La historia tal vez absuelva a Juan Carlos I; nosotros, no. Su deslealtad escandalosa al pueblo español que tanto lo quiso y lo respetó por sus servicios a la libertad hace imposible el perdón. Ni olvidamos ni perdonamos: solo nos cabe simular que no existe.

Solo nos cabe la indiferencia, dejar de prestarle atención, comportarnos como si ya hubiera muerto dado que no ha tenido el coraje de quitarse la vida como último servicio a su patria para así lavar su deshonra y la del propio país, que a los muchos estigmas derivados de la negrura de su historia ha de sumar ahora el de haber venerado a un jefe del Estado que aceptó un regalo de 100 millones de dólares de otro jefe de Estado.

Nos contaba el rey emérito en marzo pasado que seguiría viviendo en el paraíso artificial de Abu Dabi, aunque regresaría “con frecuencia” a España, si bien a título privado, discretamente y lejos de La Zarzuela. También decía lamentar sinceramente “acontecimientos pasados de mi vida privada”, lo que sugería que estaba refiriéndose a sus amoríos y no a sus millones. Todavía no ha entendido que sus amoríos nos dan igual pero sus finanzas no.

Se diría que el hombre que supo ganarse la admiración de su pueblo por su papel determinante en la democratización del país todavía no ha sido capaz de entender que 100 millones de euros jamás pueden ser un regalo inocuo. Pueden una bomba, un seguro, una trampa, un soborno, una sinvergonzonería: ninguna de esas cosas puede ser jamás inocua.   

Con la excusa de una regata en Sanxenxo, hoy vuelve para saludar a los amigos y a la familia y verse con su hijo el rey, pero este Juan Carlos ya no es nuestro Juan Carlos. Ni él es él ni su casa es ya su casa. Aun a regañadientes, aceptamos que venga de visita, pero no que el país al que traicionó con su impropia conducta vuelva a ser su casa.

Sus únicos defensores están en la derecha de toda la vida y en la franja conservadora del Partido Socialista. La España de centro izquierda, izquierda y ultraizquierda –además, por supuesto, del nacionalismo normal y el nacionalismo cabra– no quiere saber nada de él mientras esté vivo; ya habrá tiempo de mostrarse indulgente cuando deje este mundo.

La ultraderecha lo defiende a muerte y la derecha a primera sangre. Son sus únicos aliados, y más por españolistas que por realistas o juancarlistas. Piensan que la conducta de Juan Carlos puede disculparse porque no ha sido objeto de imputación de los tribunales y que por tanto puede establecer su residencia en España, aunque no se atreven a reclamar que sea en La Zarzuela.

Lo defienden porque consideran su deber patriótico hacerlo, no porque crean que su conducta no merece reproche: lo creen pero solo de puertas adentro. Las derechas de hoy perdonan a Juan Carlos por la misma razón que el moderantismo de antaño perdonaba las tropelías e indecencias de Fernando VII, María Cristina, Isabel II o Alfonso XIII: por ocupar el trono. Si les dan a elegir entre la decencia y el rey, se quedan siempre con el rey.