Es difícil imaginarse a alguien que se dedica al arte o a cualquier tipo de creación sometido a una cuadratura mental de normas y de vulgares dogmas. La creación y el arte sólo son posibles en libertad, porque la finalidad de cualquier manifestación artística es, como decía Aristóteles en su Poética, “dar cuerpo a la esencia secreta de las cosas”, y difícilmente se puede hacer eso teniendo la mente sometida a los cansinos tópicos de dios, patria y rey. Der ahí que los artistas sean casi siempre personas de izquierdas.

Por otro lado, suele haber también un roto para cualquier descosido, y es del todo reconocible y reconocido que cada dictador, por ejemplo, cuenta con sus adeptos “artistas”. Todos recordamos a los toreros y las folclóricas de la dictadura, por ejemplo, mientras que también recordamos, por contra, a escritores, pintores, pensadores, filósofos y poetas que tuvieron que exiliarse para no ser asesinados por el franquismo y tanto patriota.

Estupefacta me quedo cuando leo que la cantante Marta Sánchez, en un concierto de la noche del pasado viernes en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, puso letra, cantando, al himno de la marcha real. Más estupefacta me quedo cuando leo la letra del himno. Amor y fervor patrio, amalgamados por ese loor a una bandera que nunca he sabido entender; y una sarta de fiebres patrióticas que sólo me recuerdan a los aspectos más tristes y siniestros de lo que llamamos la España negra. Y Rajoy, claro, tan contento que la felicita fervoroso. Difícil de digerir, decía, me resulta que una mujer joven, luchadora, que se dedica a la música pop en el siglo XXI guarde dentro de sí esas ideas que, lo confieso, a mí me dan miedo. Y seguro que muchos de mis queridos lectores, que haberlos haylos, entienden muy bien por qué.

El problema en este sentido quizás sea que el amor a un trozo de tela parece otorgarles a algunos el monopolio del amor a su país, y a los que piensan de manera diferente les dejan excluidos y en inferioridad de condiciones, lo cual no es, para nada, cierto. Además, resulta curioso que a los que más han luchado por el progreso de España y por el bienestar y los derechos de los españoles se les suele tachar de antipatriotas. Ejemplos hay miles; me vienen a la mente dos que para mí son paradigmáticos: gracias a Clara Campoamor, quien murió en el exilio, las españolas pudimos empezar a tener derecho al voto; gracias a Antonio Machado tenemos una obra poética magistral que contiene, a todas luces, un amor poético e inmenso a su país y a su esencia, pero murió en Francia, sólo y triste, en el exilio.

El problema en este sentido quizás sea que el amor a un trozo de tela parece otorgarles a algunos el monopolio del amor a su país

Resulta también curioso que los “patriotas” que tanto aman a España en muchos casos se dedican a llevar sus dineros a otros países, a cerrar la boca ante los recortes vergonzosos que han dejado a medio país pasando miserias y hambre, y a mostrar la mayor insensibilidad ante las condiciones retrógradas o miserables del país al que dicen amar. Resulta curioso percibir cómo muchos “patriotas” parecen ser capaces de matar por una bandera mientras ni se inmutan cuando se convierte a su país en un lugar inhabitable para una buena parte de sus ciudadanos. Quizás es que ese fervor tan patrio suela tener relación, más que con el amor, con viles intereses.

Ocurre, por todo ello, que muchos españoles tenemos dificultades a la hora de identificarnos con nuestro país. Y no es por ningún prejuicio, no, sino simplemente porque la derecha más cutre y reaccionaria se apropió de las palabras y de los símbolos identitarios, como la bandera nacional y como el adjetivo “patriota”. Empatizar con ellos es, a todas luces, hacerse cómplices de valores e ideas que, sencillamente, son no sólo obsoletas sino también antidemocráticas. Yo no venero a un trozo de tela, pongo ese amor a favor del progreso de mi país y de sus gentes.

Decía en una entrevista el chileno Antonio Skármeta, autor de El cartero de Neruda, que “para quien no está pervertido por ideas autoritarias, la patria es el lugar donde se acunan sentimientos y emociones comunes, pero me aterra el concepto de patriotismo que lleva al fanatismo, que es dañino y puede ser violento y criminal”. En Chile, tanto como en España, lo saben muy bien.

Por descontado, prefiero una y mil veces a Marta Sánchez cantando al amor humano, y no al patrio.