Cada vez hay más gente que confiesa no soportar los noticieros de la radio o la televisión. Les irrita ese encanallamiento de la política según el cual todo -y con todo nos referimos a absolutamente todo- lo que hace el adversario es puesto bajo sospecha y se convierte en objeto de toda clase de descalificaciones y reproches.
Es probable que siempre haya sido así, pero lo que nunca o muy pocas veces había sido así es el hartazgo, la irritación y la fatiga que tal comportamiento de partidos políticos y medios de comunicación produce en tantos ciudadanos. Como, aunque alentado por la derecha, de ese estado de cosas la izquierda no es inocente, haría bien en tomar buena nota de que el hastío generalizado de la política siempre acaba beneficiando a las opciones conservadoras, sean estas ya en formato clásico (Alberto Núñez Feijóo), ya en formato montaraz (Isabel Díaz Ayuso).
Para toda la derecha sin excepción Pedro Sánchez es un tipo desalmado dispuesto a hundir España con tal de permanecer en el poder, un aventurero cínico y narcisista que despilfarra irresponsablemente el dinero público para amarrar simpatías populares o garantizarse votos parlamentarios. Si revaloriza las pensiones en función del IPC, si promueve una Ley de Memoria, si modifica el Código Penal, si subvenciona el combustible, si baja el IVA de ciertos productos, si arbitra ayudas al alquiler para los jóvenes, si hace una reforma laboral, si grava los beneficios extra de bancos y compañías energéticas, si baja los impuestos, si no los baja, si los deja igual… nada se le perdona al presidente.
Que Pedro Sánchez ha hecho méritos para resultar antipático a mucha gente es una obviedad de la que ya son conscientes en la Moncloa, pero ni sus decisiones políticas ni su trayectoria institucional avalan esa demonización del personaje, hasta el punto de resultar equiparable al pobre lobo que protagoniza la fábula de Rafael Sánchez Ferlosio ‘El reincidente’.
Relata el autor de El Jarama la historia del lobo que, después de mucho penar y pecar por la Tierra, hasta por tres veces había llamado a las puertas cielo para solicitar su entrada en él, hallando siempre el no por respuesta: no por asesino de ovejas y pastores y no por salteador de granjas y despensas.
Mas como el lobo no desistía de sus intentos de ser admitido entre los bienaventurados, el guardián de la sublime puerta acabó despachando finalmente al animal de vuelta a la Tierra con este argumento inapelable: “Bien, tú has querido, con tu propia obstinación, que hayamos acabado por llegar a una situación que bien podría y debería haberse evitado y que es para ambos igualmente indeseable. Bien lo sabías o lo adivinabas la primera vez; mejor lo supiste y hasta corroboraste la segunda; ¡y a despecho de todo te has empeñado en volver una tercera. ¡Sea, pues! ¡Tú lo has querido! Ahora te irás como las otras veces, pero esta vez no volverás jamás. Ya no es por asesino. Tampoco es por ladrón. Ahora es por lobo”.
Aplíquese el cuento Lobo Sánchez, pero mediten un poco también sobre el mismo las gentes de izquierdas que no ven la viga en el propio ojo pero tienen vista de lince para detectar cualquier brizna de paja en el ajeno. Lobo Pedro no está solo.