No existen las indignaciones simultáneas de pareja intesidad a izquierda y derecha, que a su vez son solo un caso particular de las indignaciones simultáneas por una cosa y su contraria. Indignarse sincera y ardientemente por la alianza de Sánchez con Puigdemont enfría y aun acaba apagando la indignación que en su momento pudo despertar la virtual alianza de Feijóo con Abascal; indignarse sincera y ardientemente por la matanza de niños palestinos por parte del Gobierno ultra de Netanyahu sofoca hasta casi su total extinción el incendio de indignación provocado por la matanza, el pasado 7 de octubre, de judíos inocentes por Hamás.

El corazón humano no es tan ancho como para albergar de forma simultánea dos indignaciones de signo contrario: una de ellas acaba siempre devorando a la otra. Quiere decirse que quienes desde posiciones de izquierda se indignan ante el pacto del PSOE con Junts acaban, irremediablemente, prefiriendo un Gobierno del PP y Vox: el mismo cuya mera posibilidad los llevó a votar a Sánchez el 23-J. ¿Significa eso que se han vuelto de derechas? No necesariamente. O no todavía, al menos. Pero es un hecho que se sienten burlados o traicionados: la simpatía de antaño se ha tornado resentimiento hogaño. Una vez realizado ese desgarrador trayecto emocional, reemprender el viaje en sentido inverso para regresar al punto de partida es poco probable, al menos a corto plazo.

Dos antecedentes

La investidura de Pedro Sánchez, los acuerdos con Junts per Catalunya y, muy en particular, la ley de amnistía a los independentistas involucrados en la sublevación institucional liderada por las élites catalanas y conocida como ‘el procés’ han elevado la temperatura política del país, favoreciendo un acaloramiento de las conversaciones privadas peligrosamente próximo al punto de ignición y cuyos atecedentes más inmediatos cabe situar con bastante precisión cronológica en los años 2017 (leyes catalanas de desconexión y referéndum ilegal) y 2004 (derrota electoral del PP vinculada a las mentiras del Ejecutivo de Aznar sobre los atentados del 11-M). 

En cada uno de esos años y en los inmediatamente posteriores, hablar de política quedó vetado en las familias (en todas las familias en 2004 y principalmente en las catalanas en 2017). El horno familiar no estaba para bollos ideológicos ni territoriales: lo más prudente, pues, era hablar de naderías; o convenir que la política eran naderías por las que no valía la pena correr el riesgo de enemistarse. De nuevo, en fechas tan familiares como las que se avecinan, todas las precauciones son pocas. Urge preservar la cordialidad, y de ahí estas humildes recomendaciones como guía de conducta en encuentros, cenas o comidas de familiares, amigos y compañeros de trabajo esta Navidad:

UNO. No hablar de política sin haberse comprometido antes, tácita o explícitamente, todos los implicados en la conversación a no insultar, ofender ni menospreciar con gestos o palabras no solo a los otros comensales, sino tampoco a los políticos o los partidos con quienes aquellos simpatizan.

DOS. No dejarse llevar por la ira, la furia o la indignación, excluyendo las palabras malsonantes u ofensivas al exponer los propios argumentos y al escuchar los contrarios. (Horacio: “La pronunciada no sabe regresar”).

TRES. Aceptar como una de las reglas de juego básicas que 1) hechos constatados, 2) hechos posibles o probables y 3) meras opiniones son cosas completamente distintas que es deseable comprometerse a no mezclar ni hacer pasar las unas por las otras.

(Por ejemplo: es un hecho constatado que el PSOE ha aceptado ahora una ley de amnistía antes rechazada porque ahora necesitaba los votos independentistas para investir presidente a Pedro Sánchez; es un hecho posible la constitucionalidad o inconstitucionalidad de la ley de amnistía, dado que es el TC y nadie más que el TC la institución legitimada para proclamar si una ley conculca o no la carta magna. Si es por unanimidad, mejor que mejor, pero si es por mayoría, también: lo que no vale es el ventajismo consistente en proclamar anticipadamente que si el Constitucional no dice lo que uno quiere que diga es porque está dominado por jueces venales al servicio del Gobierno. Que el Gobierno haya perpetrado un golpe de Estado y España esté camino de convertirse en una dictadura es solo una mera opinión, aunque podría convertirse en una opción fáctica si el Gobierno intentara cercenar la independencia judicial o podría incluso alcanzar la categoría de hecho constatado si tales intentos prosperaran y, en consecuencia, instituciones como Amnistía Internacional o la Comisión Europea señalaran al Gobierno de España por haber conculcado derechos humanos básicos reconocidos en la Unión). 

CUATRO. Amonestar dócil pero firmemente a los interlocutores que ponen sus convicciones por encima de las instituciones, de manera que lo que éstas puedan decir no hace mella en el granito con que aquéllas han sido talladas. 

(Por ejemplo: lo que dice el tribunal último o de casación -sea el Supremo, el de Justicia de la Unión o el Europeo de Derechos Humanos- se acepta y se respeta, nos guste o no. Lo que ellos sentencian es ‘la verdad’, que es provisional o ni siquiera existe hasta que ellos hablan. Por eso, en asuntos de trascendencia política que están pendientes de resolver por estas altas instancias conviene no formular opiniones demasiado contundentes o taxativas.

CINCO. Ofrecer siempre al adversario una salida airosa en caso de derrota. ¿Cómo? Admitiendo con deportividad que en algunas de sus apreciaciones tenía razón.

SEIS. Conversar sobre la amnistía como si el interlocutor que tenemos enfrente fuera nuestra anciana madre debilitada por la enfermedad y la aflicción, con la que no estamos en absoluto de acuerdo pero con cuyas opiniones nos mostramos exquisitamente respetuosos para no herir sus sentimientos ni agravar su estado.

ADVERTENCIA FINAL. Cabe temer que a este manual le suceda lo que al argumento ontológico ideado por San Anselmo para demostrar la existencia de Dios: que solo convenza a los que ya estaban previamente convencidos y solo encuentre acogida en temperamentos templados, que son justamente los que menos necesitan advertencias contra la intemperancia.