A estas alturas del áspero carajal que se ha montado, el palacio de San Telmo no puede no saber que la ley que persigue legalizar los regadíos ilegales del entorno de Doñana ha sido un error político que, si bien no parece que vaya a tener para el PP efectos electorales negativos sino más bien todo lo contrario, está haciendo añicos la imagen de contención ideológica y pulcritud institucional con la que votantes, opinión pública y opinión publicada venían identificando al presidente andaluz Juan Manuel Moreno Bonilla.

Hasta esto de Doñana, Moreno había sido nuestro Gallardón, encarnaba una derecha ‘arreglá pero informal’, un PP risueño, dialogante, transversal y guay. Hasta aquella disparatada ley nonata del aborto que acabó con él, Alberto Ruiz Gallardón había sido un político de derechas cuyo principal atractivo era no parecerlo, un tipo algo atildado pero cordial al que los medios nominalmente de izquierdas trataban mejor incluso que los medios de derechas. El novio ideal. Uno de esos tipos que acceden al estatus de yerno perfecto pese a estar muy lejos de haber sido alguna vez el marido perfecto.

La túnica y los harapos

La retrógrada ley del aborto que pretendió aprobar lo dejó al desnudo: los bellos ropajes de la moderación que había venido luciendo desde hacía varios lustros quedaron convertidos en harapos casi de un día para otro, dejando a la vista de todo el mundo el verdadero Gallardón que muy pocos hasta entonces habían sido capaces de vislumbrar. Como a Dorian Grey su retrato, a Gallardón lo desveló con escalofriante realismo su ley del aborto.

Ni su pico de oro ni la prensa amiga lograron salvarlo cuando el presidente Mariano Rajoy decidió enterrar el retrógrado proyecto de ley en el que Gallardón había puesto alma, corazón y vida, en el que había puesto si no lo mejor de sí mismo sí al menos lo más auténtico: tan auténtico y genuino que daba miedo, tanto miedo que asustó incluso al propio Partido Popular, muchos de cuyos votantes estaban espantados ante las hechuras ferozmente antimodernas del texto promovido por el eximio alcalde y extravagante ministro.

Gallardón no supo o no quiso recular a tiempo y su tozudez le costó la carrera política. A Juan Manuel Moreno no le sucederá lo mismo con Doñana. Gallardón se desenmascaró a sí mismo con su ley del aborto y Moreno ha hecho lo propio con su ley de Doñana. El abortó mató a Gallardón; Doñana solo ha herido, y no de muerte, a Moreno.

¿Mi reino por unas fresas?

Aunque como yernos tal vez estuvieran a la par y como político el madrileño fuera mucho más brillante, el andaluz es un hombre más cauto. Haber estado de cuerpo presente oyendo el alborozo de tus propios compañeros mientras ultimaban tu entierro y luego haber resucitado no es una experiencia que esté al alcance de todo el mundo. Es un trance vital que te curte como pocos, te hace apreciar el valor no tanto de la vida como del poder, que es el bien más preciado por los políticos profesionales. Gallardón se inmoló por los no nacidos; Moreno no va a hacer lo mismo por unas malditas fresas.

Es seguro que, al contrario que Gallardón con su infausto aborto, Moreno acabará reculando tras constatar que se ha equivocado promoviendo una ley que rechazan no ya izquierdistas y ecologistas, sino toda la comunidad científica sin excepción, la Unión Europea, la Unesco y hasta el mismísimo papa Francisco si le preguntaran.

¿Doñana ha revelado la verdadera cara de Moreno, su yo más auténtico? Sí y no. Aunque la oposición y el Gobierno de España lo pinten así, Moreno no es un negacionista redomado; es más bien un negacionista provisional y algo novatillo. Moreno intenta practicar, como si ello fuera posible, un negacionismo educado, posibilista y prudente, un negacionismo chiripitifláutico y simpaticote que está convencido de no serlo y que se escandaliza cuando lo acusan de tal. ¿Negacionista yooooo? ¿Yooooo? ¿Negacionista el Trotsky verde del sur de Europa? ¿El Danton de las Marismas? ¿Negacionista el presidente que ha creado una Consejería de Sostenibilidad, Medioambiente y Economía Azul, ahí lo dejo?

Cánovas y Moreno

El gran jurista y político catalán del XIX Duran i Bas le daba a Cánovas este consejo que tanto admiraba Josep Pla: “Política conservadora sin ser reaccionaria; política liberal sin ser revolucionaria”. Aun sin conocerlo, Moreno parecía haber nacido para seguir tan astuto consejo, pero Doñana ha truncado su estudiada trayectoria de moderación. La ley de los regadíos desenmascara al presidente andaluz y rebaja drásticamente su estatura política.

Moreno dará marcha atrás pero lo hará con la fullería propia de quienes detentan el poder: dará marcha atrás simulando que no se ha movido de donde estaba e incluso, si se tercia, simulando que ha dado un paso adelante. Una vez solventado el obligado trámite de echar la culpa a los otros, en política rectificar siempre tiene dos fases: la rectificación propiamente dicha y la propaganda proclamando que no ha habido tal rectificación. Moreno anda ahora con la primera y no tardará mucho en ponerse con la segunda. No le pasará lo que a Gallardón, que sucumbió a manos de su propia soberbia. Moreno conoce sus límites. No es el político más brillante, pero tal vez sí el mejor dotado para la superviviencia.