La negociación de los Presupuestos Generales del Estado avanza a buen paso, al menos en lo aritmético. Tanto que el Gobierno ya piensa en el 29 de diciembre como fecha en la que las cuentas públicas serán una realidad para tranquilidad de aquellos que quieren preservar la estabilidad de la legislatura. La victoria parlamentaria del pasado jueves 12 de diciembre acerca el objetivo, aunque, como era previsible, antes tocará capear un temporal que, para sorpresa de muchos, no solo viene desde la oposición, sino que procede de filas internas.

María Jesús Montero, ministra de Hacienda y encargada de defender los PGE, bajó del atril de oradores visiblemente satisfecha con el trabajo realizado durante dos jornadas cargadas de reproches de parte de una derecha que, como todo indicaba antes de que se debatieran las enmiendas a la totalidad, se quedó en minoría.

Esa misma sonrisa que mostró el pasado jueves, finalizada la sesión y con una mayoría holgada en el bolsillo, es la que se ha ido borrando este martes en la rueda de prensa posterior al consejo de ministros a medida que las preguntas sobre Bildu aumentaban. Pese a defender que el Gobierno tratará de contar con todos los votos posibles, a la portavoz del Ejecutivo no le ha quedado más remedio que excusarse y explicar que únicamente se ha reunido una vez con los abertzales y que, pese a lo que parece atendiendo a las declaraciones cruzadas de sectores críticos, fue única y exclusivamente para hablar de Presupuestos. No ha habido cesiones, ETA fue derrotada y Bildu es un “partido que tiene una representación legal y política", ha sentenciado.

Y es que no ha sido Montero la única que ha tenido que defenderse de los ataques por pactar presuntamente las cuentas públicas con EH Bildu. La propia Adriana Lastra, portavoz socialista en el Congreso de los Diputados, ha afirmado este martes que es a la nueva generación que está al timón de Ferraz a la que le toca gestionar el país. Un dardo con varios destinatarios, pero, por su importancia y la capacidad de atracción de sus palabras, especialmente dirigido a Alfonso Guerra, otrora vicepresidente del Gobierno durante los mandatos de Felipe González.

Y es que fue Guerra quien este lunes encendió todas las alarmas sacudiéndose de un plumazo cualquier apego a la actual directiva del que fuera su partido. Una frase que cayó como una losa entre los del puño y la rosa, dando más alas a los barones críticos que, sin un tono tan vehemente, parecen estar de su lado: “El señor Rajoy en lugar de irse a un bar a tomar copas debería haber dimitido y otro de su partido hubiera gobernado. España se hubiera ahorrado muchos disgustos”, afirmó el exvicepresidente, no sin antes hacer un repaso que bien podría haber firmado el más acérrimo defensor del aznarismo. “El propio presidente dijo aquello de 'yo no puedo dormir con Iglesias en el Gobierno' y 'con Bildu, no'… Y lo hace”, recordó.

Una lluvia de dardos que no se quedó sin respuesta. Esa misma noche, el secretario de organización del PSOE y ministro de Transportes, José Luis Ábalos, no aguantó las constantes preguntas de Xabier Fortes al respecto -pese a intentar pasar por encima del tema sin hacer mucho ruido- y tiró de ironía fina recordando una célebre cita cargada de simbolismo: “El que se mueve, no sale en la foto”. Antes de ello, el ministro ya había llamado la atención a aquellos que dedican su experiencia a fomentar la crítica interna: “Yo espero, cuando deje de ser ministro y secretario de Organización, hablar siempre bien de mi partido y, cuando no sea capaz, no decir nada, porque eso significará que estoy muy agradecido a unas siglas que, como digo, no son mías”.

Si bien es cierto que el PSOE se caracteriza por el debate interno, convertido en noticiable por la predisposición de ciertos cargos a hacer públicas sus demandas particulares, esta vez se ha recrudecido sobremanera. Y es que las advertencias no vienen solo de aquellos que fueron, sino de los que están. Han sido varios los barones territoriales que aprovechando su posición han arremetido contra el Ejecutivo denunciando una podemización sistemática en la toma de operaciones que ha tenido en el contacto con Bildu su piedra angular. “No tiene un pase”, aseguró Emiliano García-Page en referencia a los pactos con los nacionalistas vascos. “No es un plato de buen gusto”, reafirmó Adrián Barbón. “Iré a la farmacia a buscar un antiemético”, sentenció Guillermo Fernández Vara. Tampoco a Lambán gusta la foto con la izquierda abertzale.

Frente a ellos, la retaguardia de Pedro Sánchez sale en su defensa. Así, líderes autonómicos como Francina Armengol, Ximo Puig, Miquel Iceta o María Chivite han instado a sus homólogos a normalizar el proceso democrático y contar con todos los grupos que quieran formar parte de la negociación de los Presupuestos. Dos almas bien diferenciadas. Dos formas de entender la política que ya chocaron en aquellas primarias en las que Pedro Sánchez jugaba el papel de crítico frente al oficialismo que había optado por facilitar la investidura de Mariano Rajoy. Misma guerra, diferente escenario.