El pin parental que quiere implantar la extrema derecha en aquellas regiones en las que su apoyo es necesario para aprobar los presupuestos se ha vuelto el tema del momento. Después de que la investidura haya fructificado y la inestabilidad política dé paso a un cierto clima de calma tensa, paliar con los exabruptos de los ultras -apoyados por un Pablo Casado que no quiere renunciar a los votantes de Vox- se ha vuelto la primera gran misión del Gobierno de coalición.

El Ejecutivo ha anunciado que recurrirá a los tribunales en caso de que el Gobierno de Murcia no dé marcha atrás en sus propósitos. Los tiempos cuentan y las formas también, por lo que María Jesús Montero, portavoz del Gobierno y ministra de Hacienda, decidió rodearse el pasado viernes tras la reunión del Consejo de Ministros de Isabel Celaá (ministra de Educación) e Irene Montero (Trabajo) para arremeter contra el pin parental catalogándolo como “antidemocrático”, “machista” y una falta flagrante a la libertad de educación de los menores.

Que la voluntad moral de los padres se imponga al sistema educativo es la batalla que librarán durante estos meses izquierda y derecha. La pelota está en el tejado de Ciudadanos, que ha aceptado en Murcia pero ha abierto una guerra interna en Madrid y Andalucía. Mientras buena parte de sus barones se muestran recelosos de aceptar un nuevo ‘trágala’ de Vox, desde el Partido Popular copian el mensaje de Santiago Abascal y arremeten contra PSOE y Unidas Podemos: “No pongan las manos sobre nuestros hijos”.

El pin parental, al que se le han puesto todo tipo de motes en las últimas fechas (Pin Abascal, Pin Neardental, Veto Parental…), ha entrado en el debate de las ideas con fuerza tras su implantación en Murcia. Puede parecer novedoso, pero los cantos de sirena que arrastra son continuados y la promesa de su fructificación fue una de las máximas de la ultraderecha en campaña.

Ya en abril los de Abascal anunciaban su puesta en marcha a nivel programático: “Es una solicitud que va dirigida a los directores de los centros educativos en los que estudian nuestros hijos, con tal instancia solicitamos a la dirección que nos informe previamente, a través de una autorización expresa cualquier materia, charla, taller o actividad que afecte a cuestiones morales socialmente controvertidas o sobre la sexualidad, que puedan resultar intrusivos para la conciencia y la intimidad de nuestros hijos, de tal modo que como padre o madre pueda conocerlas y analizarlas de antemano, reflexionar sobre ellas y en base a ello dar mi consentimiento o no, para que nuestro hijo asista a dicha formación”.

Una medida que han considerado necesaria desde sus orígenes “ante el evidente adoctrinamiento en ideología de género que sufren” los menores en los centros educativos. Una autorización calculada, estudiada y que responde al binomio de Vox con la asociación de tinte ultraconservador Hazte Oír. Esta organización es conocida por intentar penetrar en la educación española, devolviendo debates enterrados a la actualidad y cuestionando los avances feministas y del colectivo LGTBI en favor de la inclusión.

Hazte Oír: autobuses, pin parental y recogida de firmas

Liderados por Ignacio Arsuaga, su búsqueda de repercusión ha llevado a Hazte Oír a realizar todo tipo de campañas a lo largo y ancho de España. Ya en 2017, cuando el debate sobre la educación no incluía desprestigiar la violencia de género o criticar al colectivo LGTBIQ+, ellos pasearon por las grandes ciudades de España e incluso del extranjero autobuses polémicos (“autobuses del odio” para la izquierda) con mensajes como: “No es violencia de género, es violencia doméstica” o “los niños tienen pene, las niñas tienen vulva. Que no te engañen”.

Negacionismo que ahora ha hecho propio la extrema derecha. Ya en su momento Hazte Oír logró disparar sus fondos en subvenciones abanderando este tipo de proclamas tránsfobas y machistas, pero, ahora, la entrada en el hemiciclo de Vox como tercera fuerza parlamentaria y llave de Gobierno en buena parte de las comunidades españolas ha potenciado sus aspiraciones.

Sin embargo, la presencia de la extrema derecha no ha cercenado a Hazte Oír, que sigue actuando y acompasando su lucha con la de Vox. De hecho, y pese a que el pin parental todavía no había gozado de la repercusión actual, los de Ignacio Arsuaga llevan tiempo anunciando sus postulados al respecto en su página web.

Algunas de sus acciones se pueden vincular fácilmente con la estrategia de Abascal y su pléyade. Esta asociación ha marcado y estigmatizado a colegios públicos por ofrecer charlas que, a su juicio, “adoctrinan a los niños en las aulas”. De hecho, HO abrió tiempo atrás una página web para recoger firmas para “proteger a los niños del adoctrinamiento en ideología de género”, forzando a Pablo Casado, Santiago Abascal y Albert Rivera a implantar esta “solicitud de información previa y consentimiento expreso”.

Esta recogida de firmas vino acompañada de un folleto en el que se recogían supuestas declaraciones de alumnos como “hoy en el cole hemos jugado a ser gais”. Además, curiosamente, se puede ver cómo se hace especial mención a las leyes educativas de Madrid, Andalucía y Murcia -zonas donde ahora se libra la batalla política-.

Relaciones de Vox con Hazte Oír

La llegada de Vox a la primera plana política sorprendió a muchos por su velocidad. Hasta diciembre del año pasado, fecha en la que la extrema derecha logró 12 diputados en las elecciones andaluzas, España había sido capaz de contener a estos partidos de tinte confesional y ultraconservador. Se veía con cierto escepticismo cómo subían en proyección entre nuestros países vecinos, mientras nuestras fronteras aplacaban sus ideales. Sin embargo, los ultras se han asentado como tercera fuerza parlamentaria y su subida no cesa a tenor de las encuestas y de los últimos datos conocidos.

Gran importancia en este crecimiento tiene Hazte Oír​. La buena relación de Ignacio Arsuaga y Santiago Abascal es conocida, concediéndole el primero al segundo el premio de la asociación en 2012. De hecho, el presidente de Vox es socio de la organización y ha obtenido el apoyo de todo el entramado desde tiempos pretéritos en los que Vox todavía no era una realidad en nuestro país.