Miquel Iceta y Salvador Illa entrecruzan sus caminos. El primer secretario del PSC será ministro de Política Territorial y el ex ministro de Sanidad será el candidato socialista a la presidencia de la Generalitat. Un canje anunciado entre líneas desde el minuto uno de la operación Illa, cuyo efecto electoral se está estabilizando en los sondeos con una ganancia aproximada de un mínimo de media docena de diputados sobre la media docena que ya sumaba el PSC desde hace meses.

Los socialistas catalanes han recuperado la centralidad política perdida hace una década, un éxito que solo presenta un “pero”, su ascenso en los sondeos parece ir asociado a la recuperación que éstos anuncian para el partido de Carles Puigdemont. Cuanto más fundada es la perspectiva de una victoria del PSC, más se reactiva el protagonismo de la candidata de JxCat, ya autoproclamada como la única fuerza que puede frenar a Illa puesto que para ella ERC y los socialistas ya son socios, al menos en Madrid. De quedar Laura Borràs por delante de Pere Aragonés, el margen de maniobra y el papel de los republicanos en las negociaciones post electorales quedarán manifiestamente limitados, supeditados otra vez a la estrategia unilateralista del legitimismo.

El objetivo subyacente de la operación Illa desde la perspectiva socialista también quedaría comprometido de mantenerse la primacía interna del independentismo en manos de Puigdemont. Asentar a los socios republicanos de Sánchez en el liderazgo soberanista adquiere todo el sentido desde la gestión diaria de la inestable mayoría en el Congreso de los Diputados. Se trataría de ofrecer a ERC una sólida salida alternativa por la izquierda, no tanto para que vayan a utilizarla realmente gobernando con el PSC (una opción todavía muy atrevida para ambos), si no para presentarla como un argumento creíble en la negociación con sus socios actuales, para así poder enfrentar mejor la ruptura de su dependencia emocional y social respecto del puigdemontismo.

Salvador Illa está en el centro de la campaña, soportando las críticas de todos sus adversarios por abandonar el Ministerio en plena tercera oleada de la pandemia y con las relaciones del gobierno central y las autonomías en alerta roja. Este es el flanco débil de su desembarco en la campaña electoral; no debería representar ninguna sorpresa que sea utilizado a destajo por la competencia, como tampoco lo es que quienes le atacaban por no dimitir como ministro en cuanto adquirió la condición de candidato ahora le critiquen por lo contrario.

El efecto Illa es palpable en los sondeos, aunque quizás en este momento no alcance su mayor proyección y esta pudiera llegar en otoño cuando además de contagiados y víctimas el Ministerio de Sanidad vaya a acreditar el 70% de la población vacunada. Las elecciones le llegan demasiado pronto al ministro Illa, sin embargo el ex ministro Illa tiene prisa por comprobar el crédito disponible.

Antes de comenzar oficialmente la campaña, el galimatías está servido. Ciudadanos se ha ofrecido a gobernar con Illa (no suman en ninguna encuesta); el candidato socialista preferiría un gobierno con los Comunes (tampoco suman); los Comunes apuestan por un tripartito con ERC y PSC (opción formalmente rechazada por republicanos y socialistas); ERC dice querer un gobierno soberanista con Comunes, la CUP y JxCat (una hipótesis cualificada de imposible por los Comunes); la CUP ni quiere estar en ningún gobierno y JxCat solo se plantea gobernar con ERC, contando con que la CUP complete su mayoría parlamentaria desde la discrepancia. Las previsiones apuntan a un Parlament muy fragmentado, con más actores de los habituales, Vox incluido y tal vez también el PDeCat. Paciencia hasta el 15 de febrero, sin descartar que las elecciones simplemente empujen a la política catalana a un nuevo callejón sin salida.

En este panorama especialmente complejo y extraordinariamente convulso por el protagonismo adquirido por el TSJC, reaparecerá Miquel Iceta como nuevo ministro de Política Territorial, con la perspectiva de tener un papel relevante en la negociación política con el nuevo gobierno de la Generalitat. Dicha perspectiva aporta un factor complementario a las inestables relaciones del gobierno Sánchez con los republicanos aspirantes a presidir el gobierno catalán. Iceta pasó de mantener una relación privilegiada con Oriol Junqueras en la anterior legislatura a ser considerado por los republicanos como un adversario intratable y un interlocutor inconveniente.

Las razones de este cambio súbito habría que buscarlas, probablemente, en la especial sensibilidad desarrollada por los dirigentes independentistas encarcelados y en la firmeza del primer secretario del PSC a no querer visitarlos oficialmente en la prisión para no desencadenar interpretaciones comprometidas. Iceta, por el contrario, fue el primer político socialista en admitir la conveniencia del indulto a los condenados del Procés y es un defensor acérrimo de la negociación.

El cambio de actitud de ERC respecto de Iceta quedó reflejado públicamente con el veto de ERC a su designación como senador para poder ser nombrado presidente del Senado. Este gesto inaudito en la tradición parlamentaria que se sustenta en la aceptación del nombre propuesto por el grupo parlamentario al que corresponde la plaza (iba a sustituir a José Montilla) constituye el precedente más directo al interés republicano por evitar la presencia del primer secretario en unas eventuales negociaciones en el Parlament después del 14-F. Ahora se lo encontrarán de ministro en Madrid.