Hay una frontera ética que toda democracia debería respetar: la de no convertir el dolor causado por la violencia de ETA en herramienta partidista y electoral. Lo diré una y mil veces. La memoria de las víctimas pertenece a ellas y a sus familias, y solo a ellas. Y después, en forma de patrimonio democrático a toda la sociedad, a su ciudadanía. Ese es el caso de las víctimas de la violencia en nuestro país -de las del franquismo, y también, sin duda alguna, de las víctimas del terrorismo-. En ese sentido, como he reivindicado una y otra vez, desde Euskadi, y también en la tribuna del Congreso de los Diputados, es una memoria digna es la que merecen esas víctimas. Y esa dignidad pasa por no usar, como se hizo el domingo por el Partido Popular nuevamente, el nombre de una organización terrorista, el nombre de ETA, en vano. Por no utilizarla políticamente, por no manosearla electoralmente. Porque usar el nombre de ETA en vano causa daño a sus víctimas y hiere de muerte su memoria. La funde a negro, el color de los años de plomo.

El PP, y sus socios de la ultraderecha, en su estrategia política partidaria y en clave electoral, están dando más pasos al emponzoñar y llenar de odio, también, la memoria de las víctimas del terrorismo. Lo digo porque a su tradicional historia de mentira sobre ETA y su fantasma, que sacan a pasear día sí y día también, sin importar el daño que hagan, le añaden además la insensibilidad de hacerlo, como ayer Diaz Ayuso, con frivolidad y sonrisas, en medio de un mitin electoral de fiesta ultra en el templo de Debod. Es más, han cruzado incluso una línea roja que es la de negar a los asesinados por ETA, deshumanizándolos, el apoyo a su memoria, como hicieron con la de Ernest Lluch, en el Congreso de los Diputados la pasada semana.

La historia de ETA es una historia de muerte y dolor encarnizado; de exclusión social y desprecio de ciudadanos vascos a los que ETA consideraba enemigos de Euskadi, sólo por no responder al ideario nacionalista vasco. Es una historia de destrucción, soledad y pena. Es una historia de sangre y lágrimas.

Es tan triste y tan dolorosa esa historia, tan negra, que sólo en blanco destaca una esperanza:  la de la memoria de aquellos que resistieron y que significan la lucha por la libertad y la paz, las víctimas. Ellas merecen respeto y consideración. Verdad y memoria. Y eso lleva consigo que está prohibido el olvido; prohibido el daño; prohibido mentir sobre su historia; y prohibido manosear su memoria.

Y esas obligaciones de olvidar, mentir y manosear interpelan directamente a las fuerzas políticas, si se llaman democráticas. Y no sólo en el País Vasco, sino en toda España. Porque la memoria de las víctimas no forma parte del patrimonio privado de ningún partido, sino que es patrimonio inmaterial de toda la democracia española.

Dicho todo lo anterior, escribo de nuevo para denunciar a los dirigentes y partidos políticos que siguen haciendo del sufrimiento ajeno una pieza de propaganda electoral. Dirigentes y partidos, que además lo hacen con saña, indolencia e insistencia como Feijóo, Isabel Díaz Ayuso y el Partido Popular, que han venido a comportarse como mercenarios que intercambian la memoria de las víctimas en la contienda electoral, ensuciándola y menospreciándola.

Cuando los veo atacar la memoria, incluso dudo que tengan alma. Lo digo con una enorme pena y desazón, créanme, porque los que tanto sufrimos enfrentando a ETA - y las víctimas a las que tanto daño causaron - llevamos también en nuestra memoria el nombre grabado de los compañeros del Partido popular vasco que fueron amenazados, perseguidos, acosados y asesinados. Por eso también, nos angustia cuando usan y abusan de la memoria de las víctimas de ETA.

Obligada por la responsabilidad de la memoria, me enfrento públicamente a ese comportamiento político indigno que ayer vimos otra vez en la manifestación de fin de semana del PP. Y por idéntica responsabilidad vuelvo pedir al PP que deje de manosear la memoria y venga, junto a tantos demócratas, a construir una memoria limpia, esa que no miente, no usa y no manipula a las víctimas. Y también pido a Núñez Feijóo que deje ese coqueteo con la desmemoria y se sume a un principio básico y compartido por los demócratas: que el recuerdo solo es memoria cuando es honesto, plural y respetuoso.

Creo que tengo la responsabilidad como superviviente de batallar para esa memoria digna. La tengo con todos aquellos que no sobrevivieron. Porque no es ingenuo sino responsable el trabajar de forma conjunta para construir esa memoria que merecen las víctimas. Esa que no divide, sino que reconoce; que no culpa, sino comprende; que no instrumentaliza, sino repara; esa que incluye a todas las víctimas, sin jerarquías interesadas, o negacionismos enfermos.

La construcción de esa memoria exige amplitud de miras, responsabilidad, escucha y rigor democrático. También firmeza política y ausencia de miedo ante los que prefieren una memoria selectiva que sirva a su relato político. Y requiere también responsabilidad institucional, con gobiernos que no usen tragedias para tapar errores, partidos que renuncien a manipular el duelo, y medios que no reproduzcan sin crítica, una y otra vez, los relatos más tóxicos.

Por eso el Partido popular y sus dirigentes deben de reconducir ese comportamiento incívico que usa la memoria como munición política y arma electoral. Deben de abandonar definitivamente ese manoseo repelente que obedece a un patrón deleznable: apropiarse del dolor, adaptarlo al relato y proyectarlo contra el adversario político. Lo digo porque no es comprensible que el Partido Popular, que compartió trinchera con la resistencia contra ETA defendiendo la democracia, se dedique a reducir la tragedia que sufrimos tantos a un “nosotros” contra “ellos”, los compañeros socialistas en la lucha antiterrorista. Bien se sabe que cuando se usa la memoria para señalar, deja de servir para comprender. Y cuando se usa para atacar, deja de honrar, pierde dignidad, pierde verdad y pierde utilidad democrática.  No se trata de borrar el conflicto político, que es legítimo y sano en democracia, sino de impedir que el dolor se convierta en espectáculo dentro del debate político. Que la tragedia sea solo un circo.

Lo digo con seriedad, es indigno no reconducir esta situación tan desoladora. Porque una democracia madura debería ser capaz de honrar a las víctimas sin convertirlas en proyectiles dentro de ese conflicto político. Y que en caso de que se haga, el hecho sea motivo de escándalo. Porque una política que normaliza esa manipulación de la memoria deja de ser decente.

La democracia necesita más decencia y más verdad. Y eso empieza por limpiar la memoria de quienes pretenden mancharla para obtener ventaja.

Rafaela Romero,
diputada socialista por Gipuzkoa, es portavoz adjunta de Memoria Democrática del Grupo Socialista en el Congreso y miembro del Patronato de la Fundación del Memorial de Víctimas del Terrorismo