencia de una derrota de Díaz, porque esta comienza la carrera sin la asistencia de Podemos, pero quien pierde en realidad es Podemos, que ve drásticamente menguada la autorictas que tuvo en otro tiempo en el electorado que se sitúa a la izquierda del Partido Socialista.

Lo más probable, lo casi seguro es que Podemos acabe incorporándose a Sumar, pero lo hará a regañadientes y lastrado tal vez por el resentimiento derivado de la certeza de haber sido tratado injustamente por Díaz. Acudir a las generales del próximo invierno en solitario y desgajado de Sumar sería para Podemos un suicidio, además de un serio inconveniente para Díaz: ciertamente, le restaría votos a Sumar, pero sobre todo se los restaría a sí mismo.

Iglesias es hoy un “noble arruinado entre las ruinas de su inteligencia”, pero todavía no lo sabe. El órdago lanzado a Díaz -o firmas este papel con estas condiciones o Podemos no se suma a Sumar- revela a un Iglesias convencido de no estar siendo tratado con arreglo a su elevado rango. No ha percibido que, salvo los ‘muy cafeteros’, el grueso de los antiguos votantes está con ‘la chica’ y a él lo identifica como ‘el malo’ de la película.

La Gran Carrera

Yolanda Díaz es la mejor piloto de que dispone la dispersa escudería de la izquierda no socialista, pero, en sentido estricto, todavía no tiene coche con el que competir. Tiene el nombre del coche, que se llama Sumar, pero lo que no tiene es coche. Todavía. Este domingo es la presentación en sociedad de ese flamante vehículo que nadie podrá contemplar porque su fabricación y puesta a punto está siendo mucho más trabajosa de lo previsto.

La Gran Carrera es en noviembre y nadie ha visto todavía el vehículo que conducirá la vicepresidenta tercera del Gobierno de coalición. Las elecciones guardan con las carreras de Fórmula Uno un parecido según el cual el partido equivaldría al coche y el líder equivaldría al piloto: como sabe bien el redivivo Fernando Alonso, con un vehículo mediocre ni el más hábil, audaz y experimentado conductor puede conquistar el podio; en cambio, hasta el piloto menos dotado tiene opciones de lograr una buena posición si se sienta al volante de un Aston Martin. La meta de Yolanda no es ganar sino estar en el podio ocupando la tercera plaza, que los pronósticos asignan hoy a Vox.

Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo conducen dos espléndidos monoplazas que les garantizan un lugar en el podio, aunque en ambos casos la exigencia del público es tal que solo el primer puesto les garantiza la renovación del contrato con su escudería. Pedro es mejor piloto que Alberto, pero el PSOE no es hoy por hoy mejor máquina que el PP.

Con estas manitas

En esta alegoría de coches, pilotos y partidos, ¿qué papel ocupa Pablo Iglesias? Es difícil saberlo. Iglesias es un jarrón chino que no se resigna a serlo. Alguna vez fue un buen táctico, pero nunca alcanzó la magistratura de gran estratega. Yolanda Díaz llegó a vicepresidenta del Gobierno porque él, con buen criterio, así lo decidió, pero el cofundador de Podemos no ha acabado de entender que ella, y solo ella, con estas manitas, ha mejorado  y dado proyección al cargo que él le regaló, convirtiéndolo en el referente combativo y cordial del Gobierno que Iglesias no supo crear.

La dirección nacional de Podemos no estará hoy en la presentación de Sumar, pero sí lo estarán nombres que son o han sido relevantes en la organización y que, al contrario que Iglesias, Belarra o Montero, consideran un error la batalla emprendida por el estado mayor morado para maniatar a Díaz, el único activo electoral verdaderamente valioso con que cuenta esa izquierda a la que llamamos ‘no socialista’ porque todavía no le hemos encontrado el apellido exacto que le cuadre, pero que, en el fondo, está mucho más cerca de los socialdemócratas de antaño que de los comunistas de toda la vida. Yolanda Díaz o Íñigo Errejón lo han entendido; Pablo Iglesias o Ione Belarra, no.